“En La Esquina del Sol cada segundo tiene una anécdota”, dice Gustavo de Rosa, que cuenta hoy con 62 años, pero que era un joven recién salido de ‘la colimba’ en 1983 cuando abrió, en la intersección de Guatemala y Gurruchaga, en Palermo, un local que se convertiría en un reducto mitológico para el rock nacional. Es que por ese pub pasaron prácticamente todas las bandas y solistas del rock autóctono, en tiempos en que muchos de ellos apenas hacían sus primeras armas.
Charly García, Los Redonditos de Ricota, Soda Estéreo, Fito Páez, Sumo y muchos otros escribieron con sus presentaciones la historia de un legendario recinto rockero, que los que pasaron por allí rememoran con nostalgia y alegría. “Ahora a la distancia veo que fue una cosa impresionante. La Esquina estuvo abierta un año y medio, pero la gente piensa que duró 10 años… las cosas buenas que quedan en el tiempo duran poquito”, reflexiona De Rosa.
El pasado 4 de abril, en la pizzería y cantina Orno, que actualmente ocupa ese local de Guatemala y Gurruchaga se realizó un homenaje a la que fuera aquella emblemática esquina, con la presencia de varios invitados y un mini recital de Juan Sebastián Gutiérrez (Juanse Paranoico). En la ocasión, se colocó en la fachada del local una placa que conmemora su existencia con precisas palabras: “Esta fue La Esquina del Sol; aquí se gestó la esencia del rock argentino de los años 80″.
“Quería salir de pobre”
A raíz de este homenaje, LA NACION dialogó con De Rosa para repasar los anales de aquel mágico pub porteño. “Soy reticente de volver al pasado pero me parece que tengo la obligación de contarle a los más jóvenes de qué se trató aquello”, dice De Rosa, antes de zambullirse en el océano de anécdotas que dejó en su vida (y en el rock nacional) La Esquina del Sol.
-Gustavo, ¿cómo es que una persona tan joven llega a inaugurar un lugar como La Esquina del Sol?
-Entré al Servicio Militar mientras sucede la guerra de Malvinas. No termino yendo por esas cosas de Dios, pero estaba “bajo bandera”. Yo estudiaba Comunicación Social pero cuando salgo de la colimba no retomo. Empecé a pensar, para ser franco, en hacer algo para salir de pobre. Tenía 20 años. Éramos de una famiila de clase media laburante, media baja. A la vez, siempre me gustó la música, escucho de todo. Entonces pensé en hacer algo relacionado. Yo iba mucho a La Trastienda y al Bar Latino, que eran cafés concert, donde circulaban muchos artistas y dije: “Voy a hacer algo como esto”.
-¿Entonces?
-Tenía un amigo que había sido maestro mío en séptimo grado y le digo: “¿Alejandro, me das algo de plata para poner un bar?“. La inversión no era la que sería hoy. ”Sí, te doy”, me dice. Busco en el diario el local, en Gurruchaga y Guatemala. Lo voy a ver, me atiende un hombre grande. Entro y el lugar se caía a pedazos. Me llamó mucho la atención que tuviera las paredes pintadas de rosa. Le pregunté por qué, me dijo que era una casa de 1800, que era un bar, almacén, donde venía siempre un hombre y (Jorge Luis) Borges se había inspirado en él para escribir el cuento El hombre de la esquina rosada. Y decidí poner el boliche ahí.
“No venía nadie”
-¿Por qué La Esquina del Sol?
-Porque justo nació la hija de Alejandro, el amigo que me había prestado la plata, y le pusieron Sol. Entonces se me ocurrió ponerle ese nombre que, a la lejanía, parece muy hippie. Se inauguró un 5 de febrero de 1983. Tocó un gran artista, que falleció hace poco, Jorge Cumbo, que se hizo famoso con la canción de una propaganda de cigarrillos LM, que era “Nadita nai nai”.
-La esquina era un bar, un lugar de conciertos… ¿cómo lo definirías?
-Era un desastre (ríe). Era un antro con pisos de ladrillos, que lo habíamos querido hacer rústico, un techo de canalón eternit, sillas de paja y mesas de pino compradas en Tigre. La heladera era una Siam de las viejas, esas que tienen la palanca, y había un tacho de 200 litros donde ponía las botellas de cerveza con barras de hielo. Yo contrataba grupos y abría los viernes, sábados y domingos… ¡y no venía nadie! Ni los viernes, ni los sábados, ni los domingos… Éramos ocho, diez personas.
-¿Cuándo mejoraron las cosas?
-Un día se me ocurrió, porque la vi en una revista que se llamaba Prensario, contratar a María Rosa Yorio, que había hecho muchas cosas con León Gieco, Charly García, Raúl Porcheto… había sido “la novia del rock”. La cosa es que vino María y se empezó a llenar, porque todos los sábados teníamos unas 200 personas, y en el bar había lugar para 150 o 200 personas sentadas. Y lo llenábamos. Llenábamos.
¿Charly García o Giovanni y los de Plástico?
