Ir a una galería de arte a ver los dibujos de un gran escritor es inusual.
Aunque, tratándose de Víctor Hugo, cualquier cosa medianamente buena es valiosa pues abre la posibilidad de vislumbrar la vida interior del autor de “Los miserables” y “Nuestra Señora de París”.
El mismo Hugo tenía una visión más bien circunspecta de su obra pictórica.
A su editor le escribió en 1862: “Temo mucho que esas marcas aleatorias de mi pluma, arrojadas más o menos torpemente sobre el papel por un tipo que tiene muchas otras cosas que hacer, dejan de ser dibujos desde el mismo momento en que pretenden serlo”.
Un año después, señaló modestamente que eso que “la gente insiste en llamar mis dibujos” no eran más que cosas “hechas en los márgenes o en las portadas de manuscritos durante horas de ensoñación casi inconsciente con lo que quedaba de tinta en mi pluma”.
A pesar de la forma tan bella de describir sus obras, no promete mucho.
No obstante, el arte visual del autor francés sorprende.
Te encuentras con casas hermosas pristinas o en ruinas, castillos de ensueño o imponentes y enigmáticos, barcos a merced de las olas o naufragados, criaturas marinas curiosas o terrestres intrigantes y hasta manchas abstractas que anticipan el porvenir.
Y te das cuenta de que están lejos de ser garabatos marginales.
“Si encontraras sus dibujos en un baúl hoy sin saber quién los hizo, de todas maneras sería un descubrimiento muy emocionante pues son cautivadores, muy bien logrados y técnicamente experimentales”, le dice a BBC Mundo la historiadora de arte Sarah Lea.
“Experimentaba con la abstracción, y también era capaz de dibujar detalles increíblemente finos con la pluma”, añade Lea, curadora de la exposición “Cosas Asombrosas: los dibujos de Victor Hugo” de la Royal Academy en Londres.
“Era increíblemente hábil y la aparente espontaneidad de algunas de las obras más abstractas es como la improvisación de un músico de jazz: es capaz de perder el control de una manera que anticipa que dejará un efecto interesante”.
Los dibujos de Hugo rara vez viajan para ser expuestos debido a su fragilidad.
Pero los 70 exhibidos en la Royal Academy muestran cómo lo que empezó con simpáticas caricaturas -que le dejaba a sus hijos sobre la cama para que las encontraran al despertar- evolucionó a obras dignas de la admiración de figuras como el gran artista romántico Eugène Delacroix.
Según él, si Hugo hubiera elegido ser pintor en lugar de escritor, habría sido uno de los más grandes del siglo.
El poeta y crítico Théophile Gautier coincidió: “Si no fuera poeta, Victor Hugo sería un pintor de primer orden. Destaca por mezclar en sus fantasías salvajes y sombrías el claroscuro de Goya con los aterradores efectos arquitectónicos de un Piranesi”.
Un tipo ocupado
Como dijo en su carta al editor, Hugo era efectivamente un tipo que tenía muchas cosas que hacer.
A lo largo de su vida, escribió 10 novelas, una docena de obras de teatro, más de 20 volúmenes de poesía y una enorme cantidad de cartas.
Además de su gran actividad literaria, estuvo profundamente arraigado en el discurso político de la Francia del siglo XIX, con o sin cargos públicos.
Se pronunció abiertamente en asuntos de Estado: abogó por la abolición de la esclavitud y los derechos de las mujeres, hizo campaña por el fin de la pena de muerte y se manifestó firmemente contra el emperador Napoleón III, a favor de una república francesa.
Por razones políticas, tuvo que vivir en el exilio más de una vez, y por razones más placenteras, viajaba a menudo por Europa.
Además, estaba casado con Adèle Foucher, tuvo 5 hijos, varias amantes y con una de ellas, la actriz francesa Juliette Drouet, tuvo un apasionado romance durante 50 años.
Por si fuera poco, era un entusiasta del diseño de interiores, tanto que dictaba la decoración no solo de su casa, sino también de la de Drouet, fabricando incluso muebles con fragmentos de baúles antiguos.
Alguna vez dijo que se había desviado de su verdadera vocación y que había “nacido para ser decorador”.
Y en medio de todo eso, pintaba y pintaba y pintaba…
“Ciertamente era una persona muy ocupada, por lo que pintar debe haber significado algo realmente importante para él, porque estimamos que hizo alrededor de 4.000 dibujos a lo largo de su vida”, subraya Lea.
“Era más que un pasatiempo, era más bien una compulsión, diría yo, y un lugar al cual ir cuando la escritura o la política o algo doloroso lo abrumaba.
“Y es que también experimentó muchas tragedias personales en su vida. De sus cinco hijos, él sobrevivió a todos menos a su hija, y ella estaba en un manicomio”.
