Fernanda Metilli: de sus inicios en Tandil y la autogestión, a protagonizar la nueva obra de teatro de Juan José Campanella

Fernanda Metilli es pura sonrisa. Desde que Juan José Campanella la seleccionó para formar parte de su nueva propuesta teatral desborda de entusiasmo. ¿Su primer flechazo con la comedia? Sentada en el living de su casa de la infancia en Tandil viendo Rompeportones con sus padres a pura carcajada. Entre esa primer contacto con su vocación y el llamado del director ganador del Oscar pasaron más de 30 años y mucha disciplina.

A sus 22 años, Metilli se mudó a Buenos Aires persiguiendo la ilusión de de dedicarse a la actuación, trabajó en un local de ropa hasta que ingresó a Fox Life y formó parte del ciclo Vanesa de noche, con la humorista y comediante chilena Vanesa Miller. En aquel programa cobró su primer cachet profesional, aunque en Tandil ya había cobrado modestamente por sus primeros shows de stand up y animación de fiestas.

Hoy, a sus 40 años, divide su tiempo entre los shows de Las chicas de la culpa y los ensayos de Empieza con D 7 letras que se estrena el 10 de enero en el Teatro Politeama. Recibe a LA NACION en su luminosa y colorida casa, donde vive junto a sus mascotas: dos perros y un gato llamados Pantuflas, Chancleta y Patrañas.

El llamado de Campanella: “Pensé que era un chiste”

—Juan José Campanella te convocó para su nueva obra de teatro Empieza con D 7 letras.

—Sí, pensé que era un chiste ¡En serio! Me llegó un audio, él no tiene su foto en WhatsApp, así que me puse a escuchar y no lo podía creer: “Hola, soy Juan José Campanella, te vi en la Como el Culo, Chorros e Inmaduros”. Me empecé a reír porque no lo podía creer. Me contó que había escrito junto con su esposa, Cecilia Monti, una comedia romántica y que había pensado en Eduardo Blanco para el protagónico y en mí para el personaje de la mujer. Cuando leí la obra y me di cuenta de que era un coprotagónico con Eduardo [Blanco] no lo podía creer ¡Así me hubiese dicho que tenía que hacer de árbol sobre el escenario, lo hubiese hecho! Es una obra que tiene muchísimo humor y está escrita maravillosamente. Me encantó.

—¿Cómo es tu personaje?

—Miranda, mi personaje, es una mujer de 40 que está separada hace un año y ese divorcio lo siente como un gran fracaso. Hay mucho de la realidad de las aplicaciones de citas y del no compromiso que la atraviesa. Yo no lo vivo personalmente, pero sí de cerca, con algunas de mis amigas, y sé que estas desilusiones atraviesan a un montón de gente. Es una mina que está en un momento frágil, pero que en realidad es muy fuerte. Es alguien que puede ver el lado positivo a la vida, y hay una linda conjunción cuando se encuentra con Luis [el personaje interpretado por Eduardo Blanco]. Es una comedia que tiene algo del hombre y la mujer común…

—Lo que tienen en general todas las historias de Juan José Campanella…

—Sí, hay mucho de lo simple que él pone bajo una lupa. En todas sus obras, la gente mirá sus personajes y sus historias y piensa ¡Claro, soy yo! Todo está atravesado con mucha realidad, pero también con mucho humor.

—¿Cómo es Juan José Campanella como director de teatro?

—Es espectacular. Nos reímos mucho. Él dirige teatro como supongo que dirige cine: antes de cada escena dice ¡acción! y pone el cronómetro, que es un código muy de cine. Nos divertimos mucho. Tiene los dos mundos ahí metidos: siento que él mira los ensayos de teatro como si fuese una película. Y nos dice: ¡que salga siempre así! Con Eduardo [Blanco] nos reímos y le decimos: ‘¡Mirá que en teatro es todos los días una función distinta! No nos va salir exactamente igual’. Él festeja como niño cuando ve que todo se va ejecutando tal cual lo pensó.

El amor con Agustín “Rada” Aristarán

—Hace diez años que estás en pareja con Agustín “Rada” Aristarán. Los dos son artistas con muchísima energía e intensidad…

—Los dos tenemos una mirada de humor y de como de pasarla bien. Entonces casi siempre vamos a pegar el volantazo para ese lado. Nos divertimos, por ejemplo, yo amo el cine de terror y Agustín [Aristarán] es un nene de cuatro años, que se tapa con las escenas de miedo. Hace poco estábamos viendo La sustancia y en los últimos 20 minutos se puso tan nervioso que empezó a pasar la aspiradora. ¡Me hizo matar de risa! Nos reímos mucho del otro. Ahora, si estamos en un asado con amigos, estamos tranquilos, porque no necesitamos tener el protagónico ahí.