-¿Así se empezó a hacer popular La Esquina?
-No. Un día me dice María Rosa: “¿Puedo hacer el cumple de Miguelito acá?“. Miguel era el hijo de ella y Charly García, que creo que cumplía 5 o 6 años. Le dije que sí, obvio. El día del cumpleaños, yo estaba inflando globos, esperando a los chicos y entra Charly ¡Imaginate! Me quedo congelado. Intacto estaba en 1983. Viene, me abraza, se sienta al lado mío y me dice: “Qué lindo lugar, a mí me gustaría tocar acá”. Yo no lo podía creer. Me dice: “Andá a verlo a Daniel Grinbank, que es mi manager”.
-¿Fuiste a ver a Grinbank?
-Sí, claro. Daniel siempre fue conmigo una persona afectuosa. Lo veo y me dice: “Este Charly es un hinchapelotas. Lo que pasa es que los Rolling Stones están tocando en pubs…”. Había esa onda de que los que hacían grandes estadios querían hacer algo con gente cerca y Charly siempre se inspiró en esas cosas… en resumidas cuentas, ponemos fecha y Charly me dice: “No pongas mi nombre. Poné Giovanni y los de Plástico”. Bueno, puse así. Y se llenó. Más que de gente, se llenó de periodistas, de músicos. Vinieron todos.
-¿Lo de Charly marcó un antes y un después?
-Ese fue el quiebre. A partir de ahí, a un pub donde no venía nadie, solo María Rosa Yorio, empezaron a llamar todos los grupos que querían venir. Hay un listado enorme. Por ejemplo, Kevin Johansen, que era un pibito, con una banda que era Instrucción. Tocaron Los Enanitos verdes, que los vinieron a ver ocho personas…
-¿Volvió a tocar Charly García en La Esquina?
-No, pero se sintió tan bien con el lugar que me dijo: “¿Puedo venir a ensayar acá?“. Porque las salas de ensayo son bastante rompebolas, tenés que cumplir horario, no había cosas para tomar… entonces yo le dije que sí. Y fue muy bueno ver los ensayos. Me acuerdo que Charly un día empezó a tararear una canción. Empezó: ”chara chanchara, chanchara” y todos los músicos se pusieron a zapar ese tema, no me olvido más. Terminado el ensayo, Charly dice: “Mañana traigo la letra”, porque él la cantaba en inglés cuando iba zapando. Y al día siguiente trae “Cerca de la Revolución”. Yo tenía 20 años y no tenía real conciencia de lo que estaba viviendo. Un Maradona, un Messi, un Van Gogh… creo que en ese momento él estaba en su apogeo como artista.
“Cerati sabía dónde quería llegar”
-¿También tocó allí Soda Stereo?
-Yo los odiaba, porque no me gustaba nada lo que hacían. Un día, el manager, Marcelo Angiolini, me dice: “Dejame hacer una fecha el jueves 21 de septiembre, día de la primavera”. Yo me quería quedar tranquilo en mi casa, le di las llaves y le dije: “Abrí, Marcelito, y toquen porque no va a ir nadie”. A la noche me llama por teléfono a casa, vivía en Villa Urquiza, ya estaba durmiendo, todavía me acuerdo, y me dice: “Venite para acá que hay 300 personas adentro y 300 afuera”.
-¿Cómo eran los Soda entonces?
-Te los describo en dos minutos. Zeta (Bosio) era como un amigo de barrio: entraba y nos poníamos a charlar. Charly (Alberti) era una especie de playboy, siempre las mujeres mueren por los bateristas. Pero era un divino. Y Gustavo (Cerati)… tocó un año y medio y le decía “Hola, Gustavo” y nada más me decía “Hola”. Estaba ensimismado… el sabía que era una especie de Lou Reed. Se sentía como una estrella y trataba a la gente como si lo fuera, tenía muy asumido su rol. No me gustaba, pero 40 años después me doy cuenta de que el tipo sabía a dónde quería llegar, lo tenía totalmente claro.
Los Redonditos de Ricota
-Hablame algo de Los Redonditos de Ricota y La Esquina.
-Primero vino Skay (Bellinson) con una banda absolutamente desconocida, donde tocaba con Edelmiro Molinari. Metieron cinco personas, pero me dijo: “Quiero tocar con una banda que se llama Patricio Rey y los Redonditos de Ricota”. Yo pensé: “Con ese nombre no va a meter a nadie”. Creo que Los Redonditos no habían tocado aún en Capital. Con esta porquería, otro garrón más, me dije.
-¿Te falló el pronóstico, como con Soda Stereo?
-Pará. Ese día, entra la Negra Poli (manager histórica del grupo), Skay y el Indio (Solari). Divinos, todos. La negra me dice: “Gus, ¿no podemos sacar todas las mesas y las sillas y ponerlas en el patio? Porque va a venir mucha gente”. “Pero acá caben 200″, le digo. “Pero va a venir mucha gente”, repitió. Y dicho y hecho. Reventó de gente adentro y afuera. Prácticamente siempre quedaban 100 o 200 personas afuera, bailando y escuchando, porque imaginate que la acústica adentro era cero, así que se escuchaba mejor afuera que adentro. Repartieron los famosos redonditos de ricota entre la gente para comer…
-¿En ese entonces la banda formaba parte de La Cofradía de la Flor Solar, no?
