El creador de la Terapia Centrada en la Compasión revela cómo el tono del diálogo interno impacta en la salud mental

Su mirada y su tono de voz transmiten compasión. Empático con quienes sufren, es de esas personas con las que uno se siente cómodo enseguida, dispuesto a sincerarse y a abrir el corazón. Paul Gilbert, psicólogo británico, es un auténtico profeta en su tierra, reconocido por sus pares como el creador de la Terapia Centrada en la Compasión (CFT por sus siglas en inglés), un sistema de psicoterapia que combina técnicas de la terapia cognitivo-conductual con conceptos de la psicología evolutiva, social, del desarrollo, budista y la neurociencia. Además, es presidente de Compassionate Mind Foundation en el Reino Unido y autor de decenas de artículos y libros clínicos.

Uno de sus principales objetivos es utilizar el entrenamiento mental compasivo para ayudar a las personas a desarrollar y trabajar con experiencias de calidez interior, seguridad y tranquilidad mediante la compasión y la autocompasión. Recientemente visitó la Argentina, donde ofreció una serie de talleres enfocados en esta innovadora perspectiva terapéutica.

–¿Cómo define la compasión y por qué la llevó a la terapia?

–Es básicamente una motivación; es la disposición a ser sensibles al sufrimiento y a las necesidades de las personas, así como la capacidad de saber qué hacer al respecto y llevarlo a cabo. Siempre hay dos componentes. Por un lado, está nuestra habilidad de ser sensibles al dolor, al sufrimiento y a las necesidades tanto propias como ajenas. Por otro, es necesario saber qué hacer. Es muy importante contar con ambos aspectos, porque a veces, algunas personas pueden ser muy sensibles y sentir el dolor de los demás, pero se paralizan y desisten porque no saben qué hacer. En resumen, la compasión implica tomar conciencia del sufrimiento y las necesidades propias y de los demás y comprometerse activamente a aliviarlos. Muchas veces se la confunde con el amor o la amabilidad, pero no son sinónimos.

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–¿Qué se necesita para ser compasivo?

–Requiere coraje y sabiduría, dos factores esenciales, porque sin ellos no es posible actuar. Pensá, por ejemplo, en los bomberos que se preparan para combatir un incendio y se arriesgan para salvar vidas. Eso es compasión, ¿no? Pero también tendrán que regular su ansiedad, ser muy inteligentes y sabios para enfrentarse al fuego. La compasión es esa motivación profunda, pero las formas en que se expresa, varían según la situación y la persona hacia la que va dirigida.

–¿Qué lo motivó a crear la Terapia Centrada en la Compasión?

–Me formé en terapia cognitiva. Hice mi doctorado de investigación en la Universidad de Edimburgo centrado en depresión severa y me especialicé en ese tema. Trabajaba con personas muy complicadas y deprimidas. Algunos pacientes lograban mejorar observando sus pensamientos, cambiándolos e intentando pensar de una forma más útil. Pero en otros casos, aunque eran capaces de hacer ese proceso, simplemente no les ayudaba.

Tuve una paciente con depresión bipolar que había sido adoptada a los nueve meses y creció en una familia muy hostil. Desde pequeña, desarrolló la creencia de que nunca debería haber nacido y que la vida sería mejor sin ella. Sin embargo, pudo armar una relación de pareja estable, tuvo tres hijos y era una madre dedicada. Traté de mostrarle: “Tenés un esposo que te ama, hijos que te adoran…”. Pero algo no encajaba. Así que le pregunté: “Cuando escuchás estas ideas alternativas en tu mente, ¿cómo suenan? ¿Cómo es esa voz interna?”. Su respuesta fue reveladora. Me dijo que esa voz le hablaba con un tono severo, casi acusador: “¿Estás haciendo terapia cognitiva? Tenés un marido que te ama, tres hijos hermosos… ¿por qué estás deprimida? Mirá toda la evidencia”. Ese tono, en lugar de ayudarla, la hacía sentir peor. Fue entonces cuando entendí que no era solo qué se decía, sino cómo se decía. El tono era hostil y crítico. Entonces le sugerí : “¿Qué tal si cambiás ese tono y usás uno más compasivo y amigable para que empieces a sentir esas emociones?”. Enseguida se negó y no le encontró sentido y al intentar hacerlo, se sintió aún peor.

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–¿Por qué?

