“Varela Varelita”, el mítico bar cumplió 75 años en la misma esquina de Palermo: “El sándwich de lomito es un clásico”

“Fue una verdadera fiesta. Hubo bandas en vivo, clientes que no venían hace años, abrazos, lágrimas. Aún sigo emocionado”, confiesa Javier Giménez, detrás del mostrador del “Varela Varelita”, el mítico bar del barrio de Palermo. “Dicen que vinieron más de 5000 personas. Era imposible contarlas. Entraban y salían todo el tiempo. Fue un encuentro generacional muy lindo. Una celebración cultural con alma. Hasta vino Don Varela, uno de los fundadores, que tiene 103 años y su hijo”, agrega con una ancha sonrisa. Ese día, incluso los cafés se vistieron de gala: la espuma de los cortados y café con leche -los baristas dibujaban corazones y letras en color violeta y celeste- recordaban que el bar “El Varela”, cumplió setenta y cinco años en la concurrida esquina de la Avenida Scalabrini Ortiz y Paraguay. Siete décadas y media siendo testigo de historias, charlas de madrugada y mesas compartidas entre vecinos, fieles parroquianos, escritores y actores. También deleitando al barrio con sus notables sándwiches de lomito y milanesa completos.

“Hace más de tres décadas que trabajo en esta casa”

Para Giménez, el bar no es solo un trabajo. Es su hogar, su vida. Conoce cada rincón como la palma de su mano. Camina por aquellos pisos dameros con la bandeja de acero repleta de cafés, sándwiches y vermut con triolet desde jovencito. “Hace más de tres décadas que trabajo en esta casa”, relata, quien a los 20 dejó atrás la ciudad de Goya, Corrientes, en busca de nuevas oportunidades. Su pequeña maleta estaba repleta de grandes sueños. Javi, como le dicen cariñosamente, se presentó en algunas entrevistas laborales y con su simpatía, enseguida se ganó la confianza de un florista que tenía un puesto en la cuadra de enfrente del Varela.

El muchacho se encargaba de armar los delicados ramos de rosas, claveles, astromelias, jazmines y fresias, según la temporada. Como hacía horario nocturno (de 22hs a diez de la mañana), cuando terminaba sus labores, para no dormirse a la madrugada se cruzaba a ayudar al diariero a armar los diarios y revistas. Entre charla, mate y trabajo, enseguida, entablaron una linda amistad. Habrá sido una casualidad del destino, pero en 1993, en “El Varela” buscaban un empleado todo terrero y el diariero Pascual se encargó de abrirle las puertas al recomendarlo. “Les voy a presentar a un muchacho muy trabajador”, les dijo a los gallegos que fundaron el bar allá por 1950. “Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Entré convencido de que aquel puesto iba a ser para mí. El bar me pareció mágico. Como si me estuviera esperando”, asegura quien a pesar de estar hace muchos años en Buenos Aires, aún no perdió su tonada correntina.

Otra vez, su carisma conquistó a los empleadores y Javier arrancó a trabajar de “mozo mostrador”. “Arranqué bien de abajo, lavando copas y platos. También preparando cafés detrás de la barra”, cuenta, quien luego pasó a ser camarero. Danzaba por todo el salón con la bandeja metálica. Siempre tuvo mucha memoria: recordaba cada comanda como si fueran versos de su canción preferida. A los habitués los llamaba por su nombre e incluso los esperaba con su pedido predilecto. En aquella época también los sorprendió con otro truco: hacer girar los vasos y botellas cuando los apoya en la mesa. “Este divertimento surgió de casualidad. Una mañana estaba a las corridas porque el salón estaba repleto y apoyé el vaso apurado. Como por arte de magia se quedó girando. El cliente, sorprendido me dice: “viniste contento” y yo le sonreí. Al día siguiente, volvió esperando aquel truco y como no se lo hice me preguntó si estaba enojado o con mala onda. Ahí se me prendió la lamparita: empecé a hacerlo a todas las mesas”, admite, entre risas.

De Almacén y bar Ricky al lomito del “Varela Varelita”

Hay pocos registros de lo que supo ser aquella esquina antes de convertirse en el actual bar. Javier, reconstruye algunos datos curiosos. “Antiguamente era un almacén con despacho de bebidas. Luego, se llamó bar Ricky”, dice.

En 1950 arrancó un nuevo capítulo en su historia con el nombre “Varela Varelita”. Al frente había cinco socios gallegos. “El nombre del local no se debe a la orquesta Varela Varelita que era muy famosa en aquella época. En realidad, Varela era el apellido de uno de los propietarios del café. También trabajaba su hijo, conocido en el barrio como Varelita. Entonces lo bautizaron así”, asegura Giménez.

