El museo gaucho que se entreveró en Palermo con lo último de la tecnología

Los amigos Juani Zavala y Santiago Marsili, integrantes del Comité de la Tradición de la Sociedad Rural Argentina, tuvieron la enorme gentileza de invitarme a presentar mi libro de relatos gauchescos La noche del desertor en el Museo Gaucho que ellos arman a pulmón, desde hace ya tres años. El evento se desarrolló en la reciente 137° Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria Internacional de Palermo. En los años anteriores al presente, tuve noticias del museo por voces conocedoras de lo gauchesco y de nuestras tradiciones como las de mi primo y pintor costumbrista Augusto Gómez Romero, quien fuera invitado a exponer su obra allí.

Reserva estratégica: se conocieron mapas digitales sobre qué pasa con el carbono en el suelo argentino

Augusto me habló de la calidad de las piezas expuestas, que arrancaban con el lomillo marcando una época, hasta la aparición del basto, pasando por los arzones altos de los sirigotes de los gauchos hermanos de la Banda Oriental y los “gaúchos” del Sur del Brasil. En el segundo año destacó la colección de platería Mapuche de Sebastián Crespín, el poncho “pampa” del comodoro Güiraldes y el juego picazo del cincel del afamado platero Don Cándido Silva; nombre cuya sonoridad nos sumerge en un remolino de jinetes rojo punzó y en el recuerdo de un caserón de blancas paredes y arcadas exorbitantes, que se ubicaba a escasos metros de donde se desarrolla año a año la Exposición Rural.

A su vez, cuando yo fui, me emocioné con el freno de Justo P. Sáenz (hijo) quien fuera, letra por letra, el mejor escritor de cuentos gauchescos, y si para muestra basta un botón rememoro, a vuelo de pájaro, relatos como Frontera, Corrientes, Un gaucho o A uña de caballo. Este último que le fuera referido por mi abuelo Fortunato Gómez Romero y su hermano Carlos, tal como lo explica claramente Don Justo, en el prólogo de su obra Pampas, montes, cuchillas y esteros.

Manifestaciones artísticas

Me fui un poco de tema, pero todo está relacionado para aquellos que nos conmovemos con las manifestaciones artísticas genuinas que reflejan el alma misma del campo argentino. Y era ese uno de los objetivos de Juani Zavala y Santiago Marsili, ayudar a que el visitante porteño que vive embretado en su realidad de absorbentes pantallas y luces de neón, pudiera empaparse de las prendas más representativas que usaran los gauchos. Ellos, que un buen día, acosados por el progreso, echaron la tropilla por delante y movieron, dejando que su rastro quedara flotando para siempre en la infinitud de la llanura.

Observando las prendas del Museo Gaucho uno puede respirar el resuello de los montados que las usaron y llega patente hasta nuestro ser el orgullo enorme que relumbraba en la mirada de los paisanos que las lucieron. Cuando discurrí muy brevemente y bastante por arriba, acerca de algunos de mis relatos del citado libro, pude sentir la energía de otro tiempo que planeaba entre las piezas, y el arrullo que desprendían me arropaba al hablar. Porque esas cabezadas, frenos, ponchos y facones son testimonios directos de ese rastro inasible que los gauchos dejaron al abandonar su existencia real y penetrar en las vaporosas neblinas del mito.

Excelente idea la de los organizadores del Museo Gaucho la de entreverarse con las últimas novedades tecnológicas del sector y con las razas de animales cuidadosa y genéticamente seleccionadas de la exposición, porque fue el accionar de los gauchos de antaño lo que permitió el auge del modelo agro- exportador, y de las deslumbrantes realidades tecnológicas del presente. Ellos son el hilo conductor que une aquel campo indómito y feraz, desconocido y plagado de peligros, ausente del reparador alambrado y del camino más elemental, con la realidad de surcos, elefantiásicas cosechadoras, cuatriciclos, “feedlots”, cuatro x cuatro, drones y potreros cada vez más minúsculos para el engorde.

En una realidad nacional que cada vez respeta menos nuestro acervo histórico y cultural, que existan iniciativas como las del Museo Gaucho son un auténtico bálsamo para quienes nos gustan estas cosas, y un genuino reconocimiento para aquellos que nos precedieron en el camino de la vida. Ojalá estas palabras constituyan un legítimo reconocimiento a quienes lo hacen posible, y que su existencia dure muchos años más, animando el deseo de que cada nueva muestra se desarrolle en espacios cada vez más significativos e importantes dentro de la Exposición Rural de Palermo. Que así sea.

