EE.UU. vs. China: ¿quién pierde más con la guerra comercial lanzada por Trump?

PARIS – ¿Quién saldrá mejor parado de la guerra comercial? ¿Xi Jinping, el ideólogo comunista obsesionado por convertir a su país en primera potencia mundial? ¿O Donald Trump, el autoproclamado genio que ha llevado a la economía mundial al borde del abismo, como si fuera suya? Es la incógnita “del millón”, aunque pocos son los expertos que apuestan por la victoria del presidente de Estados Unidos.

El espectro del “peligro chino” es una obsesión que Donald Trump comparte con toda la clase política estadounidense. Las decisiones económicas de Trump a menudo han sido consideradas incoherentes e impulsivas, especialmente debido a una evidente improvisación. El aumento de los aranceles, basado en una fórmula de cálculo ridícula, no escapa a la regla. Sin embargo, se perfila una doctrina coherente que hay que entender, lo que no significa justificarla.

¿Cómo fueron decididos esos aranceles? Esa ya no es la cuestión. Evidentemente, salieron de la nada, y dejarán huellas irreparables en las dos primeras potencias del planeta: 582 mil millones de dólares en bienes intercambiados entre ellas en 2024.

Lo importante es que, por primera vez, Estados Unidos siente una amenaza existencial por parte una potencia económica rival. China concentra cerca del 40% de la producción manufacturera mundial y una de cada dos patentes, con un PBI per cápita equivalente al de la República Dominicana, pero que globalmente le permitió izarse al rango de segunda potencia planetaria.

“El Dragón manufacturero es voraz. El Dragón colonial es implacable. El Águila americana, en cambio, se duerme al volante”. Esta fórmula –firmada en 2011 por Peter Navarro, el influyente asesor comercial de Donald Trump– no es una metáfora abstracta. Los aranceles sin precedentes del 145% que impuso el presidente norteamericano el 11 de abril a las importaciones chinas, y que llevó esta semana al 245% en respuesta a las “medidas de represalia” de Pekín, tienen un objetivo asumido: poner fin, de una vez por todas, al “saqueo” de la economía estadounidense supuestamente orquestado desde hace años por Pekín. Pero, ¿qué reprocha exactamente Washington a su rival?

En su informe del 31 de marzo, la oficina del representante estadounidense de comercio exterior (USTR) enumera, país por país, las prácticas comerciales consideradas “desleales” hacia Estados Unidos. De las 397 páginas del documento, cerca de 50 están dedicadas a China.

“La lista es particularmente larga y se debe a la naturaleza misma del régimen chino, a la vez opaco y dirigista”, analiza Frederik Ducrozet, economista jefe en Pictet Wealth Management. “La estrategia mercantilista agresiva de Pekín ha conducido indudablemente a un atraso industrial de los Estados Unidos”, observa.

La primera “distorsión masiva del mercado” denunciada por el informe son los vastos planes industriales chinos, diseñados para “reemplazar las tecnologías, productos y servicios extranjeros por tecnologías, productos y servicios chinos por todos los medios posibles”, primero en China, luego “a escala mundial”. En la mira de Washington se encuentra especialmente el plan “Made in China 2025″, un programa de diez años que busca la supremacía en diez sectores clave —desde la inteligencia artificial hasta los vehículos eléctricos— mediante subsidios masivos y en gran parte ocultos, estimados en más de 500.000 millones de dólares.

Otra práctica señalada por la USTR: la transferencia forzada de tecnologías. A pesar de los compromisos asumidos en el marco del acuerdo comercial firmado en 2020 con Estados Unidos, China ejerce una fuerte presión sobre las empresas extranjeras para obtener su know-how a cambio de acceso al mercado chino.

Y a las barreras a la importación se suman las subvenciones a las exportaciones.

“Desde los años 1980, el crecimiento chino se basaba en el espectacular auge del mercado interior”, señala Sylvain Bersinger, economista jefe de la consultora Asterès. “Esto ya no es así desde la crisis del Covid: el consumo de los hogares está en declive y el sector inmobiliario está en crisis. Quedan las exportaciones”, agrega.

Un elemento que no ha pasado desapercibido para la USTR, que denuncia “subvenciones excesivas” que han generado una “sobrecapacidad severa en varias industrias, especialmente en el acero, el aluminio, la energía solar y la construcción naval”, distorsionando los mercados mundiales.

Queda la antigua, pero persistente, queja de la manipulación monetaria. “China fue acusada durante mucho tiempo de devaluar artificialmente el yuan para impulsar sus exportaciones”, explica Frederik Ducrozet.