–La razón es que todos los sistemas motivacionales cargan sus propias memorias. Por ejemplo, si te encantan los quesos pero un día uno te cae mal, no querés comerlo nunca más. Tu cuerpo recuerda lo que pasó y lo rechaza. Precisamente por eso, el sistema de cuidados es el que codifica tanto el comportamiento de cuidar como el de ser cuidado. Tenemos un sistema en el cerebro asociado con los cuidados, y cuando alguien –hijos, pareja o quien sea– te cuida, está activando ese sistema. Pero si tenés un trauma relacionado con ese sistema –si alguien te ha abusado, herido o negado ese cuidado– entonces esa experiencia se vincula directamente con el trauma.

Por eso, ella no podía hacerlo. Cuando intentaba cuidarse a sí misma, lo que en realidad hacía era activar el sistema cerebral relacionado con el cuidado personal. El problema es que, en ese sistema, había memorias de trauma y al activarlo, también emergían esos recuerdos. Las personas que sufren estos traumas dicen cosas como: “No me gusta esto. Estoy tratando de ser compasivo conmigo mismo, pero no me resulta. Me siento muy triste”. ¿Por qué? Porque están agitando la herida del no haber sido amados. Están reactivando esas memorias.

Limpia y desintoxica

–¿Qué rol juega la Terapia Centrada en la Compasión en esto?

–La CFT se convirtió en una forma de ayudar a reactivar el sistema de cuidados, a limpiar y “desintoxicar” ese sistema, para que puedan empezar a usarlo como un recurso cuando se sienten deprimidos o emocionalmente dolidos.

–¿Cómo se logra revertir el cerebro?

–La clave es ayudarlos a entender lo que les pasa, a tener claridad. A veces encontrás gente que no está deprimida pero no puede aceptar el amor. Si alguien es amable con ellos, reaccionan con rechazo. Esto es porque tienen heridas no resueltas en su capacidad de sentirse amados. Es necesario desarrollar prácticas y ejercicios que estimulen lentamente ese sistema afectivo. Lo que sucede con estas personas lastimadas es que conservan la memoria de lo vivido, pero le han sacado la emoción a esas situaciones traumáticas. Freud lo llamaba “memoria sin emoción”, un recuerdo que se guarda sin su carga emocional, porque sentirlo sería demasiado abrumador. Muchas veces, las personas que han vivido traumas hablan de sus experiencias con distancia. Dicen cosas como: “Sí, me abusaban los viernes por la noche, pero así era en mi casa”, casi como si narraran una historia ajena. Es la emoción la que ha sido disociada, como mecanismo de defensa frente al dolor. Nuestro trabajo es ayudarles a reconectar esa emoción con la memoria. Acompañarlos con empatía. Porque es a través de la empatía que empezamos a sentir, a comprender y, finalmente, a sanar.

–¿Cuáles son esos pasos?

–Se trabaja en construir la capacidad compasiva en el cerebro. Se enseñan ejercicios de pensamiento vinculados específicamente a la parte de la corteza frontal del cerebro, de visualización y formas de pensar con compasión. Con el tiempo, aprenden a practicar esto de forma constante. Es una teoría profunda, extensa… y también dolorosa.

–¿Qué diferencia a la CFT de otras terapias dentro del enfoque cognitivo-conductual?

–La compasión está ligada al sufrimiento. Y algo muy importante es el tono con el que uno se habla a sí mismo. Cuando usamos una voz amable, comprensiva, estamos ayudando a regular nuestro sistema de amenazas: se desactiva la amígdala y se calma el sistema nervioso simpático. En cambio, cuando usamos una voz crítica o hostil, como decirnos: “¡Qué estúpido! ¿Por qué hiciste eso?,” lo único que hacemos es activar ese sistema de amenazas. El cerebro interpreta ese tipo de autodiálogo como un ataque, y eso empeora las cosas.

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–¿Por qué cree que este enfoque no se descubrió antes?