Javier también es un artista del café. Mucho antes de que el fenómeno del arte latte invadiera las cafeterías de especialidad de la ciudad, se le ocurrió sorprender a su fiel clientela con dibujos en la espuma de leche. Con el mango de una cucharita empezó a dibujar caritas sencillas y corazones, luego figuras de animales (perros, gatos, osos, conejos) hasta que cada vez se especializó más.

Así llegó el personaje de El Principito, Freddie Mercury, jugadores de fútbol y frases románticas, entre otros. Cuando Argentina salió campeón en el último Mundial la bebida salía con la bandera albiceleste y las tres estrellas. “Los clientes se quedan fascinados. Me encanta como con un café puedo alegrarles el día. Mi límite para crear es la imaginación”, expresa.

El café enamora, pero los sándwiches se llevan todos los aplausos. En el podio están el de lomito y el de milanesa. “Son los más tradicionales y los vienen a buscar de todas partes. Por su fama, en el último tiempo se acercaron muchos extranjeros a probarlos”, cuenta Javi. El completo, llamado “Varela” lleva jamón, queso, tomate, lechuga y huevo. El pan que más sale es el francés, pero también está la opción de elegir entre figazza, pebete o integral. En tanto, el de milanesa, está elaborado con el corte de nalga y es súper generoso. Tras la pandemia, sumaron papas fritas, tortillas y empanadas. Todos se ganaron un lugar en la carta y en el corazón de los parroquianos. Para el momento dulce, ofrecen flan, budín de pan y Vigilante (queso y dulce). Y a la hora del vermut el bar se llena de charlas. La cerveza y los cócteles clásicos corren acompañados del icónico triolet.

Políticos, actores, dibujantes escritores y músicos

Si las mesas de madera y fórmica del bar hablaran contarían grandes capítulos de la historia de Buenos Aires. Es que allí se han sentado desde políticos, actores, dibujantes, escritores y personalidades del mundo de la música. El escritor Héctor Libertella era uno de sus habitués. El político Carlos Alberto “Chacho” Álvarez solía utilizar una de las mesas, cerca de la caja registradora, como su despacho presidencial. En la lista no puede faltar el escritor César Aira y la directora de cine y guionista Celina Murga. “Ella nos regaló muchos de los posters que tenemos en las paredes”, aclara. También pasaron por allí Edgardo Nieva, Javier Portal, Natalia Oreiro, Leo Sbaraglia, Martín Piroyansky, Matías Almeyda y Rodrigo Roncero, entre muchos más.

El Varela también ha sido escenario de publicidades, cortos, películas y hasta novelas internacionales. “Nos eligen mucho porque la estética se mantiene siempre igual”, asegura Javier, quien en más de una oportunidad actuó de extra en algún film. “Me divierte mucho esa faceta. En una de las escenas fui mozo”, agrega, entusiasmado.

Cuando le preguntan qué es lo que más ama de su oficio, no duda: “Ver feliz al cliente. Que sienta que valió la pena ese momento”. Eso para él es todo. Hace unos años, decidió ampliar el horario del bar y actualmente cierra a las dos de la mañana. Esto atrajo cada vez más al público joven. Hoy, sus hijos, Gustavo de 34 años y Ayelén de 32, trabajan a su lado. Él se encargó de enseñarles los secretos de esta profesión que adora para que la tradición continúe. Ayelén considera que el bar es un lugar donde uno puede sentirse en casa. “Creo que la esencia del bar es “ver” y sentirse visto. Generar comunidad y un espacio que da lugar a ser. Mi papá siempre hace sentir a todos bienvenidos y es lo que queremos mantener. Es como un lugar de refugio”, afirma. Por su parte, Gustavo agrega: “para mí el Varela conforma una identidad. En una ciudad tan grande como Buenos Aires en la cual somos anónimos la mayor parte del tiempo acá uno es “alguien” sin necesariamente generar una amistad o hablar mucho. A todos se los llama por algún apodo o nombre de pila: “El del café con leche y tostadas, “el Doc”, “La profe”,“Mendicrim “, etc. Hay una comunidad de parroquianos que se reconocen visualmente o generan lazos entre ellos”.

“La verdad es que estoy hecho con el bar. No me interesa poner alguna otra sucursal. Para mí este lugar es único. Cuando llegué de Corrientes jamás imaginé que iba a tener algo propio. Caí justo en esta esquina y con mucho esfuerzo y trabajo lo pude lograr. Cumplí mi sueño”, concluye Javier y enseña un café con su espuma decorada. En el mismo puede leerse bien claro: “75 años del Varela”. El corazón de este refugio porteño sigue latiendo. Y el barrio entero sueña con muchos aniversarios más.

