La revolución silenciosa: el arte de disfrutar los colores de las hojas y los vientos del otoño

Ese año en el colegio tocaba fotosíntesis. En el frente de la clase la maestra (ya no recuerdo su nombre) tomó dos plantas idénticas en sus macetitas y las colocó sobre el alféizar de la ventana. A una de ellas la cubrió completamente con un grueso cono de cartulina negra. Esa planta no vería más el sol. Estaba prohibido tocarla. A las semanas (tampoco recuerdo bien cuánto tiempo pasó), cuando levantó el cono, la planta estaba mustia, con sus hojas marrones y achicharradas. Había muerto. Viniendo de una abuela que revisaba una a una las plantas de su terraza como si fuese un médico en ronda de pacientes, lo que acababa de hacer esta maestra me parecía un sacrilegio. Miré con enojo al frente de la clase y por supuesto que me quedó claro el proceso, lo fundamental del agua y la luz del sol y el verde que aporta la clorofila. Yo también hubiese muerto debajo de un cono de cartulina.

Qué es la caminata afgana: el ejercicio que con poco esfuerzo mejora la resistencia y la capacidad respiratoria

Los árboles de mi barrio ya están de un amarillo indiscutible y la otra noche, mientras manejaba por los empedrados, un viento repentino me cubrió de hojas como una lluvia azafranada, tanto que tuve que barrerlas con el limpiaparabrisas. Al día siguiente habían alfombrado algunas calles casi como lo hacen las flores de las tipas en noviembre. Alfombras amarillas. Después se pondrán marrones y con el pasar de los días producirán ese crujiente del otoño bajo los pies.

Las miro acumuladas sobre las veredas y pienso en retomar esa clase de fotosíntesis de cuarto o quinto grado, pero ahora buscando el porqué del cambio de color. Días más cortos, temperaturas más frescas, menos sol, y el árbol reabsorbe nutrientes para prepararse para el invierno. ¿Pero qué sucede con el verde tan característico? ¿Adónde va? Una vez que la clorofila se descompone, salen a relucir esos otros pigmentos que duermen dentro de la hoja: los flavonoles aportan el característico amarillo, mientras que los anaranjados y rojos son gracias a los carotenoides.

Pienso en los fresnos, los liquidámbares y los arces tridentes. Por supuesto hay una extensa explicación sobre su función en la absorción de la luz, las longitudes de onda y sus bondades fotoprotectoras y antioxidantes, que me dejo para otra ocasión. Estoy en el mood melancólico de la estación.

Siempre me pareció simpático que otoño en inglés es, además de Autumn, fall, que significa también caída. Qué apropiado, pienso. Seguramente los japoneses tengan maneras aún más sofisticadas y precisas para todos estos pensamientos que me desvelan en estos días. Tienen, por ejemplo, una palabra para la tormenta de pétalos de flores, hanafubuki, y la usan en la temporada de los cerezos en flor (solo hay que imaginar estar atrapado en medio de esa tormenta), mientras que kouyou se usará para expresar algo así como: “Las hojas están cambiando de color, así que el otoño está cerca”.

La fruta poco popular que combate la acidez y es rica en fibra

No quiero otra clase de botánica, pero sigo intrigada por el desarrollo del proceso que lleva a que además de cambiar de color, algunas hojas finalmente se desprendan de los tallos y caigan. La siguiente pregunta para esa maestra imaginaria sería: ¿cómo caen las hojas y por qué? Parece que los días más cortos también activan la producción de hormonas que inician un proceso llamado abscisión (muchos menos atractivo que cualquiera de las expresiones japonesas), que debilita la capa de células en la base del tallo de la hoja, tanto que terminan por desprenderse.

T.S. Eliot decía que abril era el mes más cruel, con las lilas renaciendo entre la tierra muerta y la lluvia de primavera removiendo raíces opacas debajo del suelo. Dado que estaba en otro hemisferio, lo decía por motivos opuestos a los que vivimos en estas latitudes. Pero parece que no era tan literal y que además se refería a otras cosas. Lo que sí es casi una verdad universal es que el otoño induce a la gente a una especie de melancolía. “El otoño es más la estación del alma que de la naturaleza”, decía Friedrich Nietzsche. Coincido parcialmente, supongo, pero es cierto que el mundo se divide en sus detractares acérrimos y los que lo aman por sus temperaturas y sus colores.

El otoño, donde todo parece estar muriendo, es muy por el contrario una revolución silenciosa. Si la primavera grita con sus brotes y su estallido de color y el verano ya directamente canta y aturde, el otoño tararea bajito. Llega sin grandes fanfarrias con los días que empiezan imperceptiblemente a acortarse, alguna brisa fresca que obliga a llevar un abrigo “por si acaso” y ese viento hecho y derecho que ayuda a desprender las hojas de sus tallos. La única certeza: vendrán días cada vez más fríos, pero pasarán, y después el sol de la primavera, antes de darnos cuenta, estaremos quejándonos de las tórridas temperaturas del verano y ya de nuevo viendo cómo las hojas cambian de color en un día tan gris como el de hoy. De seguro también hay una palabra para aprender a convivir y apreciar este ciclo natural de las cosas. Tal vez en mi próximo desvele me dedique a buscarla.