–Creo que hay un número de razones. Una de ellas es que la terapia comienza con un modelo particular. Por ejemplo, la terapia psicodinámica se enfoca en los procesos inconscientes y no tanto en cómo se relacionan las personas consigo mismas en el presente. La segunda razón es que los enfoques cognitivos han estado muy centrados en los procesos mentales racionales, en la búsqueda de evidencia, pero no han explorado demasiado los procesos motivacionales que subyacen al comportamiento. Y la tercera es que, hasta hace poco, no teníamos una comprensión clara del enfoque biopsicosocial, algo que yo he estado promoviendo durante muchos años. Necesitamos desarrollar terapias basadas en cómo realmente funciona el cerebro, porque solo así podemos diseñar intervenciones que estimulen los procesos adecuados. En mi caso, también hubo otras influencias. Me interesé profundamente en el budismo y, además, siempre le presté mucha atención a lo que los pacientes decían. Durante mi doctorado en Edimburgo trabajaba en una unidad clínica que recibía pacientes con estados depresivos muy graves. Recuerdo que mi profesor me dijo algo que me marcó: “La mejor forma de comprender la depresión es escuchar a quienes la padecen. No necesitás hacer nada más”.

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Autocrítica y salud mental

–Cuesta tanto ser compasivo con uno mismo… ¿a qué se debe?

–Una de las razones es que cuando comenzás a ser compasivo con vos mismo pueden surgir dolores o enojos no procesados. Lo que subyace a la autocrítica suele ser el miedo. Cuando te criticás, te estresás o frustrás. Esa angustia y preocupación generalmente están relacionadas al temor de que si fallás, sentís que no valés nada, que sos peor que los demás o que vas a ser rechazado. La compasión apunta justamente a esa parte que impulsa la crítica: al miedo de no ser lo suficientemente bueno, de no ser querido o de ser rechazado. Las cosas por las que uno tiende a ser crítico con uno mismo generalmente son cosas que sí te importan. Cuanto más importante es algo para vos, más crítico te volvés cuando no sale como esperabas.

–¿De qué manera influye la autocrítica en la salud mental y por qué es tan central abordarla desde la compasión?

–La clave está en comprender que la manera en que pensamos impacta directamente en nuestro cerebro. Por ejemplo, si estás acostado en la cama preocupado, prestá atención a lo que estás pensando, a lo que planeás hacer y a lo que sentís en el cuerpo y en el corazón. En cambio, si estás acostado pensando en algo que te enoja, tu sistema fisiológico responderá de otra manera. Si pensás en algo sexual, estimularás áreas muy distintas en tu cerebro. Incluso podés alterar tu flujo sanguíneo. Todo eso lo estás generando con tu mente. Ahora bien, si estás siendo autocrítico, ¿qué sistemas estás activando? El sistema de amenaza: generás cortisol, se activa la amígdala, y tu cuerpo entra en estado de alerta. En cambio, cuando sos compasivo, se pone en marcha un sistema completamente distinto, con una fisiología, emociones y respuestas de hormonas diferentes. Lo valioso de la compasión es que no se trata solo de ser amable, sino de activar redes cerebrales que te ayuden a calmarte, reorganizar tus pensamientos y encender la corteza frontal. La autocrítica, por el contrario, inhibe esa zona del cerebro y te hace menos capaz de pensar racionalmente. Eso es exactamente lo que hace el sistema de amenaza.

–¿Cómo ayuda la CFT a comprender que muchos de los conflictos tienen origen en experiencias de apego dolorosas que no elegimos ni planificamos?

–La compasión nos permite reconciliarnos con nuestra historia, porque en realidad somos una especie profundamente social. Mientras que la mayoría de los primates alcanzan la madurez en uno o dos años, nosotros tardamos mucho más. Esa prolongada dependencia es la que hace posible que nuestros cerebros se desarrollen de manera saludable… o no tanto. Es como aprender un idioma. Si siempre escuchás inglés, tu cerebro se adapta a ese lenguaje. Pero si crecés en un ambiente amigable o, por el contrario, en uno traumático, tu cerebro también se adapta. Se amolda a la calidad del entorno, sea este cálido o hostil.

–¿Qué consejos puede dar para ser más compasivo con uno mismo y con los demás?