“Fue una verdadera fiesta. Hubo bandas en vivo, clientes que no venían hace años, abrazos, lágrimas. Aún sigo emocionado”, confiesa Javier Giménez, detrás del mostrador del “Varela Varelita”, el mítico bar del barrio de Palermo. “Dicen que vinieron más de 5000 personas. Era imposible contarlas. Entraban y salían todo el tiempo. Fue un encuentro generacional muy lindo. Una celebración cultural con alma. Hasta vino Don Varela, uno de los fundadores, que tiene 103 años y su hijo”, agrega con una ancha sonrisa. Ese día, incluso los cafés se vistieron de gala: la espuma de los cortados y café con leche -los baristas dibujaban corazones y letras en color violeta y celeste- recordaban que el bar “El Varela”, cumplió setenta y cinco años en la concurrida esquina de la Avenida Scalabrini Ortiz y Paraguay. Siete décadas y media siendo testigo de historias, charlas de madrugada y mesas compartidas entre vecinos, fieles parroquianos, escritores y actores. También deleitando al barrio con sus notables sándwiches de lomito y milanesa completos.

“Hace más de tres décadas que trabajo en esta casa”

Para Giménez, el bar no es solo un trabajo. Es su hogar, su vida. Conoce cada rincón como la palma de su mano. Camina por aquellos pisos dameros con la bandeja de acero repleta de cafés, sándwiches y vermut con triolet desde jovencito. “Hace más de tres décadas que trabajo en esta casa”, relata, quien a los 20 dejó atrás la ciudad de Goya, Corrientes, en busca de nuevas oportunidades. Su pequeña maleta estaba repleta de grandes sueños. Javi, como le dicen cariñosamente, se presentó en algunas entrevistas laborales y con su simpatía, enseguida se ganó la confianza de un florista que tenía un puesto en la cuadra de enfrente del Varela.

El muchacho se encargaba de armar los delicados ramos de rosas, claveles, astromelias, jazmines y fresias, según la temporada. Como hacía horario nocturno (de 22hs a diez de la mañana), cuando terminaba sus labores, para no dormirse a la madrugada se cruzaba a ayudar al diariero a armar los diarios y revistas. Entre charla, mate y trabajo, enseguida, entablaron una linda amistad. Habrá sido una casualidad del destino, pero en 1993, en “El Varela” buscaban un empleado todo terrero y el diariero Pascual se encargó de abrirle las puertas al recomendarlo. “Les voy a presentar a un muchacho muy trabajador”, les dijo a los gallegos que fundaron el bar allá por 1950. “Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Entré convencido de que aquel puesto iba a ser para mí. El bar me pareció mágico. Como si me estuviera esperando”, asegura quien a pesar de estar hace muchos años en Buenos Aires, aún no perdió su tonada correntina.

Otra vez, su carisma conquistó a los empleadores y Javier arrancó a trabajar de “mozo mostrador”. “Arranqué bien de abajo, lavando copas y platos. También preparando cafés detrás de la barra”, cuenta, quien luego pasó a ser camarero. Danzaba por todo el salón con la bandeja metálica. Siempre tuvo mucha memoria: recordaba cada comanda como si fueran versos de su canción preferida. A los habitués los llamaba por su nombre e incluso los esperaba con su pedido predilecto. En aquella época también los sorprendió con otro truco: hacer girar los vasos y botellas cuando los apoya en la mesa. “Este divertimento surgió de casualidad. Una mañana estaba a las corridas porque el salón estaba repleto y apoyé el vaso apurado. Como por arte de magia se quedó girando. El cliente, sorprendido me dice: “viniste contento” y yo le sonreí. Al día siguiente, volvió esperando aquel truco y como no se lo hice me preguntó si estaba enojado o con mala onda. Ahí se me prendió la lamparita: empecé a hacerlo a todas las mesas”, admite, entre risas.

De Almacén y bar Ricky al lomito del “Varela Varelita”

Hay pocos registros de lo que supo ser aquella esquina antes de convertirse en el actual bar. Javier, reconstruye algunos datos curiosos. “Antiguamente era un almacén con despacho de bebidas. Luego, se llamó bar Ricky”, dice.

En 1950 arrancó un nuevo capítulo en su historia con el nombre “Varela Varelita”. Al frente había cinco socios gallegos. “El nombre del local no se debe a la orquesta Varela Varelita que era muy famosa en aquella época. En realidad, Varela era el apellido de uno de los propietarios del café. También trabajaba su hijo, conocido en el barrio como Varelita. Entonces lo bautizaron así”, asegura Giménez.

