Stop Making Sense: el regreso a los cines de la icónica película de Jonathan Demme sobre Talking Heads

Cuando se estrenó en 1984 fue un acontecimiento. Y cuarenta años más tarde, su relanzamiento también lo es. Stop Making Sense, la película de Jonathan Demme cuyo material se filmó durante cuatro noches de diciembre de 1983 en el Pantages Theatre de Hollywood (en el marco de la gira por Estados Unidos de Talking Heads para presentar su por entonces flamante álbum Speaking in Tongues), vuelve a los cines en versión remasterizada en resolución 4K, una celebración a todo trapo.

La película que la famosa crítica Pauline Kael calificó como “cercana a la perfección” en The New Yorker llega a salas de cine de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza. Y está muy bien, porque en pantalla grande es donde resulta más apropiado verla. Cuando se estrenó en el 84, de hecho, la banda se negó a dar el permiso para que estuviera disponible en video o se exhibiera en televisión por cable. Después aparecieron copias en DVD y Blu-ray, pero con el paso del tiempo gente tan perfeccionista como David Byrne, Tina Weymouth y Chris Frantz (el núcleo duro del proyecto, al que después se sumó Jerry Harrison) por fin ha encontrado un relanzamiento a la altura de sus expectativas. Tanto como para volver a reunirse, después de muchísimos años de ignorarse (la última vez que se los había visto juntos fue en 2002, cuando Talking Heads ingresó al Salón de la Fama del Rock & Roll), y participar juntos de una serie de presentaciones y paneles de discusión en Toronto, Nueva York y Los Ángeles para promocionar este reestreno.

Fallecido en 2017, Demme tenía 40 años cuando rodó Stop Making Sense. Era fan de la banda desde la primera vez que la vio en Nueva York allá por 1979, cuando Talking Heads era una de las atracciones habituales en el CBGB, el famoso local donde también tocaban muy seguido Television, Patti Smith y los Ramones. La segunda vez que se cruzó con ellos, en 1983, el grupo de jóvenes blancos con pinta de nerds universitarios que casi no se movían en escena, ya había evolucionado y protagonizaba un espectáculo avasallante y perfectamente coreografiado, con músicos negros y latinos añadiendo matices a un menú que lo atrapó por completo.

Demme convenció a Gary Kurfirst, el manager del grupo, para que Talking Heads pidiera un adelanto a su sello discográfico destinado a financiar lo que sería muy pronto Stop Making Sense. Pagar la película equivalía a tener total control creativo, así que no hubo muchas dudas. Y el resultado de esa libertad creativa fue extraordinario. Porque Stop Making Sense no se parece a nada de lo que había ni de lo que vino después en materia de registro de conciertos: no están ni la logística que se puede espiar tras bambalinas, ni las entrevistas con integrantes de la banda, ni las imágenes del público embelesado, todos lugares comunes de este tipo de trabajos.

Demme decidió filmar a la banda en el escenario con un estilo que se distanciara notoriamente del ritmo frenético que en los años 80 empezó a imponer la recién creada MTV. Su enfoque minimalista encajaba a la perfección con la austeridad que los Talking Heads habían abrazado como recurso ya en su época de estudiantes de diseño en Rhode Island y que después fueron reconvirtiendo de a poco, como parte de una renovada propuesta integral de la banda: no a las poses rockeras, la pompa y el drama, pero un definitivo sí al trabajo imaginativo en la puesta en escena que caracterizó a los shows en buena parte de una trayectoria que dejó una marca indeleble en la música popular a través de una obra cocinada en poco más de una década (entre 1977 y 1991), con colaboradores esenciales como Brian Eno, Adrian Belew y Bernie Worrell.

La versión ampliada de Talking Heads que aparece en Stop Making Sense fue la culminación de un proceso que empezó en 1980 con Remain in Light, el disco donde el sonido del grupo incorporó como insumo clave la polirritmia africana que conoció de la mano de artistas como Fela Kuti y King Sunny Adé. Se sumaron entonces Belew y Alex Weir (guitarras), Worrell (teclados), Steve Scales (percusión), Busta Jones (bajo) y Dolette McDonald, Lynn Mabry y Ednah Holt (coros). Todos afoamericanos, menos uno (Belew, conocido por su trabajo en King Crimson).

Byrne puso en escena todo lo que había aprendido gracias a su contacto cercano con coreógrafos de la talla de Twyla Tharp y Toni Basil, transformando cada canción de los conciertos de la gira en una pieza individual, con sus movimientos, su iluminación e incluso su propio vestuario.