Sin embargo, Lea piensa que la pintura era más que un refugio.
“Cuando miro su obra me parece que para él la página en blanco era un espacio increíblemente libre para experimentar y jugar con ideas o reflexionar sobre algo de su literatura, gracias a la ausencia de público, pues sus dibujos eran privados”.
Así es: esta era una faceta que Hugo no aspiraba a compartir más que con personas de su confianza.
Eso no quería decir que pasara desapercibida por sus contemporáneos.
En su prominente ensayo crítico del Salón de París de 1859, por ejemplo, Charles Baudelaire destacó que no había visto en las exposiciones del Salón “la magnífica imaginación que fluye en los dibujos de Victor Hugo, como misterio en el cielo”.
“Hablo de sus dibujos a tinta china, porque es demasiado evidente que en poesía, nuestro poeta es el rey de los paisajistas”.
Ese talento estético del escritor como pintor permaneció oculto del público general hasta después de su muerte en 1885.
La primera exposición pública de sus obras fue en París en 1888, y desde entonces, discretamente, empezaron a dejar su huella en la historia del arte.
Un lugar especial
En 1890, Vincent van Gogh le escribió a su hermano Theo:
“En tu carta anterior hablas de los dibujos de Hugo. Acabo de ver un volumen de la Histoire de France (ilustrada) de Michelet. Vi admirables dibujos de (Daniel Urrabieta y) Vierge que eran completamente similares a los de Victor Hugo, cosas asombrosas”.
Van Gogh y Hugo “nunca se conocieron, pero compartieron ideas sobre la afinidad creativa a través de épocas y disciplinas. Para ambos, la escritura y el dibujo eran procesos creativos paralelos que se enriquecían mutuamente”, apunta la Royal Academy.
“Hubo una gran superposición entre los movimientos artísticos y literarios a finales del siglo XIX”, señala la curadora.
Curiosamente, la obra visual de Hugo parecía adaptarse a varios de los “ismos” de la historia del arte.
El autor es una figura clave del romanticismo francés, y algunos de sus dibujos reflejan los ideales de ese movimiento.
Otros son descritos como la encarnación del simbolismo, un concepto literario que pronto abarcó las artes plásticas, con pintores que creían que el arte debía reflejar una emoción o idea, en lugar de representar el mundo natural de forma objetiva.
Pero Hugo además fue un vanguardista adelantado a su tiempo.
Atraído por el espiritualismo, experimentó con charcos de tinta para crear dibujos de “tache” o “manchas” décadas antes de que los surrealistas adoptaran el dibujo automático, aquel en el que permitían que sus manos se movieran aleatoriamente por la página, impulsadas por el subconsciente.
No sorprende entonces que Hugo apareciera mencionado en el “Primer Manifiesto Surrealista” de André Breton de 1924, en medio de un panteón de héroes surrealistas.
“Hugo es surrealista cuando no es estúpido”, declaró el fundador y principal exponente del surrealismo, expresando así su admiración por él como artista, y su desagrado por sus escritos, que despreciaba por su “sentimentalismo literario” y su estilo de prosa convencional.
Breton, así como Picasso, poseía dibujos del escritor, y “Max Ernst (figura fundamental tanto en el movimiento dadá como en el surrealismo) se interesó mucho en la obra de Hugo”, cuenta Lea.
Y la lista continúa.
“Se podría hacer una exposición sobre todos los artistas que se inspiraron en Hugo.
“Incluso hoy en día hay artistas que se interesan mucho por sus dibujos, como el escultor británico Antony Gormley y la artista visual Tacita Dean, y artistas estadounidenses como Raymond Pettibon”, apunta.
Quién sabe qué pensaría Hugo de que su “Les Miserables” (1862) fuera más conocida como un musical que como una novela.
Pero quizás le sorprendería más que sus pinturas, aquellas que compartía sólo con familiares y amigos, fueran tan apreciadas.
Su obra resultó ser atemporal, eternamente contemporánea.
“Lo extraordinario de los dibujos es que, de nuevo, si te los encontraras en un baúl, pensarías: ‘Son de alguien que se preocupa profundamente por las personas y alguien que tiene una imaginación extraordinaria’.
“Pero además, tienen un lugar especial en la historia del arte, aunque no enacajan perfectamente en los cánones tradicionales.
“Ocupan un lugar especial en medio de otro tipo de historia del arte: la de artistas a los que no les importan tanto las categorías, las clasificaciones, las cronologías y demás, sino el impacto visual y la calidad técnica de la obra.
“Hay una especie de espíritu irreverente al que pertenece Hugo y que tiene su propia tradición en la historia del arte”, concluye la curadora Sarah Lea.