-Absolutamente, eran como una comunidad. Venían en colectivo desde La Plata, porque eran de allá… había un montón de gente que iba a hacer el coro y a hacer performances. Enrique Syms, por ejemplo, que un día que estaban mi mamá y mi papá en la barra dijo un monólogo. Yo estaba justo al lado de mi mamá, cuando Syms dice: “Corre el nene a su madre para atraparla con el pene chorreante”. Cuando dijo esa frase, mi mamá, que era una señora bastante civilizada, me miró, se fue y no vino nunca más.
-La Esquina abrió cuando languidecía la dictadura y arrancaba la democracia de Alfonsín, por todo lo que contás, eran tiempos de destape, de liberación artística, ¿creés eso?
-Mirá, el otra día, en el homenaje en Orno, Bobby Flores dijo una cosa bastante sensata, que entonces se podía hacer cualquier cosa. Pero también, en un show de Yorio entró la policía, prendió las luces, pidió documentos… quedaban coletazos de la dictadura. La policía también podía hacer cualquier cosa y nada los detenía.
“Pierre, el vitricida”
-Dice la leyenda que allí nació una clásica canción de los Redondos, “Pierre el vitricida”. ¿Cómo fue eso?
-Estaban tocando Los Redondos y empezó a llover mal. Las canaletas del techo estaban tapadas por las hojas de Palermo viejo y veo que empiezan las paredes a convertirse en cataratas, empieza a caer agua y no paraba. El escenario era una pequeña elevación de cemento de unos 30 centímetros y veo que el agua empieza a subir y subir y a llegar casi al escenario. Con los plomos agarramos los cables de electricidad y los pusimos arriba de una silla para que nadie se electrocutara, porque la gente no se movía. Al contrario, la gente pateaba agua, se divertía volaba agua para todos lados, era una visión terrorífica, de una película de David Lynch y yo estaba en la puerta pensando: “Acá va a pasar algo en cualquier momento”.
-¿Y pasó?
-Te cuento: la puerta era una vieja puerta de madera como con una parte de vidrio donde decía La Esquina del Sol Concierto Bar. Veo que hay un señor gordo empujando la puerta y golpeando a los gritos. El tipo estaba afuera y quería entrar. Veía que lo frenaban. Como yo era guapito, entreabro la puerta y le digo: “¿Qué querés?”. “Hay que suspender el show -me dice- porque esto es una locura”. Entonces yo le cierro la puerta en la cara y le digo: “Chau”. Ni sabía quién era, pero era un capo del primer rock, de los primeros tiempos, Pierre Bayona, manager histórico de Pappo. Y cuando me doy vuelta escucho “plum”, le pega un puñetazo al vidrio, lo rompe, caen vidrios para todos lados. Abro la puerta, lo quería asesinar, pero lo agarran y se lo llevan. Me pongo a llorar del odio. Ahí siento que alguien me agarra del hombro y me sube al escenario, era el Indio. Abrazado a él, yo lloraba. Y él empieza con la letra: “Cómo se ríe el gordo Pierre y rompió el vidrio el Gordo Pierre”, y todos se cagaban de risa. La canción nació ese día, “Pierre, el vitricida”. Después de eso, además, todos los sábados que tocaban Los Redondos me invitaban a hacer coros.
Miguel Abuelo, Fito Páez y Los Cadillacs
-¿Miguel Abuelo también tocó en La Esquina?
-Miguel tocó con Los Abuelos (de la nada) y como solista también, que tenía cosas muy lindas, como “Mariposas de madera”. Él vivía a la vuelta, en calle Serrano. En la semana, me golpeaba la puerta para ir a cenar, yo cortaba todo. Me decía: “No tengo plata, llevame a comer afuera”. Íbamos a comer al restaurante Hermann, frente a la Comisaría 23 y él pedía arroz a la cubana. No me olvido más.
-¿Fito Páez?
-Sí… un Fito Páez totalmente esquelético y sin un mango. Te lo cuento tal cual: se sacaba las zapatillas en la cocina, se rascaba los pies y decía: “¡Los hongos me están matando!“. Mi viejo, pobrecito, me hacía dos docenas de empanadas de carne en la casa para que yo vendiera y se las comía Fito… Mi viejo me decía: ”¿Vendiste?“. Vendí una docena sola, la otra se la comió Fito.
-Da la impresión de que no eran las estrellas que fueron después.
-Absolutamente todos. Salvo Charly y Los Abuelos, quizás estaban todos a años luz de ser lo que son hoy. Por ejemplo, Los Cadillacs.
-¿También tocaron allí?