“La idea de un dólar sobrevaluado que perjudica la competitividad estadounidense” obsesiona especialmente a Stephen Miran, uno de los principales asesores de Donald Trump. Tanto Miran como Peter Navarro llevan años abogando por una fuerte devaluación del dólar, imponer derechos de aduana masivos y, si es necesario, provocar una recesión temporal para bajar las tasas de interés antes de reactivar la economía.

El llamado “Acuerdo Mar-a-Lago”, en espejo al Acuerdo Plaza de 1985, incluso contempla la reconsideración del paraguas militar y del “privilegio exorbitante del dólar”. Después de todo, solo 30% de la deuda pública estadounidense está en manos de extranjeros y el gobierno piensa que puede obligar al ahorro doméstico. La tensión actual de los mercados de acciones podría ser solo un anticipo de lo que vendrá en los mercados de bonos.

La apuesta es arriesgada porque fractura a las élites republicanas entre los nacionalistas que imponen la autonomía forzada, las finanzas que pierden poder y los militares que quisieran conservar un bloque occidental unido. Este choque expone a los mercados a una fuerte inestabilidad y puede, paradójicamente, acelerar la dominación china. Pero para Trump y sus asesores, es mejor provocar un dolor pasajero que el riesgo de un declive total.

Errores de cálculo

Sin embargo, entre los numerosos errores cometidos por los estrategas de la política comercial norteamericana se encuentra la idea de que Estados Unidos tiene menos que perder que China porque el nivel de sus exportaciones hacia ese país es mucho más bajo que el de las exportaciones chinas. Es un cálculo que no tiene en cuenta varias trampas. La primera es la inflación.

El iPhone, por ejemplo, representó por sí solo 51.000 millones de importaciones provenientes de China en 2024, según datos del International Trade Center. Una tasa del 145% sobre los iPhones provenientes de China haría subir su precio en el mercado interno estadounidense al menos en 90%, según expertos del sector, incluso si Apple reduce sus márgenes en Estados Unidos y los aumenta en otros lugares.

A partir de junio, una vez agotado el stock actual, el precio pasaría de 1200 dólares a 2300 dólares, lo que constituiría una magnífica oportunidad para Samsung, el principal competidor de Apple. Como el 85% de los iPhones se ensamblan en China, reubicar la producción en otros países no es viable en plazos razonables. Localizarla en Estados Unidos sería aún menos factible, ya que el costo de un iPhone producido en el mercado estadounidense podría alcanzar los 3000 dólares.

Más allá de los iPhones, China suministra muchas computadoras (36.000 millones de dólares en 2024) y productos electrónicos de bajo precio. Nuevamente, el impacto inflacionario de los impuestos es inmediato y violento. Una encuesta realizada a un panel de consumidores estadounidenses publicada el 10 de abril por la universidad de Michigan muestra que la anticipación promedio de aumentos de precios es del 6,7% en los próximos doce meses. Por su parte, el presidente del Banco Federal de Nueva York prevé una tasa de inflación del 4% en 2025, mientras que el objetivo de inflación de la Reserva Federal es del 2%.

China, en cambio, corre mucho menos riesgos inflacionarios. Sus importaciones de Estados Unidos representan menos del 1% de su PBI. Además, la economía china está actualmente en deflación y un aumento de los precios importados no representa un riesgo mayor para el equilibrio macroeconómico del país.

La inflación no es la única trampa en la que cayó Donald Trump.

“Gravar los productos chinos con 245% significa dos cosas: que se pueden encontrar otros mercados para los productos estadounidenses (gravados con 125% en el mercado chino) y que se puede prescindir de los productos chinos”, dice Frederik Ducrozet.

China es de lejos el primer mercado de los exportadores estadounidenses de soja: 12.800 millones de dólares en 2024, es decir, más del 50% del total. El segundo mercado es la Unión Europea, con solo 2400 millones de dólares. Es difícil imaginar que la UE multiplique por cinco o seis sus importaciones de soja para permitir que los exportadores estadounidenses puedan compensar la pérdida del mercado chino.

La dependencia china de la soja de Estados Unidos, en cambio, es solo de 21%, muy por detrás de Brasil y un poco por delante de la Argentina. Pekín puede fortalecer sus asociaciones latinoamericanas y prescindir de la soja estadounidense. De hecho, esta semana, la poderosa empresa china COFCO International inauguró en la ciudad brasileña de Santos el puerto cerealero más grande del mundo, en el que invirtió 285 millones de dólares.