–Lo primero es entender cómo y por qué la compasión puede ayudarte. Es fundamental saber que la compasión orienta tu cerebro y te permite enfrentar mejor las dificultades, mucho más que si solo te criticás o te menospreciás. También mejora nuestras relaciones, porque ayuda a manejar los altibajos. Uno de los problemas que muchos tienen en sus vínculos es que están bien cuando todo va bien, pero no saben cómo manejar los momentos difíciles. Entran en conflicto, no saben cómo resolverlos, ni cómo ser comprensivos, empáticos o cómo perdonar. Cuanta más compasión tenemos hacia los demás, más sensibles nos volvemos a sus necesidades y más nos interesamos por ayudarlos. Eso hace que las relaciones funcionen mejor y tengan más probabilidades de ser apoyo y ayuda para nosotros. Tener relaciones así es muy beneficioso para el cerebro. La compasión es como un lubricante: hace que todo funcione mejor. Porque si sos duro, exigente, crítico o estás lleno de ira, esas emociones tienden a complicarte la vida. En cambio, la compasión aporta calma. Requiere mucho coraje y es una fuerza activa que, a veces, es la que te dice: “Esta relación es tóxica, necesito salir de ella”. En ese sentido, también puede ser muy asertiva. En definitiva, es una guía que te orienta hacia decisiones que te hacen bien, en lugar de aquellas que te dañan.

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–Para cerrar, ¿cómo se puede introducir la compasión en la sociedad?

–Existen muchas áreas en las que se puede trabajar, como la educación, el liderazgo o la salud, y cada uno puede elegir en cuál enfocarse. En la Argentina, junto a la neuróloga Lorena Llobenes, estamos apoyando el programa Bienestar en red desde CABA, donde se enseña compasión a los niños desde la escuela. Creo que lo más importante es tener una comprensión científica de la compasión. Es fundamental ayudar a la gente a entender que la compasión requiere tanto coraje como sabiduría. Y es clave formar líderes compasivos en cada comunidad para que ese enfoque se multiplique y tenga verdadero impacto.

Los pasos del entrenamiento compasivo

Entrenar la atención observando a qué le damos importanciaPracticar mindfulness para desarrollar la capacidad de estar presenteHacer ejercicios de respiración y trabajar la posturaRealizar actividad física en forma recurrente para activar el metabolismoElegir una dieta saludable y evitar alimentos inflamatoriosDedicarle tiempo a las cosas placenterasTrabajar en conductas específicas como la amabilidad y tener interacción socialUsar la imaginación y crear imágenes de otros que son compasivos con nosotros para estimular la mente

Su mirada y su tono de voz transmiten compasión. Empático con quienes sufren, es de esas personas con las que uno se siente cómodo enseguida, dispuesto a sincerarse y a abrir el corazón. Paul Gilbert, psicólogo británico, es un auténtico profeta en su tierra, reconocido por sus pares como el creador de la Terapia Centrada en la Compasión (CFT por sus siglas en inglés), un sistema de psicoterapia que combina técnicas de la terapia cognitivo-conductual con conceptos de la psicología evolutiva, social, del desarrollo, budista y la neurociencia. Además, es presidente de Compassionate Mind Foundation en el Reino Unido y autor de decenas de artículos y libros clínicos.

Uno de sus principales objetivos es utilizar el entrenamiento mental compasivo para ayudar a las personas a desarrollar y trabajar con experiencias de calidez interior, seguridad y tranquilidad mediante la compasión y la autocompasión. Recientemente visitó la Argentina, donde ofreció una serie de talleres enfocados en esta innovadora perspectiva terapéutica.

–¿Cómo define la compasión y por qué la llevó a la terapia?

–Es básicamente una motivación; es la disposición a ser sensibles al sufrimiento y a las necesidades de las personas, así como la capacidad de saber qué hacer al respecto y llevarlo a cabo. Siempre hay dos componentes. Por un lado, está nuestra habilidad de ser sensibles al dolor, al sufrimiento y a las necesidades tanto propias como ajenas. Por otro, es necesario saber qué hacer. Es muy importante contar con ambos aspectos, porque a veces, algunas personas pueden ser muy sensibles y sentir el dolor de los demás, pero se paralizan y desisten porque no saben qué hacer. En resumen, la compasión implica tomar conciencia del sufrimiento y las necesidades propias y de los demás y comprometerse activamente a aliviarlos. Muchas veces se la confunde con el amor o la amabilidad, pero no son sinónimos.

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–¿Qué se necesita para ser compasivo?

–Requiere coraje y sabiduría, dos factores esenciales, porque sin ellos no es posible actuar. Pensá, por ejemplo, en los bomberos que se preparan para combatir un incendio y se arriesgan para salvar vidas. Eso es compasión, ¿no? Pero también tendrán que regular su ansiedad, ser muy inteligentes y sabios para enfrentarse al fuego. La compasión es esa motivación profunda, pero las formas en que se expresa, varían según la situación y la persona hacia la que va dirigida.

