Lo que nadie quiere ver en la crianza de los adolescentes

Cada día que pasa me siento más parecida al niño del cuento El traje nuevo del emperador. Yo no declaro que el emperador está en calzoncillos, estafado por unos sastres inescrupulosos, pero observo, hablo y escribo de ciertos cambios de costumbres en la vida de nuestros hijos que no tienen sentido para sus vidas. Cambios promovidos por una sociedad que no busca el bienestar de los menores sino solo un beneficio económico.

Y para eso aprovecha la imperiosa necesidad de los adolescentes de diferenciarse de los adultos, inventar y aceptar propuestas riesgosas para ellos y al mismo tiempo ser iguales entre ellos para poder “encajar” en el grupo.

¿Qué hace que una pareja dure? 3 componentes que no pueden faltar

¿Qué nos pasa a los adultos que nos dejamos arrastrar por esos cambios, cuando las generaciones anteriores de padres hubieran dicho un simple y rotundo “no”? No a las fiestas de egresados entre semana, no a las fiestas en descampados, no al UPD (último primer día de clase) ni al UUD, (último último día de clase), no al alcohol a menores, no a los viajes de egresados a pura fiesta, poco sueño y desenfrenos de todo tipo, etc. En estos tiempos se agregan: no al celular cada vez a edades más tempranas, a la ropa cada vez más grande (tanto que se les cae) o más sexy, a tatuajes, piercings, a las apuestas online, a las cremas antiarrugas, a la depilación total y/o definitiva, a dietas de moda a menudo disparatadas, a complementos dietarios y la lista sigue…

Parece que nos olvidamos que desde tiempos inmemoriales la crianza es vertical: los adultos cuidan y los chicos son cuidados, y eso no ocurre por arbitrarios autoritarismos –salvo en contadas oportunidades– sino porque tienen más experiencia y los cuidan hasta que crecen y adquieren criterios adecuados para hacerlo por sí mismos, lo que ocurre unos cuantos años después de que alcancen su desarrollo sexual.

¿Qué está pasando?

◗ Los cambios llegan gradualmente y nos vamos acostumbrando hasta que perdemos el sentido común y aceptamos argumentos absurdos como que la fiesta de egresados viernes o sábado es demasiado cara y por eso se hace miércoles o jueves.

◗ Les tenemos miedo a nuestros hijos, a su enojo, a hacer respetar nuestro no. Venimos con poca práctica de poner límites protectores en etapas anteriores.

Regula la presión arterial. El ejercicio que destronó el mito de los 10 mil pasos diarios

◗ Nos da miedo que por nuestra culpa nuestros hijos se “pierdan” algo y/o queden afuera del grupo, o les hagan bullying por nerds o por sometidos.

◗ A veces les ofrecemos aquello que nos hubiera gustado hacer nosotros y “vivimos” la experiencia a través de ellos; nos rebelamos tardíamente.

◗ Nos ponemos firmes en un área (no alcohol en la fiesta) pero hacemos la vista gorda en otras porque no nos animamos a más, por ejemplo alcohol en la previa o en el trencito que los lleva.

La sociedad de consumo y las empresas –de su mano– se aprovechan del deseo de los adolescentes de comerse la vida sin perderse ni esperar nada y los tienta con propuestas que empiezan cada vez más temprano (aprovechando su inmadurez y su falta de criterio). Logran algo y van por más, empujando los bordes año tras año… ¿hasta cuándo?

La sociedad de consumo se aprovecha también de nuestras flaquezas. Me cuesta entender cómo no nos damos cuenta de que “el emperador está en calzoncillos”.

Abramos los ojos, veamos que la realidad nos está sobrepasando y empecemos a juntarnos los padres y los colegios a pensar en cómo cuidarlos en esos rituales recién inventados de modo que no queden librados a su suerte, a excesos, peleas, bebidas energizantes, protectores gástricos, con “supuestos” cuidados como una ambulancia en la puerta que medica lo que haga falta para que puedan seguir el ritmo, y no lo que el adolescente realmente necesita y le haría bien.

Reunámonos además los padres, docentes, pediatras y otros profesionales que acompañan a los chicos de 14, 15 y 16 años para proponer opciones diferentes para los próximos años, buscando información valedera, ofreciéndola a los chicos, tomado decisiones que cuidan de verdad, armando equipo para lograrlo.

No es sencillo, los chicos de secundaria vienen mirando hacia los de arriba deseando que finalmente les llegue el día a ellos. Van a ser necesarias muchas conversaciones y explicaciones y vamos a tener que tolerar enojos e intentos de violar nuestras normas. Nos van a tildar de antiguos, retrógrados, nos van a decir que les arruinamos la diversión porque no saben que hay otras formas de pasarla bien sin quemar etapas ni correr riesgos innecesarios. Hasta que finalmente lo logremos y ellos reconozcan que lo pasaron muy bien y que no necesitaron varios días ni remedios para recuperarse de los desbandes… porque no ocurrieron.