-Sí. Los Cadillacs tocaron un día que me suspendieron Los Twists porque se estaban separando. Un amigo me dice: “Te mando una banda de unos pibitos que hacen ska”. Yo no sabía lo que era el ska, pero llegan y bajan de un jeep 15 pibes todos borrachos, te lo juro por Dios y yo dije: “Para eso hubiera cerrado”. Los pibes recontra chetos, educados, pero en pedo. Me dicen: “Nosotros somos Los Fabulosos Cadillacs 57″, porque se llamaban así. Y les digo: “Bueno, toquen”. Y tocaron, y nos divertimos todos.
“El rock no era lo que es ahora”
“A medida que pasa la charla me voy por seguir acordando de anécdotas”, dice Gustavo De Rosa, que emite su catarata de historias telefónicamente de manera tranquila y sin solución de continuidad. Pero en un momento, el que fuera el joven dueño de La Esquina del Sol, pone las cosas en contexto, con respecto al universo del rock: “En esa época éramos absolutamente ignorados. No había redes, no había nada. A lo sumo la revista Canta Rock, o Pelo. El rock no era lo que es ahora, que lo pasan hasta en los noticieros, era solo algo para la juventud y los marginales”.
-Imagino que por tu esquina pasó también Sumo.
-Sí, y dejaron anécdotas mortales. Por ejemplo, Luca (Prodan) venía siempre en alpargatas, con bombacha de campo atada con un cable y el torso desnudo. En verano y en invierno… tenía una remerita por si refrescaba, pero la tenía sobre los hombros. En esa época yo tenía una mujer de la que me separé, y cada vez que Luca entraba la agarraba del mentón y le decía: “Tenés unos ojos preciosos”. Y cuando yo iba a cagarlo a trompadas me decía: “Vos me tenés que respetar porque yo soy un esteta”. Yo no sabía ni qué carajo era un esteta. Después nos hicimos amigos. Era un tipo absolutamente fabuloso. De hecho fue con Sumo con los que tuve más amistad o cercanía. También con Los Redondos, Oscar Mediavilla de La Torre, los Suéter y Miguel Abuelo, ellos eran los más amigos. Hubo una buena racha con (Horacio) Fontova trío, también. Un tipo especial, Fontova.
Sumo, Luca y la última noche de La Esquina
-Sumo tuvo la particularidad de protagonizar el último recital en La Esquina. ¿Cómo fue eso?
-Sí, el último recital fue de Sumo. No recuerdo la fecha, pero debe haber sido julio o agosto del 84. Fue espectacular. Yo sabía que se había podrido todo con la policía porque yo no les daba más dinero para “protección”, dejé de darles porque cada vez me pedían más, y sabía que en cualquier momento me clausuraban. Esa noche empezaron a parar de trompa en la ochava unos 12 o 13 patrulleros y un colectivo. Nos pusieron a todos en fila y nos fueron subiendo a los patrulleros. A mí me dejaron para lo último, porque tenía que cerrar con llave… había silencio y un poco de tensión. Y de pronto lo veo a Luca que se va caminando, y le dice al policía de la puerta que se corra, que lo deje pasar: “Yo me voy, no estoy para estas boludeces”, dijo. Y se fue.
-¿Y vos?
-Yo terminé en una celda de la Comisaría 23 con (Roberto) Pettinato y (Diego) Arnedo. A la mañana nos soltaron, no pasó nada. Se inició una causa porque encontraron dos porros en el baño… Y así terminó la historia de La Esquina del Sol.
“Confieso que he vivido”
De Rosa siguió ligado al mundo de la música un tiempo: fue manager de Patricia Sosa, después, de Andrés Calamaro. Pero más tarde cambió de rubro: “Me fui del rock y me puse una empresita. Como conocía boliches, empecé a trabajar en la organización de eventos y es lo que hago hasta el día de hoy”.
El empresario tiene además otra ocupación que también lo honra: un refugio para perros, Refugio Bonita, en Tortuguitas, donde rescata, cura y da asilo a los canes que encuentra por las calles. “En realidad, empecé con los perros antes de poner La Esquina del Sol. El primero lo rescaté a mis 15 años”.
Uno de los perros salvados por De Rosa terminó adoptado por Juan Sebastián “la Brujita” Verón en tiempos de pandemia, algo sustancial para el exdueño de La Esquina, hincha fanático de Estudiantes de La Plata. “La duda era llamarlo Ramón o Bidón -confiesa De Rosa-. Al final fue Ramón”.
“Canté con el Indio Solari, jugué al fútbol con (Diego) Maradona en las inferiores de Argentinos Juniors y tengo una relación con la Brujita. A veces le cuento a mi hijo de 14 todo lo que viví y cree que está en la película El gran pez (donde los relatos que le cuenta un padre a su hijo parecen de fantasía, pero finalmente se descubre que eran todos reales). Creo que Dios ha sido demasiado generoso conmigo. Tuve muchos privilegios y confieso que he vivido”, concluye el hombre que hizo latir fuerte en su boliche de Palermo el corazón del rock nacional.