En el inicio de la película, el trabajo alrededor de un clásico de la banda como “Psycho Killer”, cantada por Byrne con el acompañamiento de una pista rítmica de boombox, sintetiza muy bien el espíritu de lo que vendrá después: una puesta en escena novedosa para cada tramo de un espectáculo que excedió por mucho el show de rock más convencional, apiló una tras otra canciones únicas e inoxidables como “Burning Down the House”, “Life During Wartime”, “This Must Be the Place”, “Take Me to the River” y alcanzó cotas tan elevadas como para que Byrne pensara que no había forma de superarlo. “Todos pensamos que comparado con Stop Making Sense lo que viniera después iba a ser decepcionante”, explicó él una vez concluido el tour. Y efectivamente esa fue la última gira de Talking Heads. Lo que Demme registró tiene, además de un indiscutible vuelo artístico, un gran valor documental. Conviene no dejar pasar la oportunidad de comprobarlo en una pantalla de cine.

10 razones para no perderse Stop Making Sense

1. El icónico traje gigante de David Byrne, que no fue una improvisación

El traje extragrande que luce David Byrne durante la interpretación de “Girlfriend Is Better” se convirtió en uno de los elementos más emblemáticos del documental. Según Byrne, la idea surgió de su fascinación por el diseño japonés y su deseo de jugar con las proporciones. La intención era que su cuerpo pareciera más pequeño, intensificando el efecto surrealista del espectáculo. Byrne lo describió como “la transformación de un hombre en una arquitectura ambulante”.

2. Fue el primer documental de conciertos grabado en 24 pistas de audio

Para garantizar una calidad de sonido excepcional, la película fue grabada en 24 pistas independientes, algo pionero en la época. Esto permitió a la banda y a los ingenieros trabajar meticulosamente en la mezcla, logrando un sonido cristalino que transporta al espectador directamente al lugar.

3. La apertura minimalista fue un experimento artístico

El documental comienza con Byrne solo en el escenario, tocando una guitarra acústica y un boombox en “Psycho Killer”. La banda se une gradualmente, canción por canción, hasta llenar el escenario en “Burning Down the House”. Este enfoque minimalista no solo mostró la evolución de la energía en el concierto, sino que también rompió con la fórmula tradicional de los espectáculos de rock.

4. El título está inspirado en una frase de Byrne

El nombre Stop Making Sense proviene de una línea que David Byrne escribió para un monólogo que nunca se usó. La frase refleja el ethos experimental de Talking Heads: desafiar la lógica y abrazar la creatividad desatada.

5. La dirección de Jonathan Demme cambió la forma de filmar conciertos

Jonathan Demme, conocido por su sensibilidad como cineasta (y famoso internacionalmente gracias a El silencio de los inocentes), evitó los típicos cortes rápidos y las tomas frenéticas de los registros musicales del mundo del rock y el pop. En su lugar, optó por planos largos y fluidos que permitían a los músicos y su actuación hablar por sí mismos. Cada movimiento y expresión es capturado con una precisión casi coreográfica.

6. La banda no quiso incluir tomas del público

A diferencia de otros documentales de conciertos, Stop Making Sense casi no muestra al público. Según Byrne, esto se hizo intencionalmente para mantener la atención en la banda y el espectáculo. La idea era crear una experiencia inmersiva, como si el espectador estuviera en el escenario.

7. El presupuesto fue sorprendentemente modesto

Con un presupuesto de solo 1,2 millones de dólares, la película logró un impacto visual y sonoro que superó con creces su inversión inicial. Este logro se debió en gran parte a la visión de Demme y al enfoque minimalista del diseño de producción.

8. La energía de la banda fue alimentada por ejercicios físicos intensos

David Byrne y los demás integrantes del grupo realizaron una estricta rutina de ejercicios para soportar la intensidad del espectáculo. Byrne, en particular, corría varios kilómetros al día para asegurarse de que pudiera cantar y moverse sin perder el aliento.

9. Tuvo un éxito inesperado en taquilla

Aunque los documentales musicales no solían ser grandes éxitos comerciales, Stop Making Sense sorprendió al recaudar más de 12 millones de dólares en taquilla. Esto ayudó a cimentar su estatus como una de las películas de conciertos más influyentes de la historia.

10. Se convirtió en una referencia cultural

Desde su estreno, Stop Making Sense ha inspirado a innumerables músicos, cineastas y diseñadores. Su enfoque vanguardista y su fantástica energía siguen siendo un estándar de excelencia tanto en la música como en el cine.