Lo mismo vale para el algodón. Los exportadores estadounidenses de soja y algodón se encuentran mayoritariamente en estados republicanos, como Iowa, Indiana o Nebraska para la soja, mientras que Texas, Mississippi o Arkansas son fuertes productores de algodón. Los lobbies agrícolas de estos estados ejercerán la máxima presión sobre Washington para negociar con Pekín.

En cuanto a la cuestión “¿se puede prescindir de los productos chinos?”, un ejemplo emblemático es el de los juguetes, donde China representa el 60% de las importaciones estadounidenses. Otro ejemplo, más estratégico para las industrias de punta estadounidenses, es el de las tierras raras. China produce el 70% de esos minerales estratégicos, refina 90% de los metales extraídos y suministra el 70% de las importaciones estadounidenses de tierras raras.

En respuesta a los aumentos de aranceles estadounidenses, Pekín acaba de incluir en una lista de exportaciones de materiales de doble uso (civil y militar) siete categorías de tierras raras que se utilizan en la aeronáutica civil y militar, así como en componentes usados por los servidores de inteligencia artificial. Estas restricciones se traducen en una suspensión de facto de las exportaciones hacia todo el mundo hasta que se implemente un sistema completo de rastreo.

“Donald Trump se equivoca al pensar que puede imponer sus condiciones por la fuerza a China”, afirma Ducrozet.

Y todas las medidas de represalia anunciadas por Pekín esta última semana —además de las restricciones sobre tierras raras— así lo confirman: China dejó de importar 90% del petróleo estadounidense para remplazarlo totalmente por crudo canadiense, gracias a un pipeline que llega a Vancouver; ordenó a sus líneas aéreas suspender todas las compras de aviones y de material aeronáutico en Estados Unidos, lo que podría representar la pérdida de órdenes de fabricación de unos 8830 Boeing en los próximos 20 años, sin contar con la docena listos para ser entregados; dejó de importar carne de Estados Unidos en beneficio de Australia; las autoridades de Hong Kong ordenaron al correo chino congelar los envíos de encomiendas con destino al país norteamericano. Y mientras Donald Trump pretende obligar a sus (¿ex?) aliados a escoger “entre Estados Unidos y China”, el presidente Xi Jinping firmó esta semana 45 acuerdos de cooperación con Vietnam y una decena con Camboya

Anticipación

Pero China no esperó el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca para afilar sus dagas.

“Desde que llegó al poder, en 2012, el presidente chino Xi Jinping anticipó la intensificación de la rivalidad estratégica con Estados Unidos y sus aliados occidentales”, explica Tong Zhao, investigador en el Carnegie Endowment for International Peace.

“Pensó que el incremento del poderío chino alarmaría a los países occidentales y era imperativo organizar la respuesta a la futura hostilidad”, agrega.

Desde entonces, la obsesión de Xi fue imponer sus reglas y normas a escala mundial, reducir la dependencia de Estados Unidos y aumentar su poderío militar. En 2013 lanzó el gigantesco proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, destinado a construir infraestructuras a nivel global. Después, en 2015, su plan China 2025, para crear campeones mundiales de los sectores tecnológicos del futuro. También en esa época comenzó la modernización a marcha forzada de las fueras armadas. Resultado: hoy China es un auténtico gigante que, además, está dirigido por un régimen autoritario, que no ha prometido nada, contrariamente a Trump y sus promesas de “felicidad eterna”.

Y ese es otro elemento subestimado por la Casa Blanca en la batalla de la comunicación. Porque lo que está en juego es la capacidad de cada opinión pública de resistir el impacto de la guerra comercial. Trump se comprometió mucho con los votantes estadounidenses a reducir la inflación, crear empleos y enriquecer al país, prometiendo un nuevo “paraíso” como nunca antes se había visto.

Lo que ocurre es que la realidad —aumento de precios, pánico de consumidores y empresas, crisis bursátil— va exactamente en sentido contrario a sus promesas. La prensa estadounidense es (todavía) libre y hace bien su trabajo al destacar las incoherencias de la administración y los riesgos que esta hace pesar sobre la economía del país.

Xi Jinping no prometió nada. En cambio, ante el pueblo chino y la opinión pública mundial se presenta como garante del orden internacional y respeto de las reglas. Y lo hizo con sólidos argumentos. Su portavoz califica de “farsa” la acumulación recíproca de sanciones comerciales. El Partido Comunista Chino (PCC) controla completamente la prensa y las redes sociales del país y puede construir tranquilamente una narrativa que atribuye gran parte de las dificultades presentes y futuras de la economía china a la “agresión estadounidense”.