Dalia Ventura
Ir a una galería de arte a ver los dibujos de un gran escritor es inusual.
Aunque, tratándose de Víctor Hugo, cualquier cosa medianamente buena es valiosa pues abre la posibilidad de vislumbrar la vida interior del autor de “Los miserables” y “Nuestra Señora de París”.
El mismo Hugo tenía una visión más bien circunspecta de su obra pictórica.
A su editor le escribió en 1862: “Temo mucho que esas marcas aleatorias de mi pluma, arrojadas más o menos torpemente sobre el papel por un tipo que tiene muchas otras cosas que hacer, dejan de ser dibujos desde el mismo momento en que pretenden serlo”.
Un año después, señaló modestamente que eso que “la gente insiste en llamar mis dibujos” no eran más que cosas “hechas en los márgenes o en las portadas de manuscritos durante horas de ensoñación casi inconsciente con lo que quedaba de tinta en mi pluma”.
A pesar de la forma tan bella de describir sus obras, no promete mucho.
No obstante, el arte visual del autor francés sorprende.
Te encuentras con casas hermosas pristinas o en ruinas, castillos de ensueño o imponentes y enigmáticos, barcos a merced de las olas o naufragados, criaturas marinas curiosas o terrestres intrigantes y hasta manchas abstractas que anticipan el porvenir.
Y te das cuenta de que están lejos de ser garabatos marginales.
“Si encontraras sus dibujos en un baúl hoy sin saber quién los hizo, de todas maneras sería un descubrimiento muy emocionante pues son cautivadores, muy bien logrados y técnicamente experimentales”, le dice a BBC Mundo la historiadora de arte Sarah Lea.
“Experimentaba con la abstracción, y también era capaz de dibujar detalles increíblemente finos con la pluma”, añade Lea, curadora de la exposición “Cosas Asombrosas: los dibujos de Victor Hugo” de la Royal Academy en Londres.
“Era increíblemente hábil y la aparente espontaneidad de algunas de las obras más abstractas es como la improvisación de un músico de jazz: es capaz de perder el control de una manera que anticipa que dejará un efecto interesante”.
Los dibujos de Hugo rara vez viajan para ser expuestos debido a su fragilidad.
Pero los 70 exhibidos en la Royal Academy muestran cómo lo que empezó con simpáticas caricaturas -que le dejaba a sus hijos sobre la cama para que las encontraran al despertar- evolucionó a obras dignas de la admiración de figuras como el gran artista romántico Eugène Delacroix.
Según él, si Hugo hubiera elegido ser pintor en lugar de escritor, habría sido uno de los más grandes del siglo.
El poeta y crítico Théophile Gautier coincidió: “Si no fuera poeta, Victor Hugo sería un pintor de primer orden. Destaca por mezclar en sus fantasías salvajes y sombrías el claroscuro de Goya con los aterradores efectos arquitectónicos de un Piranesi”.
Un tipo ocupado
Como dijo en su carta al editor, Hugo era efectivamente un tipo que tenía muchas cosas que hacer.
A lo largo de su vida, escribió 10 novelas, una docena de obras de teatro, más de 20 volúmenes de poesía y una enorme cantidad de cartas.
Además de su gran actividad literaria, estuvo profundamente arraigado en el discurso político de la Francia del siglo XIX, con o sin cargos públicos.
Se pronunció abiertamente en asuntos de Estado: abogó por la abolición de la esclavitud y los derechos de las mujeres, hizo campaña por el fin de la pena de muerte y se manifestó firmemente contra el emperador Napoleón III, a favor de una república francesa.
Por razones políticas, tuvo que vivir en el exilio más de una vez, y por razones más placenteras, viajaba a menudo por Europa.
Además, estaba casado con Adèle Foucher, tuvo 5 hijos, varias amantes y con una de ellas, la actriz francesa Juliette Drouet, tuvo un apasionado romance durante 50 años.
Por si fuera poco, era un entusiasta del diseño de interiores, tanto que dictaba la decoración no solo de su casa, sino también de la de Drouet, fabricando incluso muebles con fragmentos de baúles antiguos.
Alguna vez dijo que se había desviado de su verdadera vocación y que había “nacido para ser decorador”.
Y en medio de todo eso, pintaba y pintaba y pintaba…
“Ciertamente era una persona muy ocupada, por lo que pintar debe haber significado algo realmente importante para él, porque estimamos que hizo alrededor de 4.000 dibujos a lo largo de su vida”, subraya Lea.
“Era más que un pasatiempo, era más bien una compulsión, diría yo, y un lugar al cual ir cuando la escritura o la política o algo doloroso lo abrumaba.
“Y es que también experimentó muchas tragedias personales en su vida. De sus cinco hijos, él sobrevivió a todos menos a su hija, y ella estaba en un manicomio”.