Cada día que pasa me siento más parecida al niño del cuento El traje nuevo del emperador. Yo no declaro que el emperador está en calzoncillos, estafado por unos sastres inescrupulosos, pero observo, hablo y escribo de ciertos cambios de costumbres en la vida de nuestros hijos que no tienen sentido para sus vidas. Cambios promovidos por una sociedad que no busca el bienestar de los menores sino solo un beneficio económico.

Y para eso aprovecha la imperiosa necesidad de los adolescentes de diferenciarse de los adultos, inventar y aceptar propuestas riesgosas para ellos y al mismo tiempo ser iguales entre ellos para poder “encajar” en el grupo.

¿Qué hace que una pareja dure? 3 componentes que no pueden faltar

¿Qué nos pasa a los adultos que nos dejamos arrastrar por esos cambios, cuando las generaciones anteriores de padres hubieran dicho un simple y rotundo “no”? No a las fiestas de egresados entre semana, no a las fiestas en descampados, no al UPD (último primer día de clase) ni al UUD, (último último día de clase), no al alcohol a menores, no a los viajes de egresados a pura fiesta, poco sueño y desenfrenos de todo tipo, etc. En estos tiempos se agregan: no al celular cada vez a edades más tempranas, a la ropa cada vez más grande (tanto que se les cae) o más sexy, a tatuajes, piercings, a las apuestas online, a las cremas antiarrugas, a la depilación total y/o definitiva, a dietas de moda a menudo disparatadas, a complementos dietarios y la lista sigue…

Parece que nos olvidamos que desde tiempos inmemoriales la crianza es vertical: los adultos cuidan y los chicos son cuidados, y eso no ocurre por arbitrarios autoritarismos –salvo en contadas oportunidades– sino porque tienen más experiencia y los cuidan hasta que crecen y adquieren criterios adecuados para hacerlo por sí mismos, lo que ocurre unos cuantos años después de que alcancen su desarrollo sexual.

¿Qué está pasando?

◗ Los cambios llegan gradualmente y nos vamos acostumbrando hasta que perdemos el sentido común y aceptamos argumentos absurdos como que la fiesta de egresados viernes o sábado es demasiado cara y por eso se hace miércoles o jueves.

◗ Les tenemos miedo a nuestros hijos, a su enojo, a hacer respetar nuestro no. Venimos con poca práctica de poner límites protectores en etapas anteriores.

Regula la presión arterial. El ejercicio que destronó el mito de los 10 mil pasos diarios

◗ Nos da miedo que por nuestra culpa nuestros hijos se “pierdan” algo y/o queden afuera del grupo, o les hagan bullying por nerds o por sometidos.

◗ A veces les ofrecemos aquello que nos hubiera gustado hacer nosotros y “vivimos” la experiencia a través de ellos; nos rebelamos tardíamente.

◗ Nos ponemos firmes en un área (no alcohol en la fiesta) pero hacemos la vista gorda en otras porque no nos animamos a más, por ejemplo alcohol en la previa o en el trencito que los lleva.

La sociedad de consumo y las empresas –de su mano– se aprovechan del deseo de los adolescentes de comerse la vida sin perderse ni esperar nada y los tienta con propuestas que empiezan cada vez más temprano (aprovechando su inmadurez y su falta de criterio). Logran algo y van por más, empujando los bordes año tras año… ¿hasta cuándo?

La sociedad de consumo se aprovecha también de nuestras flaquezas. Me cuesta entender cómo no nos damos cuenta de que “el emperador está en calzoncillos”.

Abramos los ojos, veamos que la realidad nos está sobrepasando y empecemos a juntarnos los padres y los colegios a pensar en cómo cuidarlos en esos rituales recién inventados de modo que no queden librados a su suerte, a excesos, peleas, bebidas energizantes, protectores gástricos, con “supuestos” cuidados como una ambulancia en la puerta que medica lo que haga falta para que puedan seguir el ritmo, y no lo que el adolescente realmente necesita y le haría bien.

Reunámonos además los padres, docentes, pediatras y otros profesionales que acompañan a los chicos de 14, 15 y 16 años para proponer opciones diferentes para los próximos años, buscando información valedera, ofreciéndola a los chicos, tomado decisiones que cuidan de verdad, armando equipo para lograrlo.

No es sencillo, los chicos de secundaria vienen mirando hacia los de arriba deseando que finalmente les llegue el día a ellos. Van a ser necesarias muchas conversaciones y explicaciones y vamos a tener que tolerar enojos e intentos de violar nuestras normas. Nos van a tildar de antiguos, retrógrados, nos van a decir que les arruinamos la diversión porque no saben que hay otras formas de pasarla bien sin quemar etapas ni correr riesgos innecesarios. Hasta que finalmente lo logremos y ellos reconozcan que lo pasaron muy bien y que no necesitaron varios días ni remedios para recuperarse de los desbandes… porque no ocurrieron.

 

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