NUEVA YORK.- Con la muerte del papa Francisco, la Iglesia católica ingresa en un momento de incertidumbre para el que el papa fallecido intentó prepararla. En horas más, los cardenales de todo el mundo serán convocados a Roma para reunirse en cónclave y elegir a su sucesor, y deberían evaluar si la visión de Francisco —una iglesia misericordiosa e inclusiva— sigue siendo la correcta, o si hace falta un abordaje totalmente diferente, tal vez más enfocado en cuestiones de la fe cristiana.
Antes del inicio del cónclave, los cardenales pasarán hasta dos semanas reunidos en Roma para evaluar qué tipo de papa hoy es necesario, tanto para la Iglesia como para el mundo. Y a medida que avancen las deliberaciones, empezarán a preguntarse: “¿Cuál de nosotros?”. Solo entonces, los 135 cardenales con derecho a voto —los menores de 80 años— se recluirán en la Capilla Sixtina y decidirán la elección.
Los cardenales serán conscientes de la importancia del momento actual. En los últimos meses del papado de Francisco, Occidente y el orden establecido tras la Segunda Guerra Mundial parecían a punto de fracturarse. El mundo ahora parece una jungla donde la fuerza se impone a la razón, donde los centros imperialistas —Estados Unidos, China, Rusia— compiten cada vez más ferozmente por afirmar su propia soberanía mientras pisotean la soberanía de naciones más pequeñas.
Los cardenales también tendrán en cuenta el colapso social en muchos países: el creciente desmoronamiento de la convivencia cívica y el resentimiento furioso que subyace al auge del populismo nacionalista. También considerarán el aumento de la violencia y la perspectiva de más guerras, y se preguntarán qué le exige todo eso a la Iglesia en su conjunto y al papado en particular.
Aunque les preocupa la amenaza a la democracia y a las normas, es probable que la mayoría de los cardenales no lamenten la inminente desaparición del orden liberal, que muchos podrían considerar consecuencia del individualismo y la idolatría del mercado. Por el contrario, incluso podrían culpar al liberalismo occidental de lo que consideran graves desigualdades sociales, la privatización de la moral, la erosión de las instituciones y el desprecio por el bien común.
Muchos clérigos son tradicionalmente solidarios con los trabajadores, comparten la indignación de la gente común ante la forma en que la balanza se ha inclinado a favor de los ricos y los más formados, en detrimento de los trabajadores pobres. Muchos cardenales de África, Asia y América Latina, de donde provienen casi la mitad de los electores, también están indignados por la globalización impulsada por el mercado, y creen que los valores liberales occidentales fueron impuestos al mundo, disolviendo los lazos de confianza, tradición, comunidad y familia.
Al mismo tiempo, probablemente serán pocos los que estén impresionados por el ascenso de caudillos embanderados en las nociones de nación y de fe. Muchos tal vez consideren que Donald Trump, Elon Musk y sus secuaces son nihilistas que saben destruir pero no construir, y se horrorizarán ante el acoso a los migrantes y el temerario rechazo a las preocupaciones ambientales, ambos conceptos fundamentales para la doctrina social católica bajo el mandato de Francisco, quien durante su papado nombró al 80% de los cardenales que ahora tendrán que elegir a su sucesor. Probablemente verán en el nuevo autoritarismo una señal de que el Estado ya no actúa como un freno a lo que San Agustín llamaba la “libido dominandi” (el deseo de dominar), sino que ahora el Estado la exalta en la figura de un autócrata.
La pregunta que enfrentan hoy los cardenales es esta: ¿cómo puede la Iglesia proteger y promover su misión en este nuevo escenario? Porque si el Estado liberal era indiferente a sus creencias, pero se conformaba con que la Iglesia hiciera caridad, los nuevos autoritarios quieren que la Iglesia bendiga su ideologías pagana, pero no que defienda al extranjero y al débil.