Ese año en el colegio tocaba fotosíntesis. En el frente de la clase la maestra (ya no recuerdo su nombre) tomó dos plantas idénticas en sus macetitas y las colocó sobre el alféizar de la ventana. A una de ellas la cubrió completamente con un grueso cono de cartulina negra. Esa planta no vería más el sol. Estaba prohibido tocarla. A las semanas (tampoco recuerdo bien cuánto tiempo pasó), cuando levantó el cono, la planta estaba mustia, con sus hojas marrones y achicharradas. Había muerto. Viniendo de una abuela que revisaba una a una las plantas de su terraza como si fuese un médico en ronda de pacientes, lo que acababa de hacer esta maestra me parecía un sacrilegio. Miré con enojo al frente de la clase y por supuesto que me quedó claro el proceso, lo fundamental del agua y la luz del sol y el verde que aporta la clorofila. Yo también hubiese muerto debajo de un cono de cartulina.

Qué es la caminata afgana: el ejercicio que con poco esfuerzo mejora la resistencia y la capacidad respiratoria

Los árboles de mi barrio ya están de un amarillo indiscutible y la otra noche, mientras manejaba por los empedrados, un viento repentino me cubrió de hojas como una lluvia azafranada, tanto que tuve que barrerlas con el limpiaparabrisas. Al día siguiente habían alfombrado algunas calles casi como lo hacen las flores de las tipas en noviembre. Alfombras amarillas. Después se pondrán marrones y con el pasar de los días producirán ese crujiente del otoño bajo los pies.

Las miro acumuladas sobre las veredas y pienso en retomar esa clase de fotosíntesis de cuarto o quinto grado, pero ahora buscando el porqué del cambio de color. Días más cortos, temperaturas más frescas, menos sol, y el árbol reabsorbe nutrientes para prepararse para el invierno. ¿Pero qué sucede con el verde tan característico? ¿Adónde va? Una vez que la clorofila se descompone, salen a relucir esos otros pigmentos que duermen dentro de la hoja: los flavonoles aportan el característico amarillo, mientras que los anaranjados y rojos son gracias a los carotenoides.

Pienso en los fresnos, los liquidámbares y los arces tridentes. Por supuesto hay una extensa explicación sobre su función en la absorción de la luz, las longitudes de onda y sus bondades fotoprotectoras y antioxidantes, que me dejo para otra ocasión. Estoy en el mood melancólico de la estación.

Siempre me pareció simpático que otoño en inglés es, además de Autumn, fall, que significa también caída. Qué apropiado, pienso. Seguramente los japoneses tengan maneras aún más sofisticadas y precisas para todos estos pensamientos que me desvelan en estos días. Tienen, por ejemplo, una palabra para la tormenta de pétalos de flores, hanafubuki, y la usan en la temporada de los cerezos en flor (solo hay que imaginar estar atrapado en medio de esa tormenta), mientras que kouyou se usará para expresar algo así como: “Las hojas están cambiando de color, así que el otoño está cerca”.

La fruta poco popular que combate la acidez y es rica en fibra

No quiero otra clase de botánica, pero sigo intrigada por el desarrollo del proceso que lleva a que además de cambiar de color, algunas hojas finalmente se desprendan de los tallos y caigan. La siguiente pregunta para esa maestra imaginaria sería: ¿cómo caen las hojas y por qué? Parece que los días más cortos también activan la producción de hormonas que inician un proceso llamado abscisión (muchos menos atractivo que cualquiera de las expresiones japonesas), que debilita la capa de células en la base del tallo de la hoja, tanto que terminan por desprenderse.

T.S. Eliot decía que abril era el mes más cruel, con las lilas renaciendo entre la tierra muerta y la lluvia de primavera removiendo raíces opacas debajo del suelo. Dado que estaba en otro hemisferio, lo decía por motivos opuestos a los que vivimos en estas latitudes. Pero parece que no era tan literal y que además se refería a otras cosas. Lo que sí es casi una verdad universal es que el otoño induce a la gente a una especie de melancolía. “El otoño es más la estación del alma que de la naturaleza”, decía Friedrich Nietzsche. Coincido parcialmente, supongo, pero es cierto que el mundo se divide en sus detractares acérrimos y los que lo aman por sus temperaturas y sus colores.

El otoño, donde todo parece estar muriendo, es muy por el contrario una revolución silenciosa. Si la primavera grita con sus brotes y su estallido de color y el verano ya directamente canta y aturde, el otoño tararea bajito. Llega sin grandes fanfarrias con los días que empiezan imperceptiblemente a acortarse, alguna brisa fresca que obliga a llevar un abrigo “por si acaso” y ese viento hecho y derecho que ayuda a desprender las hojas de sus tallos. La única certeza: vendrán días cada vez más fríos, pero pasarán, y después el sol de la primavera, antes de darnos cuenta, estaremos quejándonos de las tórridas temperaturas del verano y ya de nuevo viendo cómo las hojas cambian de color en un día tan gris como el de hoy. De seguro también hay una palabra para aprender a convivir y apreciar este ciclo natural de las cosas. Tal vez en mi próximo desvele me dedique a buscarla.

 

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