“En La Esquina del Sol cada segundo tiene una anécdota”, dice Gustavo de Rosa, que cuenta hoy con 62 años, pero que era un joven recién salido de ‘la colimba’ en 1983 cuando abrió, en la intersección de Guatemala y Gurruchaga, en Palermo, un local que se convertiría en un reducto mitológico para el rock nacional. Es que por ese pub pasaron prácticamente todas las bandas y solistas del rock autóctono, en tiempos en que muchos de ellos apenas hacían sus primeras armas.
Charly García, Los Redonditos de Ricota, Soda Estéreo, Fito Páez, Sumo y muchos otros escribieron con sus presentaciones la historia de un legendario recinto rockero, que los que pasaron por allí rememoran con nostalgia y alegría. “Ahora a la distancia veo que fue una cosa impresionante. La Esquina estuvo abierta un año y medio, pero la gente piensa que duró 10 años… las cosas buenas que quedan en el tiempo duran poquito”, reflexiona De Rosa.
El pasado 4 de abril, en la pizzería y cantina Orno, que actualmente ocupa ese local de Guatemala y Gurruchaga se realizó un homenaje a la que fuera aquella emblemática esquina, con la presencia de varios invitados y un mini recital de Juan Sebastián Gutiérrez (Juanse Paranoico). En la ocasión, se colocó en la fachada del local una placa que conmemora su existencia con precisas palabras: “Esta fue La Esquina del Sol; aquí se gestó la esencia del rock argentino de los años 80″.
“Quería salir de pobre”
A raíz de este homenaje, LA NACION dialogó con De Rosa para repasar los anales de aquel mágico pub porteño. “Soy reticente de volver al pasado pero me parece que tengo la obligación de contarle a los más jóvenes de qué se trató aquello”, dice De Rosa, antes de zambullirse en el océano de anécdotas que dejó en su vida (y en el rock nacional) La Esquina del Sol.
-Gustavo, ¿cómo es que una persona tan joven llega a inaugurar un lugar como La Esquina del Sol?
-Entré al Servicio Militar mientras sucede la guerra de Malvinas. No termino yendo por esas cosas de Dios, pero estaba “bajo bandera”. Yo estudiaba Comunicación Social pero cuando salgo de la colimba no retomo. Empecé a pensar, para ser franco, en hacer algo para salir de pobre. Tenía 20 años. Éramos de una famiila de clase media laburante, media baja. A la vez, siempre me gustó la música, escucho de todo. Entonces pensé en hacer algo relacionado. Yo iba mucho a La Trastienda y al Bar Latino, que eran cafés concert, donde circulaban muchos artistas y dije: “Voy a hacer algo como esto”.
-¿Entonces?
-Tenía un amigo que había sido maestro mío en séptimo grado y le digo: “¿Alejandro, me das algo de plata para poner un bar?“. La inversión no era la que sería hoy. ”Sí, te doy”, me dice. Busco en el diario el local, en Gurruchaga y Guatemala. Lo voy a ver, me atiende un hombre grande. Entro y el lugar se caía a pedazos. Me llamó mucho la atención que tuviera las paredes pintadas de rosa. Le pregunté por qué, me dijo que era una casa de 1800, que era un bar, almacén, donde venía siempre un hombre y (Jorge Luis) Borges se había inspirado en él para escribir el cuento El hombre de la esquina rosada. Y decidí poner el boliche ahí.
“No venía nadie”
-¿Por qué La Esquina del Sol?
-Porque justo nació la hija de Alejandro, el amigo que me había prestado la plata, y le pusieron Sol. Entonces se me ocurrió ponerle ese nombre que, a la lejanía, parece muy hippie. Se inauguró un 5 de febrero de 1983. Tocó un gran artista, que falleció hace poco, Jorge Cumbo, que se hizo famoso con la canción de una propaganda de cigarrillos LM, que era “Nadita nai nai”.
-La esquina era un bar, un lugar de conciertos… ¿cómo lo definirías?
-Era un desastre (ríe). Era un antro con pisos de ladrillos, que lo habíamos querido hacer rústico, un techo de canalón eternit, sillas de paja y mesas de pino compradas en Tigre. La heladera era una Siam de las viejas, esas que tienen la palanca, y había un tacho de 200 litros donde ponía las botellas de cerveza con barras de hielo. Yo contrataba grupos y abría los viernes, sábados y domingos… ¡y no venía nadie! Ni los viernes, ni los sábados, ni los domingos… Éramos ocho, diez personas.
-¿Cuándo mejoraron las cosas?
-Un día se me ocurrió, porque la vi en una revista que se llamaba Prensario, contratar a María Rosa Yorio, que había hecho muchas cosas con León Gieco, Charly García, Raúl Porcheto… había sido “la novia del rock”. La cosa es que vino María y se empezó a llenar, porque todos los sábados teníamos unas 200 personas, y en el bar había lugar para 150 o 200 personas sentadas. Y lo llenábamos. Llenábamos.
¿Charly García o Giovanni y los de Plástico?