–¿Qué lo motivó a crear la Terapia Centrada en la Compasión?

–Me formé en terapia cognitiva. Hice mi doctorado de investigación en la Universidad de Edimburgo centrado en depresión severa y me especialicé en ese tema. Trabajaba con personas muy complicadas y deprimidas. Algunos pacientes lograban mejorar observando sus pensamientos, cambiándolos e intentando pensar de una forma más útil. Pero en otros casos, aunque eran capaces de hacer ese proceso, simplemente no les ayudaba.

Tuve una paciente con depresión bipolar que había sido adoptada a los nueve meses y creció en una familia muy hostil. Desde pequeña, desarrolló la creencia de que nunca debería haber nacido y que la vida sería mejor sin ella. Sin embargo, pudo armar una relación de pareja estable, tuvo tres hijos y era una madre dedicada. Traté de mostrarle: “Tenés un esposo que te ama, hijos que te adoran…”. Pero algo no encajaba. Así que le pregunté: “Cuando escuchás estas ideas alternativas en tu mente, ¿cómo suenan? ¿Cómo es esa voz interna?”. Su respuesta fue reveladora. Me dijo que esa voz le hablaba con un tono severo, casi acusador: “¿Estás haciendo terapia cognitiva? Tenés un marido que te ama, tres hijos hermosos… ¿por qué estás deprimida? Mirá toda la evidencia”. Ese tono, en lugar de ayudarla, la hacía sentir peor. Fue entonces cuando entendí que no era solo qué se decía, sino cómo se decía. El tono era hostil y crítico. Entonces le sugerí : “¿Qué tal si cambiás ese tono y usás uno más compasivo y amigable para que empieces a sentir esas emociones?”. Enseguida se negó y no le encontró sentido y al intentar hacerlo, se sintió aún peor.

Tenía una infección urinaria, tomó jugo como remedio y cuando conoció el verdadero diagnóstico ya era tarde

–¿Por qué?

–La razón es que todos los sistemas motivacionales cargan sus propias memorias. Por ejemplo, si te encantan los quesos pero un día uno te cae mal, no querés comerlo nunca más. Tu cuerpo recuerda lo que pasó y lo rechaza. Precisamente por eso, el sistema de cuidados es el que codifica tanto el comportamiento de cuidar como el de ser cuidado. Tenemos un sistema en el cerebro asociado con los cuidados, y cuando alguien –hijos, pareja o quien sea– te cuida, está activando ese sistema. Pero si tenés un trauma relacionado con ese sistema –si alguien te ha abusado, herido o negado ese cuidado– entonces esa experiencia se vincula directamente con el trauma.

Por eso, ella no podía hacerlo. Cuando intentaba cuidarse a sí misma, lo que en realidad hacía era activar el sistema cerebral relacionado con el cuidado personal. El problema es que, en ese sistema, había memorias de trauma y al activarlo, también emergían esos recuerdos. Las personas que sufren estos traumas dicen cosas como: “No me gusta esto. Estoy tratando de ser compasivo conmigo mismo, pero no me resulta. Me siento muy triste”. ¿Por qué? Porque están agitando la herida del no haber sido amados. Están reactivando esas memorias.

Limpia y desintoxica

–¿Qué rol juega la Terapia Centrada en la Compasión en esto?

–La CFT se convirtió en una forma de ayudar a reactivar el sistema de cuidados, a limpiar y “desintoxicar” ese sistema, para que puedan empezar a usarlo como un recurso cuando se sienten deprimidos o emocionalmente dolidos.

–¿Cómo se logra revertir el cerebro?

–La clave es ayudarlos a entender lo que les pasa, a tener claridad. A veces encontrás gente que no está deprimida pero no puede aceptar el amor. Si alguien es amable con ellos, reaccionan con rechazo. Esto es porque tienen heridas no resueltas en su capacidad de sentirse amados. Es necesario desarrollar prácticas y ejercicios que estimulen lentamente ese sistema afectivo. Lo que sucede con estas personas lastimadas es que conservan la memoria de lo vivido, pero le han sacado la emoción a esas situaciones traumáticas. Freud lo llamaba “memoria sin emoción”, un recuerdo que se guarda sin su carga emocional, porque sentirlo sería demasiado abrumador. Muchas veces, las personas que han vivido traumas hablan de sus experiencias con distancia. Dicen cosas como: “Sí, me abusaban los viernes por la noche, pero así era en mi casa”, casi como si narraran una historia ajena. Es la emoción la que ha sido disociada, como mecanismo de defensa frente al dolor. Nuestro trabajo es ayudarles a reconectar esa emoción con la memoria. Acompañarlos con empatía. Porque es a través de la empatía que empezamos a sentir, a comprender y, finalmente, a sanar.