Cuando se estrenó en 1984 fue un acontecimiento. Y cuarenta años más tarde, su relanzamiento también lo es. Stop Making Sense, la película de Jonathan Demme cuyo material se filmó durante cuatro noches de diciembre de 1983 en el Pantages Theatre de Hollywood (en el marco de la gira por Estados Unidos de Talking Heads para presentar su por entonces flamante álbum Speaking in Tongues), vuelve a los cines en versión remasterizada en resolución 4K, una celebración a todo trapo.

La película que la famosa crítica Pauline Kael calificó como “cercana a la perfección” en The New Yorker llega a salas de cine de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza. Y está muy bien, porque en pantalla grande es donde resulta más apropiado verla. Cuando se estrenó en el 84, de hecho, la banda se negó a dar el permiso para que estuviera disponible en video o se exhibiera en televisión por cable. Después aparecieron copias en DVD y Blu-ray, pero con el paso del tiempo gente tan perfeccionista como David Byrne, Tina Weymouth y Chris Frantz (el núcleo duro del proyecto, al que después se sumó Jerry Harrison) por fin ha encontrado un relanzamiento a la altura de sus expectativas. Tanto como para volver a reunirse, después de muchísimos años de ignorarse (la última vez que se los había visto juntos fue en 2002, cuando Talking Heads ingresó al Salón de la Fama del Rock & Roll), y participar juntos de una serie de presentaciones y paneles de discusión en Toronto, Nueva York y Los Ángeles para promocionar este reestreno.

Fallecido en 2017, Demme tenía 40 años cuando rodó Stop Making Sense. Era fan de la banda desde la primera vez que la vio en Nueva York allá por 1979, cuando Talking Heads era una de las atracciones habituales en el CBGB, el famoso local donde también tocaban muy seguido Television, Patti Smith y los Ramones. La segunda vez que se cruzó con ellos, en 1983, el grupo de jóvenes blancos con pinta de nerds universitarios que casi no se movían en escena, ya había evolucionado y protagonizaba un espectáculo avasallante y perfectamente coreografiado, con músicos negros y latinos añadiendo matices a un menú que lo atrapó por completo.

Demme convenció a Gary Kurfirst, el manager del grupo, para que Talking Heads pidiera un adelanto a su sello discográfico destinado a financiar lo que sería muy pronto Stop Making Sense. Pagar la película equivalía a tener total control creativo, así que no hubo muchas dudas. Y el resultado de esa libertad creativa fue extraordinario. Porque Stop Making Sense no se parece a nada de lo que había ni de lo que vino después en materia de registro de conciertos: no están ni la logística que se puede espiar tras bambalinas, ni las entrevistas con integrantes de la banda, ni las imágenes del público embelesado, todos lugares comunes de este tipo de trabajos.

Demme decidió filmar a la banda en el escenario con un estilo que se distanciara notoriamente del ritmo frenético que en los años 80 empezó a imponer la recién creada MTV. Su enfoque minimalista encajaba a la perfección con la austeridad que los Talking Heads habían abrazado como recurso ya en su época de estudiantes de diseño en Rhode Island y que después fueron reconvirtiendo de a poco, como parte de una renovada propuesta integral de la banda: no a las poses rockeras, la pompa y el drama, pero un definitivo sí al trabajo imaginativo en la puesta en escena que caracterizó a los shows en buena parte de una trayectoria que dejó una marca indeleble en la música popular a través de una obra cocinada en poco más de una década (entre 1977 y 1991), con colaboradores esenciales como Brian Eno, Adrian Belew y Bernie Worrell.

La versión ampliada de Talking Heads que aparece en Stop Making Sense fue la culminación de un proceso que empezó en 1980 con Remain in Light, el disco donde el sonido del grupo incorporó como insumo clave la polirritmia africana que conoció de la mano de artistas como Fela Kuti y King Sunny Adé. Se sumaron entonces Belew y Alex Weir (guitarras), Worrell (teclados), Steve Scales (percusión), Busta Jones (bajo) y Dolette McDonald, Lynn Mabry y Ednah Holt (coros). Todos afoamericanos, menos uno (Belew, conocido por su trabajo en King Crimson).

Byrne puso en escena todo lo que había aprendido gracias a su contacto cercano con coreógrafos de la talla de Twyla Tharp y Toni Basil, transformando cada canción de los conciertos de la gira en una pieza individual, con sus movimientos, su iluminación e incluso su propio vestuario.