Como observador veterano del Vaticano y de la Iglesia, creo que es probable que los cardenales elijan a un papa que marque límites claros en defensa de la libertad de la Iglesia para proclamar sus valores, y que denuncie la tergiversación política de sus enseñanzas. Algunos podrían ver una analogía entre esta época y la de hace un siglo, cuando un papa timoneó la Iglesia a través de otra era de democracias en decadencia y autocracias en ascenso. En la época del totalitarismo que condujo a la Segunda Guerra Mundial, Pío XI (1922-1939) promovió y defendió una sociedad civil pluralista frente al poder asfixiante del Estado. Ahora, muchos cardenales pensarán que el nuevo Santo Padre debe hacer lo mismo.
En uno de los documentos doctrinarios más importantes del Vaticano del siglo XX, Pío XI detalló las obligaciones de la ley para proteger no solo la autonomía de la Iglesia, sino también la de todas aquellas instituciones intermedias —escuelas, organizaciones benéficas, sindicatos, organizaciones civiles— que no pertenecen ni al mercado ni al Estado, sino que surgen de grupos de personas que ponen en práctica los valores de su fe. El impacto directo de esa doctrina quedó patente en la carta de apoyo que Francisco les envió en febrero a los obispos de Estados Unidos, quienes habían sido criticados implícitamente por el vicepresidente J.D. Vance —un católico converso que se reunió con el Papa este Domingo de Pascua— por el apoyo de la Iglesia a los migrantes.
Legado
El legado de Francisco ocupará un lugar destacado en la toma de decisiones de los cardenales: no solo sus reformas, enseñanzas y prioridades, sino también su estilo, la forma en que encarnó y puso en práctica el Evangelio. En marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI y antes del cónclave que eligió a Francisco, los cardenales dejaron en claro que la prioridad era la reforma del Vaticano, tanto estructural como cultural. Francisco lo tomó como un mandato, y hoy el Vaticano prácticamente se ha liberado de los escándalos de la era de Benedicto XVI. Uno de los grandes logros de Francisco fue la elaboración de una nueva Constitución para el Vaticano, fruto de años de consulta y revisión, y es muy probable que los cardenales deseen que el nuevo pontífice consolide y amplíe esas reformas.
Algunos cardenales querrán un nuevo papa que pueda reconciliarse con los grupos frustrados con Francisco de uno y otro lado del espectro ideológico, como los tradicionalistas y conservadores de Estados Unidos y los progresistas en Alemania. Y es posible que tras el primer papa latinoamericano de la historia, que se centró en los márgenes del mundo, quieran que el sucesor de Francisco vuelva a enfocarse en Europa. Los cardenales podrían sentir que la Iglesia y la Unión Europea, nacida del espíritu de un humanismo católico, hoy se necesitan la una a la otra más que nunca.
Independientemente de lo que surja de las prioridades de los cardenales para elegir a su nuevo líder, es probable que el llamado de Francisco a la “sinodalidad” sea el que más resuene en sus debates. El término “sinodalidad” refiere a la antigua costumbre de la Iglesia de reunirse, debatir, discernir y decidir. Francisco adaptó la antigua práctica de los sínodos y concilios de una manera radicalmente inclusiva, que invita a todos los fieles a participar de muchas deliberaciones. Los cardenales podrían llegar a la conclusión de que en este momento es la mayor señal de esperanza que la Iglesia puede ofrecerle al mundo.
Esa “cultura del encuentro”, como la definió Francisco, puede parecer insignificante o inofensiva para quienes ostentan el poder, pero parte de una idea que quienes se dejan llevar por la ambición de poder no pueden comprender: la dignidad innata de todos, la necesidad de escuchar a todos, incluidos los marginados, y la importancia de esperar pacientemente que se llegue a un consenso. Todo eso es crucial para reparar el desgarrado tejido cívico de la actualidad.
También puede pasar que los cardenales observen al mundo y decidan que, independientemente de lo que deseen del próximo papa, el problema más acuciante que enfrenta la humanidad es el modo en que nos tratamos los unos a los otros.