Javier también es un artista del café. Mucho antes de que el fenómeno del arte latte invadiera las cafeterías de especialidad de la ciudad, se le ocurrió sorprender a su fiel clientela con dibujos en la espuma de leche. Con el mango de una cucharita empezó a dibujar caritas sencillas y corazones, luego figuras de animales (perros, gatos, osos, conejos) hasta que cada vez se especializó más.

Así llegó el personaje de El Principito, Freddie Mercury, jugadores de fútbol y frases románticas, entre otros. Cuando Argentina salió campeón en el último Mundial la bebida salía con la bandera albiceleste y las tres estrellas. “Los clientes se quedan fascinados. Me encanta como con un café puedo alegrarles el día. Mi límite para crear es la imaginación”, expresa.

El café enamora, pero los sándwiches se llevan todos los aplausos. En el podio están el de lomito y el de milanesa. “Son los más tradicionales y los vienen a buscar de todas partes. Por su fama, en el último tiempo se acercaron muchos extranjeros a probarlos”, cuenta Javi. El completo, llamado “Varela” lleva jamón, queso, tomate, lechuga y huevo. El pan que más sale es el francés, pero también está la opción de elegir entre figazza, pebete o integral. En tanto, el de milanesa, está elaborado con el corte de nalga y es súper generoso. Tras la pandemia, sumaron papas fritas, tortillas y empanadas. Todos se ganaron un lugar en la carta y en el corazón de los parroquianos. Para el momento dulce, ofrecen flan, budín de pan y Vigilante (queso y dulce). Y a la hora del vermut el bar se llena de charlas. La cerveza y los cócteles clásicos corren acompañados del icónico triolet.

Políticos, actores, dibujantes escritores y músicos

Si las mesas de madera y fórmica del bar hablaran contarían grandes capítulos de la historia de Buenos Aires. Es que allí se han sentado desde políticos, actores, dibujantes, escritores y personalidades del mundo de la música. El escritor Héctor Libertella era uno de sus habitués. El político Carlos Alberto “Chacho” Álvarez solía utilizar una de las mesas, cerca de la caja registradora, como su despacho presidencial. En la lista no puede faltar el escritor César Aira y la directora de cine y guionista Celina Murga. “Ella nos regaló muchos de los posters que tenemos en las paredes”, aclara. También pasaron por allí Edgardo Nieva, Javier Portal, Natalia Oreiro, Leo Sbaraglia, Martín Piroyansky, Matías Almeyda y Rodrigo Roncero, entre muchos más.

El Varela también ha sido escenario de publicidades, cortos, películas y hasta novelas internacionales. “Nos eligen mucho porque la estética se mantiene siempre igual”, asegura Javier, quien en más de una oportunidad actuó de extra en algún film. “Me divierte mucho esa faceta. En una de las escenas fui mozo”, agrega, entusiasmado.

Cuando le preguntan qué es lo que más ama de su oficio, no duda: “Ver feliz al cliente. Que sienta que valió la pena ese momento”. Eso para él es todo. Hace unos años, decidió ampliar el horario del bar y actualmente cierra a las dos de la mañana. Esto atrajo cada vez más al público joven. Hoy, sus hijos, Gustavo de 34 años y Ayelén de 32, trabajan a su lado. Él se encargó de enseñarles los secretos de esta profesión que adora para que la tradición continúe. Ayelén considera que el bar es un lugar donde uno puede sentirse en casa. “Creo que la esencia del bar es “ver” y sentirse visto. Generar comunidad y un espacio que da lugar a ser. Mi papá siempre hace sentir a todos bienvenidos y es lo que queremos mantener. Es como un lugar de refugio”, afirma. Por su parte, Gustavo agrega: “para mí el Varela conforma una identidad. En una ciudad tan grande como Buenos Aires en la cual somos anónimos la mayor parte del tiempo acá uno es “alguien” sin necesariamente generar una amistad o hablar mucho. A todos se los llama por algún apodo o nombre de pila: “El del café con leche y tostadas, “el Doc”, “La profe”,“Mendicrim “, etc. Hay una comunidad de parroquianos que se reconocen visualmente o generan lazos entre ellos”.

“La verdad es que estoy hecho con el bar. No me interesa poner alguna otra sucursal. Para mí este lugar es único. Cuando llegué de Corrientes jamás imaginé que iba a tener algo propio. Caí justo en esta esquina y con mucho esfuerzo y trabajo lo pude lograr. Cumplí mi sueño”, concluye Javier y enseña un café con su espuma decorada. En el mismo puede leerse bien claro: “75 años del Varela”. El corazón de este refugio porteño sigue latiendo. Y el barrio entero sueña con muchos aniversarios más.

 

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