—Llevan una década en pareja y decidieron no convivir.

—No, yo me voy para su casa con los perros y nos conectamos desde la ganas genuinas. Los dos tenemos un trabajo muy sociable y a mí a veces me gusta estar sola y hacer limpieza social. Él puede hacer 40.000 notas, volver a su casa y hacer un asado con amigos. Nos respetamos mucho en eso. No fue fácil, al principio discutíamos, pero pudimos entendernos y establecer este acuerdo de una manera sana. Además está Bianqui [la hija de Aristarán] que está por cumplir 19 años y que pasa la mitad de la semana con él.

Una vida atravesada por el humor

—Tu profesión es hacer reír a la gente ¿Qué rol crees que cumple la comedia en la sociedad?

—La gente necesita consumir humor, desahogar, reírse. Es un época de crisis y mucha gente tiene menos para gastar, así que eso que pueden gastar, lo van a invertir en pasarla bien. Lo vi muy de cerca con Las chicas de la culpa, en plena pandemia la necesidad más grande que tenía la gente era la de reírse. Hubo una ola: toda la gente que hacía humor la rompió y las pocas obras que había de drama bajaron al mes porque ¡Para drama, está la vida! La gente se quiere reír y Empieza con D 7 letras tiene mucha comedia, pero además es una historia de amor con mucha ternura.

—¿Cuál es el rol del humor en tu vida?

—No podría sostener toda esa energía que tengo en el escenario en mi vida. Soy recontra tranqui, pero el humor es una forma de ver el mundo. Hay situaciones dramáticas que pasado el tiempo se pueden ver desde afuera como escenas graciosas en si mismas. En general, atravieso la tristeza con la misma magnitud con la que atravieso el humor.

—En el último tiempo, las mujeres fueron ganando terreno en el humor…

—Es un gran orgullo ser parte de esas mujeres y lo vivo como un logro muy grande. Me genera mucho orgullo que Las chicas de la culpa sea reconocido a nivel mundial y que Campanella me convoque. Toda mi vida me gustó consumir humor y siempre seguí a las mujeres que hacían comedia. Había algo hipnótico para mi en una mujer haciendo humor, me pasaba, por ejemplo, con Anita Acosta y también admiro mucho a Nini Marshall. Que cada vez más mujeres se animen a la comedia me genera mucha emoción. Me da mucho orgullo poder allanarle el camino a las que vienen. Cada vez somos más y hay lugar para todas, me fascina.

—¿Cuáles son los límites del humor hoy?

—El límite siempre es el chiste ¿De qué te estás riendo? El chiste tiene que ser un chiste y no una bardeada. El límite es el otro. Si me voy a reír de algo externo de alguien, no es un chiste: me estoy burlando.

—A la hora de juzgar el humor, ¿la lupa está más puesta en las mujeres?

—Sí, todavía falta un montón por derribar, pero no le damos bola. Seguimos para adelante. Con Las chicas de la culpa recibimos muchos comentarios del estilo: “¡Qué ordinarias! ¡Son mujeres! ¿Cómo van a decir eso?” Y si el mismo chiste lo hace un hombre se lo dejan pasar. A mí me fascina Yayo [Guridi], pero si yo me paro a hacer lo mismo él me van a destruir. No nos miden con la misma vara pero seguimos haciendo y defendiendo nuestro lugar. Hay diferentes tipos de humor y hay público para todos.

—De Tandil a protagonizar la nueva obra de teatro de Campanella ¿Cómo ves tu camino en retrospectiva?

—Con mucho agradecimiento a la vida y a mí misma por ponerle el cuerpo. Soy muy privilegiada y no fue fácil. Nunca me perdí ni me distraje. Cuando vine a Buenos Aires a los 22 años mi vieja me había dado sus ahorros y viví con una prima. En la gran ciudad podría haber perdido el foco y me autogestioné. No quiere decir que no me divertí, pero en mi primer laburo de actriz tenía compañeros que salían a la noche e iban con dos horas de descanso, nomás. No pienso que eso estuviese mal, porque teníamos 22 años, pero yo mantuve siempre mi disciplina: me iba a dormir a las 12, cuidaba mi voz y trataba de estar fresca para trabajar. Sea una obra infantil para cuatro personas o la obra de Campanella, para mí la disciplina es la misma.