–¿Cuáles son esos pasos?

–Se trabaja en construir la capacidad compasiva en el cerebro. Se enseñan ejercicios de pensamiento vinculados específicamente a la parte de la corteza frontal del cerebro, de visualización y formas de pensar con compasión. Con el tiempo, aprenden a practicar esto de forma constante. Es una teoría profunda, extensa… y también dolorosa.

–¿Qué diferencia a la CFT de otras terapias dentro del enfoque cognitivo-conductual?

–La compasión está ligada al sufrimiento. Y algo muy importante es el tono con el que uno se habla a sí mismo. Cuando usamos una voz amable, comprensiva, estamos ayudando a regular nuestro sistema de amenazas: se desactiva la amígdala y se calma el sistema nervioso simpático. En cambio, cuando usamos una voz crítica o hostil, como decirnos: “¡Qué estúpido! ¿Por qué hiciste eso?,” lo único que hacemos es activar ese sistema de amenazas. El cerebro interpreta ese tipo de autodiálogo como un ataque, y eso empeora las cosas.

Horóscopo: cómo será tu semana del 4 al 10 de mayo de 2025

–¿Por qué cree que este enfoque no se descubrió antes?

–Creo que hay un número de razones. Una de ellas es que la terapia comienza con un modelo particular. Por ejemplo, la terapia psicodinámica se enfoca en los procesos inconscientes y no tanto en cómo se relacionan las personas consigo mismas en el presente. La segunda razón es que los enfoques cognitivos han estado muy centrados en los procesos mentales racionales, en la búsqueda de evidencia, pero no han explorado demasiado los procesos motivacionales que subyacen al comportamiento. Y la tercera es que, hasta hace poco, no teníamos una comprensión clara del enfoque biopsicosocial, algo que yo he estado promoviendo durante muchos años. Necesitamos desarrollar terapias basadas en cómo realmente funciona el cerebro, porque solo así podemos diseñar intervenciones que estimulen los procesos adecuados. En mi caso, también hubo otras influencias. Me interesé profundamente en el budismo y, además, siempre le presté mucha atención a lo que los pacientes decían. Durante mi doctorado en Edimburgo trabajaba en una unidad clínica que recibía pacientes con estados depresivos muy graves. Recuerdo que mi profesor me dijo algo que me marcó: “La mejor forma de comprender la depresión es escuchar a quienes la padecen. No necesitás hacer nada más”.

Paul Gilbert, el psicólogo que habla sobre el poder de la compasión

Autocrítica y salud mental

–Cuesta tanto ser compasivo con uno mismo… ¿a qué se debe?

–Una de las razones es que cuando comenzás a ser compasivo con vos mismo pueden surgir dolores o enojos no procesados. Lo que subyace a la autocrítica suele ser el miedo. Cuando te criticás, te estresás o frustrás. Esa angustia y preocupación generalmente están relacionadas al temor de que si fallás, sentís que no valés nada, que sos peor que los demás o que vas a ser rechazado. La compasión apunta justamente a esa parte que impulsa la crítica: al miedo de no ser lo suficientemente bueno, de no ser querido o de ser rechazado. Las cosas por las que uno tiende a ser crítico con uno mismo generalmente son cosas que sí te importan. Cuanto más importante es algo para vos, más crítico te volvés cuando no sale como esperabas.

–¿De qué manera influye la autocrítica en la salud mental y por qué es tan central abordarla desde la compasión?