* El autor escribió dos biografías del papa Francisco y fue coautor junto a él del libro Soñemos juntos: el camino hacia un futuro mejor
Traducción de Jaime Arrambide
NUEVA YORK.- Con la muerte del papa Francisco, la Iglesia católica ingresa en un momento de incertidumbre para el que el papa fallecido intentó prepararla. En horas más, los cardenales de todo el mundo serán convocados a Roma para reunirse en cónclave y elegir a su sucesor, y deberían evaluar si la visión de Francisco —una iglesia misericordiosa e inclusiva— sigue siendo la correcta, o si hace falta un abordaje totalmente diferente, tal vez más enfocado en cuestiones de la fe cristiana.
Antes del inicio del cónclave, los cardenales pasarán hasta dos semanas reunidos en Roma para evaluar qué tipo de papa hoy es necesario, tanto para la Iglesia como para el mundo. Y a medida que avancen las deliberaciones, empezarán a preguntarse: “¿Cuál de nosotros?”. Solo entonces, los 135 cardenales con derecho a voto —los menores de 80 años— se recluirán en la Capilla Sixtina y decidirán la elección.
Los cardenales serán conscientes de la importancia del momento actual. En los últimos meses del papado de Francisco, Occidente y el orden establecido tras la Segunda Guerra Mundial parecían a punto de fracturarse. El mundo ahora parece una jungla donde la fuerza se impone a la razón, donde los centros imperialistas —Estados Unidos, China, Rusia— compiten cada vez más ferozmente por afirmar su propia soberanía mientras pisotean la soberanía de naciones más pequeñas.
Los cardenales también tendrán en cuenta el colapso social en muchos países: el creciente desmoronamiento de la convivencia cívica y el resentimiento furioso que subyace al auge del populismo nacionalista. También considerarán el aumento de la violencia y la perspectiva de más guerras, y se preguntarán qué le exige todo eso a la Iglesia en su conjunto y al papado en particular.
Aunque les preocupa la amenaza a la democracia y a las normas, es probable que la mayoría de los cardenales no lamenten la inminente desaparición del orden liberal, que muchos podrían considerar consecuencia del individualismo y la idolatría del mercado. Por el contrario, incluso podrían culpar al liberalismo occidental de lo que consideran graves desigualdades sociales, la privatización de la moral, la erosión de las instituciones y el desprecio por el bien común.
Muchos clérigos son tradicionalmente solidarios con los trabajadores, comparten la indignación de la gente común ante la forma en que la balanza se ha inclinado a favor de los ricos y los más formados, en detrimento de los trabajadores pobres. Muchos cardenales de África, Asia y América Latina, de donde provienen casi la mitad de los electores, también están indignados por la globalización impulsada por el mercado, y creen que los valores liberales occidentales fueron impuestos al mundo, disolviendo los lazos de confianza, tradición, comunidad y familia.
Al mismo tiempo, probablemente serán pocos los que estén impresionados por el ascenso de caudillos embanderados en las nociones de nación y de fe. Muchos tal vez consideren que Donald Trump, Elon Musk y sus secuaces son nihilistas que saben destruir pero no construir, y se horrorizarán ante el acoso a los migrantes y el temerario rechazo a las preocupaciones ambientales, ambos conceptos fundamentales para la doctrina social católica bajo el mandato de Francisco, quien durante su papado nombró al 80% de los cardenales que ahora tendrán que elegir a su sucesor. Probablemente verán en el nuevo autoritarismo una señal de que el Estado ya no actúa como un freno a lo que San Agustín llamaba la “libido dominandi” (el deseo de dominar), sino que ahora el Estado la exalta en la figura de un autócrata.
La pregunta que enfrentan hoy los cardenales es esta: ¿cómo puede la Iglesia proteger y promover su misión en este nuevo escenario? Porque si el Estado liberal era indiferente a sus creencias, pero se conformaba con que la Iglesia hiciera caridad, los nuevos autoritarios quieren que la Iglesia bendiga su ideologías pagana, pero no que defienda al extranjero y al débil.