-¿Así se empezó a hacer popular La Esquina?
-No. Un día me dice María Rosa: “¿Puedo hacer el cumple de Miguelito acá?“. Miguel era el hijo de ella y Charly García, que creo que cumplía 5 o 6 años. Le dije que sí, obvio. El día del cumpleaños, yo estaba inflando globos, esperando a los chicos y entra Charly ¡Imaginate! Me quedo congelado. Intacto estaba en 1983. Viene, me abraza, se sienta al lado mío y me dice: “Qué lindo lugar, a mí me gustaría tocar acá”. Yo no lo podía creer. Me dice: “Andá a verlo a Daniel Grinbank, que es mi manager”.
-¿Fuiste a ver a Grinbank?
-Sí, claro. Daniel siempre fue conmigo una persona afectuosa. Lo veo y me dice: “Este Charly es un hinchapelotas. Lo que pasa es que los Rolling Stones están tocando en pubs…”. Había esa onda de que los que hacían grandes estadios querían hacer algo con gente cerca y Charly siempre se inspiró en esas cosas… en resumidas cuentas, ponemos fecha y Charly me dice: “No pongas mi nombre. Poné Giovanni y los de Plástico”. Bueno, puse así. Y se llenó. Más que de gente, se llenó de periodistas, de músicos. Vinieron todos.
-¿Lo de Charly marcó un antes y un después?
-Ese fue el quiebre. A partir de ahí, a un pub donde no venía nadie, solo María Rosa Yorio, empezaron a llamar todos los grupos que querían venir. Hay un listado enorme. Por ejemplo, Kevin Johansen, que era un pibito, con una banda que era Instrucción. Tocaron Los Enanitos verdes, que los vinieron a ver ocho personas…
-¿Volvió a tocar Charly García en La Esquina?
-No, pero se sintió tan bien con el lugar que me dijo: “¿Puedo venir a ensayar acá?“. Porque las salas de ensayo son bastante rompebolas, tenés que cumplir horario, no había cosas para tomar… entonces yo le dije que sí. Y fue muy bueno ver los ensayos. Me acuerdo que Charly un día empezó a tararear una canción. Empezó: ”chara chanchara, chanchara” y todos los músicos se pusieron a zapar ese tema, no me olvido más. Terminado el ensayo, Charly dice: “Mañana traigo la letra”, porque él la cantaba en inglés cuando iba zapando. Y al día siguiente trae “Cerca de la Revolución”. Yo tenía 20 años y no tenía real conciencia de lo que estaba viviendo. Un Maradona, un Messi, un Van Gogh… creo que en ese momento él estaba en su apogeo como artista.
“Cerati sabía dónde quería llegar”
-¿También tocó allí Soda Stereo?
-Yo los odiaba, porque no me gustaba nada lo que hacían. Un día, el manager, Marcelo Angiolini, me dice: “Dejame hacer una fecha el jueves 21 de septiembre, día de la primavera”. Yo me quería quedar tranquilo en mi casa, le di las llaves y le dije: “Abrí, Marcelito, y toquen porque no va a ir nadie”. A la noche me llama por teléfono a casa, vivía en Villa Urquiza, ya estaba durmiendo, todavía me acuerdo, y me dice: “Venite para acá que hay 300 personas adentro y 300 afuera”.
-¿Cómo eran los Soda entonces?
-Te los describo en dos minutos. Zeta (Bosio) era como un amigo de barrio: entraba y nos poníamos a charlar. Charly (Alberti) era una especie de playboy, siempre las mujeres mueren por los bateristas. Pero era un divino. Y Gustavo (Cerati)… tocó un año y medio y le decía “Hola, Gustavo” y nada más me decía “Hola”. Estaba ensimismado… el sabía que era una especie de Lou Reed. Se sentía como una estrella y trataba a la gente como si lo fuera, tenía muy asumido su rol. No me gustaba, pero 40 años después me doy cuenta de que el tipo sabía a dónde quería llegar, lo tenía totalmente claro.
Los Redonditos de Ricota
-Hablame algo de Los Redonditos de Ricota y La Esquina.
-Primero vino Skay (Bellinson) con una banda absolutamente desconocida, donde tocaba con Edelmiro Molinari. Metieron cinco personas, pero me dijo: “Quiero tocar con una banda que se llama Patricio Rey y los Redonditos de Ricota”. Yo pensé: “Con ese nombre no va a meter a nadie”. Creo que Los Redonditos no habían tocado aún en Capital. Con esta porquería, otro garrón más, me dije.
-¿Te falló el pronóstico, como con Soda Stereo?
-Pará. Ese día, entra la Negra Poli (manager histórica del grupo), Skay y el Indio (Solari). Divinos, todos. La negra me dice: “Gus, ¿no podemos sacar todas las mesas y las sillas y ponerlas en el patio? Porque va a venir mucha gente”. “Pero acá caben 200″, le digo. “Pero va a venir mucha gente”, repitió. Y dicho y hecho. Reventó de gente adentro y afuera. Prácticamente siempre quedaban 100 o 200 personas afuera, bailando y escuchando, porque imaginate que la acústica adentro era cero, así que se escuchaba mejor afuera que adentro. Repartieron los famosos redonditos de ricota entre la gente para comer…
-¿En ese entonces la banda formaba parte de La Cofradía de la Flor Solar, no?