Para agendar

Empieza con D 7 letras, se estrena el 10 de enero en el Teatro Politeama (Paraná 353). Funciones: de viernes a domingos. Tickets en venta en Plateanet.com

Fernanda Metilli es pura sonrisa. Desde que Juan José Campanella la seleccionó para formar parte de su nueva propuesta teatral desborda de entusiasmo. ¿Su primer flechazo con la comedia? Sentada en el living de su casa de la infancia en Tandil viendo Rompeportones con sus padres a pura carcajada. Entre esa primer contacto con su vocación y el llamado del director ganador del Oscar pasaron más de 30 años y mucha disciplina.

A sus 22 años, Metilli se mudó a Buenos Aires persiguiendo la ilusión de de dedicarse a la actuación, trabajó en un local de ropa hasta que ingresó a Fox Life y formó parte del ciclo Vanesa de noche, con la humorista y comediante chilena Vanesa Miller. En aquel programa cobró su primer cachet profesional, aunque en Tandil ya había cobrado modestamente por sus primeros shows de stand up y animación de fiestas.

Hoy, a sus 40 años, divide su tiempo entre los shows de Las chicas de la culpa y los ensayos de Empieza con D 7 letras que se estrena el 10 de enero en el Teatro Politeama. Recibe a LA NACION en su luminosa y colorida casa, donde vive junto a sus mascotas: dos perros y un gato llamados Pantuflas, Chancleta y Patrañas.

El llamado de Campanella: “Pensé que era un chiste”

—Juan José Campanella te convocó para su nueva obra de teatro Empieza con D 7 letras.

—Sí, pensé que era un chiste ¡En serio! Me llegó un audio, él no tiene su foto en WhatsApp, así que me puse a escuchar y no lo podía creer: “Hola, soy Juan José Campanella, te vi en la Como el Culo, Chorros e Inmaduros”. Me empecé a reír porque no lo podía creer. Me contó que había escrito junto con su esposa, Cecilia Monti, una comedia romántica y que había pensado en Eduardo Blanco para el protagónico y en mí para el personaje de la mujer. Cuando leí la obra y me di cuenta de que era un coprotagónico con Eduardo [Blanco] no lo podía creer ¡Así me hubiese dicho que tenía que hacer de árbol sobre el escenario, lo hubiese hecho! Es una obra que tiene muchísimo humor y está escrita maravillosamente. Me encantó.

—¿Cómo es tu personaje?

—Miranda, mi personaje, es una mujer de 40 que está separada hace un año y ese divorcio lo siente como un gran fracaso. Hay mucho de la realidad de las aplicaciones de citas y del no compromiso que la atraviesa. Yo no lo vivo personalmente, pero sí de cerca, con algunas de mis amigas, y sé que estas desilusiones atraviesan a un montón de gente. Es una mina que está en un momento frágil, pero que en realidad es muy fuerte. Es alguien que puede ver el lado positivo a la vida, y hay una linda conjunción cuando se encuentra con Luis [el personaje interpretado por Eduardo Blanco]. Es una comedia que tiene algo del hombre y la mujer común…

—Lo que tienen en general todas las historias de Juan José Campanella…

—Sí, hay mucho de lo simple que él pone bajo una lupa. En todas sus obras, la gente mirá sus personajes y sus historias y piensa ¡Claro, soy yo! Todo está atravesado con mucha realidad, pero también con mucho humor.

—¿Cómo es Juan José Campanella como director de teatro?

—Es espectacular. Nos reímos mucho. Él dirige teatro como supongo que dirige cine: antes de cada escena dice ¡acción! y pone el cronómetro, que es un código muy de cine. Nos divertimos mucho. Tiene los dos mundos ahí metidos: siento que él mira los ensayos de teatro como si fuese una película. Y nos dice: ¡que salga siempre así! Con Eduardo [Blanco] nos reímos y le decimos: ‘¡Mirá que en teatro es todos los días una función distinta! No nos va salir exactamente igual’. Él festeja como niño cuando ve que todo se va ejecutando tal cual lo pensó.

El amor con Agustín “Rada” Aristarán

—Hace diez años que estás en pareja con Agustín “Rada” Aristarán. Los dos son artistas con muchísima energía e intensidad…

—Los dos tenemos una mirada de humor y de como de pasarla bien. Entonces casi siempre vamos a pegar el volantazo para ese lado. Nos divertimos, por ejemplo, yo amo el cine de terror y Agustín [Aristarán] es un nene de cuatro años, que se tapa con las escenas de miedo. Hace poco estábamos viendo La sustancia y en los últimos 20 minutos se puso tan nervioso que empezó a pasar la aspiradora. ¡Me hizo matar de risa! Nos reímos mucho del otro. Ahora, si estamos en un asado con amigos, estamos tranquilos, porque no necesitamos tener el protagónico ahí.