En el inicio de la película, el trabajo alrededor de un clásico de la banda como “Psycho Killer”, cantada por Byrne con el acompañamiento de una pista rítmica de boombox, sintetiza muy bien el espíritu de lo que vendrá después: una puesta en escena novedosa para cada tramo de un espectáculo que excedió por mucho el show de rock más convencional, apiló una tras otra canciones únicas e inoxidables como “Burning Down the House”, “Life During Wartime”, “This Must Be the Place”, “Take Me to the River” y alcanzó cotas tan elevadas como para que Byrne pensara que no había forma de superarlo. “Todos pensamos que comparado con Stop Making Sense lo que viniera después iba a ser decepcionante”, explicó él una vez concluido el tour. Y efectivamente esa fue la última gira de Talking Heads. Lo que Demme registró tiene, además de un indiscutible vuelo artístico, un gran valor documental. Conviene no dejar pasar la oportunidad de comprobarlo en una pantalla de cine.

10 razones para no perderse Stop Making Sense

1. El icónico traje gigante de David Byrne, que no fue una improvisación

El traje extragrande que luce David Byrne durante la interpretación de “Girlfriend Is Better” se convirtió en uno de los elementos más emblemáticos del documental. Según Byrne, la idea surgió de su fascinación por el diseño japonés y su deseo de jugar con las proporciones. La intención era que su cuerpo pareciera más pequeño, intensificando el efecto surrealista del espectáculo. Byrne lo describió como “la transformación de un hombre en una arquitectura ambulante”.

2. Fue el primer documental de conciertos grabado en 24 pistas de audio

Para garantizar una calidad de sonido excepcional, la película fue grabada en 24 pistas independientes, algo pionero en la época. Esto permitió a la banda y a los ingenieros trabajar meticulosamente en la mezcla, logrando un sonido cristalino que transporta al espectador directamente al lugar.

3. La apertura minimalista fue un experimento artístico

El documental comienza con Byrne solo en el escenario, tocando una guitarra acústica y un boombox en “Psycho Killer”. La banda se une gradualmente, canción por canción, hasta llenar el escenario en “Burning Down the House”. Este enfoque minimalista no solo mostró la evolución de la energía en el concierto, sino que también rompió con la fórmula tradicional de los espectáculos de rock.

4. El título está inspirado en una frase de Byrne

El nombre Stop Making Sense proviene de una línea que David Byrne escribió para un monólogo que nunca se usó. La frase refleja el ethos experimental de Talking Heads: desafiar la lógica y abrazar la creatividad desatada.

5. La dirección de Jonathan Demme cambió la forma de filmar conciertos

Jonathan Demme, conocido por su sensibilidad como cineasta (y famoso internacionalmente gracias a El silencio de los inocentes), evitó los típicos cortes rápidos y las tomas frenéticas de los registros musicales del mundo del rock y el pop. En su lugar, optó por planos largos y fluidos que permitían a los músicos y su actuación hablar por sí mismos. Cada movimiento y expresión es capturado con una precisión casi coreográfica.

6. La banda no quiso incluir tomas del público

A diferencia de otros documentales de conciertos, Stop Making Sense casi no muestra al público. Según Byrne, esto se hizo intencionalmente para mantener la atención en la banda y el espectáculo. La idea era crear una experiencia inmersiva, como si el espectador estuviera en el escenario.

7. El presupuesto fue sorprendentemente modesto

Con un presupuesto de solo 1,2 millones de dólares, la película logró un impacto visual y sonoro que superó con creces su inversión inicial. Este logro se debió en gran parte a la visión de Demme y al enfoque minimalista del diseño de producción.

8. La energía de la banda fue alimentada por ejercicios físicos intensos

David Byrne y los demás integrantes del grupo realizaron una estricta rutina de ejercicios para soportar la intensidad del espectáculo. Byrne, en particular, corría varios kilómetros al día para asegurarse de que pudiera cantar y moverse sin perder el aliento.

9. Tuvo un éxito inesperado en taquilla

Aunque los documentales musicales no solían ser grandes éxitos comerciales, Stop Making Sense sorprendió al recaudar más de 12 millones de dólares en taquilla. Esto ayudó a cimentar su estatus como una de las películas de conciertos más influyentes de la historia.

10. Se convirtió en una referencia cultural

Desde su estreno, Stop Making Sense ha inspirado a innumerables músicos, cineastas y diseñadores. Su enfoque vanguardista y su fantástica energía siguen siendo un estándar de excelencia tanto en la música como en el cine.

 

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