-Absolutamente, eran como una comunidad. Venían en colectivo desde La Plata, porque eran de allá… había un montón de gente que iba a hacer el coro y a hacer performances. Enrique Syms, por ejemplo, que un día que estaban mi mamá y mi papá en la barra dijo un monólogo. Yo estaba justo al lado de mi mamá, cuando Syms dice: “Corre el nene a su madre para atraparla con el pene chorreante”. Cuando dijo esa frase, mi mamá, que era una señora bastante civilizada, me miró, se fue y no vino nunca más.
-La Esquina abrió cuando languidecía la dictadura y arrancaba la democracia de Alfonsín, por todo lo que contás, eran tiempos de destape, de liberación artística, ¿creés eso?
-Mirá, el otra día, en el homenaje en Orno, Bobby Flores dijo una cosa bastante sensata, que entonces se podía hacer cualquier cosa. Pero también, en un show de Yorio entró la policía, prendió las luces, pidió documentos… quedaban coletazos de la dictadura. La policía también podía hacer cualquier cosa y nada los detenía.
“Pierre, el vitricida”
-Dice la leyenda que allí nació una clásica canción de los Redondos, “Pierre el vitricida”. ¿Cómo fue eso?
-Estaban tocando Los Redondos y empezó a llover mal. Las canaletas del techo estaban tapadas por las hojas de Palermo viejo y veo que empiezan las paredes a convertirse en cataratas, empieza a caer agua y no paraba. El escenario era una pequeña elevación de cemento de unos 30 centímetros y veo que el agua empieza a subir y subir y a llegar casi al escenario. Con los plomos agarramos los cables de electricidad y los pusimos arriba de una silla para que nadie se electrocutara, porque la gente no se movía. Al contrario, la gente pateaba agua, se divertía volaba agua para todos lados, era una visión terrorífica, de una película de David Lynch y yo estaba en la puerta pensando: “Acá va a pasar algo en cualquier momento”.
-¿Y pasó?
-Te cuento: la puerta era una vieja puerta de madera como con una parte de vidrio donde decía La Esquina del Sol Concierto Bar. Veo que hay un señor gordo empujando la puerta y golpeando a los gritos. El tipo estaba afuera y quería entrar. Veía que lo frenaban. Como yo era guapito, entreabro la puerta y le digo: “¿Qué querés?”. “Hay que suspender el show -me dice- porque esto es una locura”. Entonces yo le cierro la puerta en la cara y le digo: “Chau”. Ni sabía quién era, pero era un capo del primer rock, de los primeros tiempos, Pierre Bayona, manager histórico de Pappo. Y cuando me doy vuelta escucho “plum”, le pega un puñetazo al vidrio, lo rompe, caen vidrios para todos lados. Abro la puerta, lo quería asesinar, pero lo agarran y se lo llevan. Me pongo a llorar del odio. Ahí siento que alguien me agarra del hombro y me sube al escenario, era el Indio. Abrazado a él, yo lloraba. Y él empieza con la letra: “Cómo se ríe el gordo Pierre y rompió el vidrio el Gordo Pierre”, y todos se cagaban de risa. La canción nació ese día, “Pierre, el vitricida”. Después de eso, además, todos los sábados que tocaban Los Redondos me invitaban a hacer coros.
Miguel Abuelo, Fito Páez y Los Cadillacs
-¿Miguel Abuelo también tocó en La Esquina?
-Miguel tocó con Los Abuelos (de la nada) y como solista también, que tenía cosas muy lindas, como “Mariposas de madera”. Él vivía a la vuelta, en calle Serrano. En la semana, me golpeaba la puerta para ir a cenar, yo cortaba todo. Me decía: “No tengo plata, llevame a comer afuera”. Íbamos a comer al restaurante Hermann, frente a la Comisaría 23 y él pedía arroz a la cubana. No me olvido más.
-¿Fito Páez?
-Sí… un Fito Páez totalmente esquelético y sin un mango. Te lo cuento tal cual: se sacaba las zapatillas en la cocina, se rascaba los pies y decía: “¡Los hongos me están matando!“. Mi viejo, pobrecito, me hacía dos docenas de empanadas de carne en la casa para que yo vendiera y se las comía Fito… Mi viejo me decía: ”¿Vendiste?“. Vendí una docena sola, la otra se la comió Fito.
-Da la impresión de que no eran las estrellas que fueron después.
-Absolutamente todos. Salvo Charly y Los Abuelos, quizás estaban todos a años luz de ser lo que son hoy. Por ejemplo, Los Cadillacs.
-¿También tocaron allí?