—Llevan una década en pareja y decidieron no convivir.

—No, yo me voy para su casa con los perros y nos conectamos desde la ganas genuinas. Los dos tenemos un trabajo muy sociable y a mí a veces me gusta estar sola y hacer limpieza social. Él puede hacer 40.000 notas, volver a su casa y hacer un asado con amigos. Nos respetamos mucho en eso. No fue fácil, al principio discutíamos, pero pudimos entendernos y establecer este acuerdo de una manera sana. Además está Bianqui [la hija de Aristarán] que está por cumplir 19 años y que pasa la mitad de la semana con él.

Una vida atravesada por el humor

—Tu profesión es hacer reír a la gente ¿Qué rol crees que cumple la comedia en la sociedad?

—La gente necesita consumir humor, desahogar, reírse. Es un época de crisis y mucha gente tiene menos para gastar, así que eso que pueden gastar, lo van a invertir en pasarla bien. Lo vi muy de cerca con Las chicas de la culpa, en plena pandemia la necesidad más grande que tenía la gente era la de reírse. Hubo una ola: toda la gente que hacía humor la rompió y las pocas obras que había de drama bajaron al mes porque ¡Para drama, está la vida! La gente se quiere reír y Empieza con D 7 letras tiene mucha comedia, pero además es una historia de amor con mucha ternura.

—¿Cuál es el rol del humor en tu vida?

—No podría sostener toda esa energía que tengo en el escenario en mi vida. Soy recontra tranqui, pero el humor es una forma de ver el mundo. Hay situaciones dramáticas que pasado el tiempo se pueden ver desde afuera como escenas graciosas en si mismas. En general, atravieso la tristeza con la misma magnitud con la que atravieso el humor.

—En el último tiempo, las mujeres fueron ganando terreno en el humor…

—Es un gran orgullo ser parte de esas mujeres y lo vivo como un logro muy grande. Me genera mucho orgullo que Las chicas de la culpa sea reconocido a nivel mundial y que Campanella me convoque. Toda mi vida me gustó consumir humor y siempre seguí a las mujeres que hacían comedia. Había algo hipnótico para mi en una mujer haciendo humor, me pasaba, por ejemplo, con Anita Acosta y también admiro mucho a Nini Marshall. Que cada vez más mujeres se animen a la comedia me genera mucha emoción. Me da mucho orgullo poder allanarle el camino a las que vienen. Cada vez somos más y hay lugar para todas, me fascina.

—¿Cuáles son los límites del humor hoy?

—El límite siempre es el chiste ¿De qué te estás riendo? El chiste tiene que ser un chiste y no una bardeada. El límite es el otro. Si me voy a reír de algo externo de alguien, no es un chiste: me estoy burlando.

—A la hora de juzgar el humor, ¿la lupa está más puesta en las mujeres?

—Sí, todavía falta un montón por derribar, pero no le damos bola. Seguimos para adelante. Con Las chicas de la culpa recibimos muchos comentarios del estilo: “¡Qué ordinarias! ¡Son mujeres! ¿Cómo van a decir eso?” Y si el mismo chiste lo hace un hombre se lo dejan pasar. A mí me fascina Yayo [Guridi], pero si yo me paro a hacer lo mismo él me van a destruir. No nos miden con la misma vara pero seguimos haciendo y defendiendo nuestro lugar. Hay diferentes tipos de humor y hay público para todos.

—De Tandil a protagonizar la nueva obra de teatro de Campanella ¿Cómo ves tu camino en retrospectiva?

—Con mucho agradecimiento a la vida y a mí misma por ponerle el cuerpo. Soy muy privilegiada y no fue fácil. Nunca me perdí ni me distraje. Cuando vine a Buenos Aires a los 22 años mi vieja me había dado sus ahorros y viví con una prima. En la gran ciudad podría haber perdido el foco y me autogestioné. No quiere decir que no me divertí, pero en mi primer laburo de actriz tenía compañeros que salían a la noche e iban con dos horas de descanso, nomás. No pienso que eso estuviese mal, porque teníamos 22 años, pero yo mantuve siempre mi disciplina: me iba a dormir a las 12, cuidaba mi voz y trataba de estar fresca para trabajar. Sea una obra infantil para cuatro personas o la obra de Campanella, para mí la disciplina es la misma.

Para agendar

Empieza con D 7 letras, se estrena el 10 de enero en el Teatro Politeama (Paraná 353). Funciones: de viernes a domingos. Tickets en venta en Plateanet.com

 

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