Sin embargo, Lea piensa que la pintura era más que un refugio.
“Cuando miro su obra me parece que para él la página en blanco era un espacio increíblemente libre para experimentar y jugar con ideas o reflexionar sobre algo de su literatura, gracias a la ausencia de público, pues sus dibujos eran privados”.
Así es: esta era una faceta que Hugo no aspiraba a compartir más que con personas de su confianza.
Eso no quería decir que pasara desapercibida por sus contemporáneos.
En su prominente ensayo crítico del Salón de París de 1859, por ejemplo, Charles Baudelaire destacó que no había visto en las exposiciones del Salón “la magnífica imaginación que fluye en los dibujos de Victor Hugo, como misterio en el cielo”.
“Hablo de sus dibujos a tinta china, porque es demasiado evidente que en poesía, nuestro poeta es el rey de los paisajistas”.
Ese talento estético del escritor como pintor permaneció oculto del público general hasta después de su muerte en 1885.
La primera exposición pública de sus obras fue en París en 1888, y desde entonces, discretamente, empezaron a dejar su huella en la historia del arte.
Un lugar especial
En 1890, Vincent van Gogh le escribió a su hermano Theo:
“En tu carta anterior hablas de los dibujos de Hugo. Acabo de ver un volumen de la Histoire de France (ilustrada) de Michelet. Vi admirables dibujos de (Daniel Urrabieta y) Vierge que eran completamente similares a los de Victor Hugo, cosas asombrosas”.
Van Gogh y Hugo “nunca se conocieron, pero compartieron ideas sobre la afinidad creativa a través de épocas y disciplinas. Para ambos, la escritura y el dibujo eran procesos creativos paralelos que se enriquecían mutuamente”, apunta la Royal Academy.
“Hubo una gran superposición entre los movimientos artísticos y literarios a finales del siglo XIX”, señala la curadora.
Curiosamente, la obra visual de Hugo parecía adaptarse a varios de los “ismos” de la historia del arte.
El autor es una figura clave del romanticismo francés, y algunos de sus dibujos reflejan los ideales de ese movimiento.
Otros son descritos como la encarnación del simbolismo, un concepto literario que pronto abarcó las artes plásticas, con pintores que creían que el arte debía reflejar una emoción o idea, en lugar de representar el mundo natural de forma objetiva.
Pero Hugo además fue un vanguardista adelantado a su tiempo.
Atraído por el espiritualismo, experimentó con charcos de tinta para crear dibujos de “tache” o “manchas” décadas antes de que los surrealistas adoptaran el dibujo automático, aquel en el que permitían que sus manos se movieran aleatoriamente por la página, impulsadas por el subconsciente.
No sorprende entonces que Hugo apareciera mencionado en el “Primer Manifiesto Surrealista” de André Breton de 1924, en medio de un panteón de héroes surrealistas.
“Hugo es surrealista cuando no es estúpido”, declaró el fundador y principal exponente del surrealismo, expresando así su admiración por él como artista, y su desagrado por sus escritos, que despreciaba por su “sentimentalismo literario” y su estilo de prosa convencional.
Breton, así como Picasso, poseía dibujos del escritor, y “Max Ernst (figura fundamental tanto en el movimiento dadá como en el surrealismo) se interesó mucho en la obra de Hugo”, cuenta Lea.
Y la lista continúa.
“Se podría hacer una exposición sobre todos los artistas que se inspiraron en Hugo.
“Incluso hoy en día hay artistas que se interesan mucho por sus dibujos, como el escultor británico Antony Gormley y la artista visual Tacita Dean, y artistas estadounidenses como Raymond Pettibon”, apunta.
Quién sabe qué pensaría Hugo de que su “Les Miserables” (1862) fuera más conocida como un musical que como una novela.
Pero quizás le sorprendería más que sus pinturas, aquellas que compartía sólo con familiares y amigos, fueran tan apreciadas.
Su obra resultó ser atemporal, eternamente contemporánea.
“Lo extraordinario de los dibujos es que, de nuevo, si te los encontraras en un baúl, pensarías: ‘Son de alguien que se preocupa profundamente por las personas y alguien que tiene una imaginación extraordinaria’.
“Pero además, tienen un lugar especial en la historia del arte, aunque no enacajan perfectamente en los cánones tradicionales.
“Ocupan un lugar especial en medio de otro tipo de historia del arte: la de artistas a los que no les importan tanto las categorías, las clasificaciones, las cronologías y demás, sino el impacto visual y la calidad técnica de la obra.
“Hay una especie de espíritu irreverente al que pertenece Hugo y que tiene su propia tradición en la historia del arte”, concluye la curadora Sarah Lea.
Dalia Ventura