-Sí. Los Cadillacs tocaron un día que me suspendieron Los Twists porque se estaban separando. Un amigo me dice: “Te mando una banda de unos pibitos que hacen ska”. Yo no sabía lo que era el ska, pero llegan y bajan de un jeep 15 pibes todos borrachos, te lo juro por Dios y yo dije: “Para eso hubiera cerrado”. Los pibes recontra chetos, educados, pero en pedo. Me dicen: “Nosotros somos Los Fabulosos Cadillacs 57″, porque se llamaban así. Y les digo: “Bueno, toquen”. Y tocaron, y nos divertimos todos.
“El rock no era lo que es ahora”
“A medida que pasa la charla me voy por seguir acordando de anécdotas”, dice Gustavo De Rosa, que emite su catarata de historias telefónicamente de manera tranquila y sin solución de continuidad. Pero en un momento, el que fuera el joven dueño de La Esquina del Sol, pone las cosas en contexto, con respecto al universo del rock: “En esa época éramos absolutamente ignorados. No había redes, no había nada. A lo sumo la revista Canta Rock, o Pelo. El rock no era lo que es ahora, que lo pasan hasta en los noticieros, era solo algo para la juventud y los marginales”.
-Imagino que por tu esquina pasó también Sumo.
-Sí, y dejaron anécdotas mortales. Por ejemplo, Luca (Prodan) venía siempre en alpargatas, con bombacha de campo atada con un cable y el torso desnudo. En verano y en invierno… tenía una remerita por si refrescaba, pero la tenía sobre los hombros. En esa época yo tenía una mujer de la que me separé, y cada vez que Luca entraba la agarraba del mentón y le decía: “Tenés unos ojos preciosos”. Y cuando yo iba a cagarlo a trompadas me decía: “Vos me tenés que respetar porque yo soy un esteta”. Yo no sabía ni qué carajo era un esteta. Después nos hicimos amigos. Era un tipo absolutamente fabuloso. De hecho fue con Sumo con los que tuve más amistad o cercanía. También con Los Redondos, Oscar Mediavilla de La Torre, los Suéter y Miguel Abuelo, ellos eran los más amigos. Hubo una buena racha con (Horacio) Fontova trío, también. Un tipo especial, Fontova.
Sumo, Luca y la última noche de La Esquina
-Sumo tuvo la particularidad de protagonizar el último recital en La Esquina. ¿Cómo fue eso?
-Sí, el último recital fue de Sumo. No recuerdo la fecha, pero debe haber sido julio o agosto del 84. Fue espectacular. Yo sabía que se había podrido todo con la policía porque yo no les daba más dinero para “protección”, dejé de darles porque cada vez me pedían más, y sabía que en cualquier momento me clausuraban. Esa noche empezaron a parar de trompa en la ochava unos 12 o 13 patrulleros y un colectivo. Nos pusieron a todos en fila y nos fueron subiendo a los patrulleros. A mí me dejaron para lo último, porque tenía que cerrar con llave… había silencio y un poco de tensión. Y de pronto lo veo a Luca que se va caminando, y le dice al policía de la puerta que se corra, que lo deje pasar: “Yo me voy, no estoy para estas boludeces”, dijo. Y se fue.
-¿Y vos?
-Yo terminé en una celda de la Comisaría 23 con (Roberto) Pettinato y (Diego) Arnedo. A la mañana nos soltaron, no pasó nada. Se inició una causa porque encontraron dos porros en el baño… Y así terminó la historia de La Esquina del Sol.
“Confieso que he vivido”
De Rosa siguió ligado al mundo de la música un tiempo: fue manager de Patricia Sosa, después, de Andrés Calamaro. Pero más tarde cambió de rubro: “Me fui del rock y me puse una empresita. Como conocía boliches, empecé a trabajar en la organización de eventos y es lo que hago hasta el día de hoy”.
El empresario tiene además otra ocupación que también lo honra: un refugio para perros, Refugio Bonita, en Tortuguitas, donde rescata, cura y da asilo a los canes que encuentra por las calles. “En realidad, empecé con los perros antes de poner La Esquina del Sol. El primero lo rescaté a mis 15 años”.
Uno de los perros salvados por De Rosa terminó adoptado por Juan Sebastián “la Brujita” Verón en tiempos de pandemia, algo sustancial para el exdueño de La Esquina, hincha fanático de Estudiantes de La Plata. “La duda era llamarlo Ramón o Bidón -confiesa De Rosa-. Al final fue Ramón”.
“Canté con el Indio Solari, jugué al fútbol con (Diego) Maradona en las inferiores de Argentinos Juniors y tengo una relación con la Brujita. A veces le cuento a mi hijo de 14 todo lo que viví y cree que está en la película El gran pez (donde los relatos que le cuenta un padre a su hijo parecen de fantasía, pero finalmente se descubre que eran todos reales). Creo que Dios ha sido demasiado generoso conmigo. Tuve muchos privilegios y confieso que he vivido”, concluye el hombre que hizo latir fuerte en su boliche de Palermo el corazón del rock nacional.