Los amigos Juani Zavala y Santiago Marsili, integrantes del Comité de la Tradición de la Sociedad Rural Argentina, tuvieron la enorme gentileza de invitarme a presentar mi libro de relatos gauchescos La noche del desertor en el Museo Gaucho que ellos arman a pulmón, desde hace ya tres años. El evento se desarrolló en la reciente 137° Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria Internacional de Palermo. En los años anteriores al presente, tuve noticias del museo por voces conocedoras de lo gauchesco y de nuestras tradiciones como las de mi primo y pintor costumbrista Augusto Gómez Romero, quien fuera invitado a exponer su obra allí.

Reserva estratégica: se conocieron mapas digitales sobre qué pasa con el carbono en el suelo argentino

Augusto me habló de la calidad de las piezas expuestas, que arrancaban con el lomillo marcando una época, hasta la aparición del basto, pasando por los arzones altos de los sirigotes de los gauchos hermanos de la Banda Oriental y los “gaúchos” del Sur del Brasil. En el segundo año destacó la colección de platería Mapuche de Sebastián Crespín, el poncho “pampa” del comodoro Güiraldes y el juego picazo del cincel del afamado platero Don Cándido Silva; nombre cuya sonoridad nos sumerge en un remolino de jinetes rojo punzó y en el recuerdo de un caserón de blancas paredes y arcadas exorbitantes, que se ubicaba a escasos metros de donde se desarrolla año a año la Exposición Rural.

A su vez, cuando yo fui, me emocioné con el freno de Justo P. Sáenz (hijo) quien fuera, letra por letra, el mejor escritor de cuentos gauchescos, y si para muestra basta un botón rememoro, a vuelo de pájaro, relatos como Frontera, Corrientes, Un gaucho o A uña de caballo. Este último que le fuera referido por mi abuelo Fortunato Gómez Romero y su hermano Carlos, tal como lo explica claramente Don Justo, en el prólogo de su obra Pampas, montes, cuchillas y esteros.

Manifestaciones artísticas

Me fui un poco de tema, pero todo está relacionado para aquellos que nos conmovemos con las manifestaciones artísticas genuinas que reflejan el alma misma del campo argentino. Y era ese uno de los objetivos de Juani Zavala y Santiago Marsili, ayudar a que el visitante porteño que vive embretado en su realidad de absorbentes pantallas y luces de neón, pudiera empaparse de las prendas más representativas que usaran los gauchos. Ellos, que un buen día, acosados por el progreso, echaron la tropilla por delante y movieron, dejando que su rastro quedara flotando para siempre en la infinitud de la llanura.

Observando las prendas del Museo Gaucho uno puede respirar el resuello de los montados que las usaron y llega patente hasta nuestro ser el orgullo enorme que relumbraba en la mirada de los paisanos que las lucieron. Cuando discurrí muy brevemente y bastante por arriba, acerca de algunos de mis relatos del citado libro, pude sentir la energía de otro tiempo que planeaba entre las piezas, y el arrullo que desprendían me arropaba al hablar. Porque esas cabezadas, frenos, ponchos y facones son testimonios directos de ese rastro inasible que los gauchos dejaron al abandonar su existencia real y penetrar en las vaporosas neblinas del mito.

Excelente idea la de los organizadores del Museo Gaucho la de entreverarse con las últimas novedades tecnológicas del sector y con las razas de animales cuidadosa y genéticamente seleccionadas de la exposición, porque fue el accionar de los gauchos de antaño lo que permitió el auge del modelo agro- exportador, y de las deslumbrantes realidades tecnológicas del presente. Ellos son el hilo conductor que une aquel campo indómito y feraz, desconocido y plagado de peligros, ausente del reparador alambrado y del camino más elemental, con la realidad de surcos, elefantiásicas cosechadoras, cuatriciclos, “feedlots”, cuatro x cuatro, drones y potreros cada vez más minúsculos para el engorde.

En una realidad nacional que cada vez respeta menos nuestro acervo histórico y cultural, que existan iniciativas como las del Museo Gaucho son un auténtico bálsamo para quienes nos gustan estas cosas, y un genuino reconocimiento para aquellos que nos precedieron en el camino de la vida. Ojalá estas palabras constituyan un legítimo reconocimiento a quienes lo hacen posible, y que su existencia dure muchos años más, animando el deseo de que cada nueva muestra se desarrolle en espacios cada vez más significativos e importantes dentro de la Exposición Rural de Palermo. Que así sea.

 

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