–La clave está en comprender que la manera en que pensamos impacta directamente en nuestro cerebro. Por ejemplo, si estás acostado en la cama preocupado, prestá atención a lo que estás pensando, a lo que planeás hacer y a lo que sentís en el cuerpo y en el corazón. En cambio, si estás acostado pensando en algo que te enoja, tu sistema fisiológico responderá de otra manera. Si pensás en algo sexual, estimularás áreas muy distintas en tu cerebro. Incluso podés alterar tu flujo sanguíneo. Todo eso lo estás generando con tu mente. Ahora bien, si estás siendo autocrítico, ¿qué sistemas estás activando? El sistema de amenaza: generás cortisol, se activa la amígdala, y tu cuerpo entra en estado de alerta. En cambio, cuando sos compasivo, se pone en marcha un sistema completamente distinto, con una fisiología, emociones y respuestas de hormonas diferentes. Lo valioso de la compasión es que no se trata solo de ser amable, sino de activar redes cerebrales que te ayuden a calmarte, reorganizar tus pensamientos y encender la corteza frontal. La autocrítica, por el contrario, inhibe esa zona del cerebro y te hace menos capaz de pensar racionalmente. Eso es exactamente lo que hace el sistema de amenaza.

–¿Cómo ayuda la CFT a comprender que muchos de los conflictos tienen origen en experiencias de apego dolorosas que no elegimos ni planificamos?

–La compasión nos permite reconciliarnos con nuestra historia, porque en realidad somos una especie profundamente social. Mientras que la mayoría de los primates alcanzan la madurez en uno o dos años, nosotros tardamos mucho más. Esa prolongada dependencia es la que hace posible que nuestros cerebros se desarrollen de manera saludable… o no tanto. Es como aprender un idioma. Si siempre escuchás inglés, tu cerebro se adapta a ese lenguaje. Pero si crecés en un ambiente amigable o, por el contrario, en uno traumático, tu cerebro también se adapta. Se amolda a la calidad del entorno, sea este cálido o hostil.

–¿Qué consejos puede dar para ser más compasivo con uno mismo y con los demás?

–Lo primero es entender cómo y por qué la compasión puede ayudarte. Es fundamental saber que la compasión orienta tu cerebro y te permite enfrentar mejor las dificultades, mucho más que si solo te criticás o te menospreciás. También mejora nuestras relaciones, porque ayuda a manejar los altibajos. Uno de los problemas que muchos tienen en sus vínculos es que están bien cuando todo va bien, pero no saben cómo manejar los momentos difíciles. Entran en conflicto, no saben cómo resolverlos, ni cómo ser comprensivos, empáticos o cómo perdonar. Cuanta más compasión tenemos hacia los demás, más sensibles nos volvemos a sus necesidades y más nos interesamos por ayudarlos. Eso hace que las relaciones funcionen mejor y tengan más probabilidades de ser apoyo y ayuda para nosotros. Tener relaciones así es muy beneficioso para el cerebro. La compasión es como un lubricante: hace que todo funcione mejor. Porque si sos duro, exigente, crítico o estás lleno de ira, esas emociones tienden a complicarte la vida. En cambio, la compasión aporta calma. Requiere mucho coraje y es una fuerza activa que, a veces, es la que te dice: “Esta relación es tóxica, necesito salir de ella”. En ese sentido, también puede ser muy asertiva. En definitiva, es una guía que te orienta hacia decisiones que te hacen bien, en lugar de aquellas que te dañan.

Un inesperado objeto podría impactar contra la Tierra en los próximos días tras 53 años a la deriva

–Para cerrar, ¿cómo se puede introducir la compasión en la sociedad?

–Existen muchas áreas en las que se puede trabajar, como la educación, el liderazgo o la salud, y cada uno puede elegir en cuál enfocarse. En la Argentina, junto a la neuróloga Lorena Llobenes, estamos apoyando el programa Bienestar en red desde CABA, donde se enseña compasión a los niños desde la escuela. Creo que lo más importante es tener una comprensión científica de la compasión. Es fundamental ayudar a la gente a entender que la compasión requiere tanto coraje como sabiduría. Y es clave formar líderes compasivos en cada comunidad para que ese enfoque se multiplique y tenga verdadero impacto.

Los pasos del entrenamiento compasivo

Entrenar la atención observando a qué le damos importanciaPracticar mindfulness para desarrollar la capacidad de estar presenteHacer ejercicios de respiración y trabajar la posturaRealizar actividad física en forma recurrente para activar el metabolismoElegir una dieta saludable y evitar alimentos inflamatoriosDedicarle tiempo a las cosas placenterasTrabajar en conductas específicas como la amabilidad y tener interacción socialUsar la imaginación y crear imágenes de otros que son compasivos con nosotros para estimular la mente 

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