Como observador veterano del Vaticano y de la Iglesia, creo que es probable que los cardenales elijan a un papa que marque límites claros en defensa de la libertad de la Iglesia para proclamar sus valores, y que denuncie la tergiversación política de sus enseñanzas. Algunos podrían ver una analogía entre esta época y la de hace un siglo, cuando un papa timoneó la Iglesia a través de otra era de democracias en decadencia y autocracias en ascenso. En la época del totalitarismo que condujo a la Segunda Guerra Mundial, Pío XI (1922-1939) promovió y defendió una sociedad civil pluralista frente al poder asfixiante del Estado. Ahora, muchos cardenales pensarán que el nuevo Santo Padre debe hacer lo mismo.
En uno de los documentos doctrinarios más importantes del Vaticano del siglo XX, Pío XI detalló las obligaciones de la ley para proteger no solo la autonomía de la Iglesia, sino también la de todas aquellas instituciones intermedias —escuelas, organizaciones benéficas, sindicatos, organizaciones civiles— que no pertenecen ni al mercado ni al Estado, sino que surgen de grupos de personas que ponen en práctica los valores de su fe. El impacto directo de esa doctrina quedó patente en la carta de apoyo que Francisco les envió en febrero a los obispos de Estados Unidos, quienes habían sido criticados implícitamente por el vicepresidente J.D. Vance —un católico converso que se reunió con el Papa este Domingo de Pascua— por el apoyo de la Iglesia a los migrantes.
Legado
El legado de Francisco ocupará un lugar destacado en la toma de decisiones de los cardenales: no solo sus reformas, enseñanzas y prioridades, sino también su estilo, la forma en que encarnó y puso en práctica el Evangelio. En marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI y antes del cónclave que eligió a Francisco, los cardenales dejaron en claro que la prioridad era la reforma del Vaticano, tanto estructural como cultural. Francisco lo tomó como un mandato, y hoy el Vaticano prácticamente se ha liberado de los escándalos de la era de Benedicto XVI. Uno de los grandes logros de Francisco fue la elaboración de una nueva Constitución para el Vaticano, fruto de años de consulta y revisión, y es muy probable que los cardenales deseen que el nuevo pontífice consolide y amplíe esas reformas.
Algunos cardenales querrán un nuevo papa que pueda reconciliarse con los grupos frustrados con Francisco de uno y otro lado del espectro ideológico, como los tradicionalistas y conservadores de Estados Unidos y los progresistas en Alemania. Y es posible que tras el primer papa latinoamericano de la historia, que se centró en los márgenes del mundo, quieran que el sucesor de Francisco vuelva a enfocarse en Europa. Los cardenales podrían sentir que la Iglesia y la Unión Europea, nacida del espíritu de un humanismo católico, hoy se necesitan la una a la otra más que nunca.
Independientemente de lo que surja de las prioridades de los cardenales para elegir a su nuevo líder, es probable que el llamado de Francisco a la “sinodalidad” sea el que más resuene en sus debates. El término “sinodalidad” refiere a la antigua costumbre de la Iglesia de reunirse, debatir, discernir y decidir. Francisco adaptó la antigua práctica de los sínodos y concilios de una manera radicalmente inclusiva, que invita a todos los fieles a participar de muchas deliberaciones. Los cardenales podrían llegar a la conclusión de que en este momento es la mayor señal de esperanza que la Iglesia puede ofrecerle al mundo.
Esa “cultura del encuentro”, como la definió Francisco, puede parecer insignificante o inofensiva para quienes ostentan el poder, pero parte de una idea que quienes se dejan llevar por la ambición de poder no pueden comprender: la dignidad innata de todos, la necesidad de escuchar a todos, incluidos los marginados, y la importancia de esperar pacientemente que se llegue a un consenso. Todo eso es crucial para reparar el desgarrado tejido cívico de la actualidad.
También puede pasar que los cardenales observen al mundo y decidan que, independientemente de lo que deseen del próximo papa, el problema más acuciante que enfrenta la humanidad es el modo en que nos tratamos los unos a los otros.
* El autor escribió dos biografías del papa Francisco y fue coautor junto a él del libro Soñemos juntos: el camino hacia un futuro mejor
Traducción de Jaime Arrambide