PARIS – ¿Quién saldrá mejor parado de la guerra comercial? ¿Xi Jinping, el ideólogo comunista obsesionado por convertir a su país en primera potencia mundial? ¿O Donald Trump, el autoproclamado genio que ha llevado a la economía mundial al borde del abismo, como si fuera suya? Es la incógnita “del millón”, aunque pocos son los expertos que apuestan por la victoria del presidente de Estados Unidos.

El espectro del “peligro chino” es una obsesión que Donald Trump comparte con toda la clase política estadounidense. Las decisiones económicas de Trump a menudo han sido consideradas incoherentes e impulsivas, especialmente debido a una evidente improvisación. El aumento de los aranceles, basado en una fórmula de cálculo ridícula, no escapa a la regla. Sin embargo, se perfila una doctrina coherente que hay que entender, lo que no significa justificarla.

¿Cómo fueron decididos esos aranceles? Esa ya no es la cuestión. Evidentemente, salieron de la nada, y dejarán huellas irreparables en las dos primeras potencias del planeta: 582 mil millones de dólares en bienes intercambiados entre ellas en 2024.

Lo importante es que, por primera vez, Estados Unidos siente una amenaza existencial por parte una potencia económica rival. China concentra cerca del 40% de la producción manufacturera mundial y una de cada dos patentes, con un PBI per cápita equivalente al de la República Dominicana, pero que globalmente le permitió izarse al rango de segunda potencia planetaria.

“El Dragón manufacturero es voraz. El Dragón colonial es implacable. El Águila americana, en cambio, se duerme al volante”. Esta fórmula –firmada en 2011 por Peter Navarro, el influyente asesor comercial de Donald Trump– no es una metáfora abstracta. Los aranceles sin precedentes del 145% que impuso el presidente norteamericano el 11 de abril a las importaciones chinas, y que llevó esta semana al 245% en respuesta a las “medidas de represalia” de Pekín, tienen un objetivo asumido: poner fin, de una vez por todas, al “saqueo” de la economía estadounidense supuestamente orquestado desde hace años por Pekín. Pero, ¿qué reprocha exactamente Washington a su rival?

En su informe del 31 de marzo, la oficina del representante estadounidense de comercio exterior (USTR) enumera, país por país, las prácticas comerciales consideradas “desleales” hacia Estados Unidos. De las 397 páginas del documento, cerca de 50 están dedicadas a China.

“La lista es particularmente larga y se debe a la naturaleza misma del régimen chino, a la vez opaco y dirigista”, analiza Frederik Ducrozet, economista jefe en Pictet Wealth Management. “La estrategia mercantilista agresiva de Pekín ha conducido indudablemente a un atraso industrial de los Estados Unidos”, observa.

La primera “distorsión masiva del mercado” denunciada por el informe son los vastos planes industriales chinos, diseñados para “reemplazar las tecnologías, productos y servicios extranjeros por tecnologías, productos y servicios chinos por todos los medios posibles”, primero en China, luego “a escala mundial”. En la mira de Washington se encuentra especialmente el plan “Made in China 2025″, un programa de diez años que busca la supremacía en diez sectores clave —desde la inteligencia artificial hasta los vehículos eléctricos— mediante subsidios masivos y en gran parte ocultos, estimados en más de 500.000 millones de dólares.

Otra práctica señalada por la USTR: la transferencia forzada de tecnologías. A pesar de los compromisos asumidos en el marco del acuerdo comercial firmado en 2020 con Estados Unidos, China ejerce una fuerte presión sobre las empresas extranjeras para obtener su know-how a cambio de acceso al mercado chino.

Y a las barreras a la importación se suman las subvenciones a las exportaciones.

“Desde los años 1980, el crecimiento chino se basaba en el espectacular auge del mercado interior”, señala Sylvain Bersinger, economista jefe de la consultora Asterès. “Esto ya no es así desde la crisis del Covid: el consumo de los hogares está en declive y el sector inmobiliario está en crisis. Quedan las exportaciones”, agrega.

Un elemento que no ha pasado desapercibido para la USTR, que denuncia “subvenciones excesivas” que han generado una “sobrecapacidad severa en varias industrias, especialmente en el acero, el aluminio, la energía solar y la construcción naval”, distorsionando los mercados mundiales.

Queda la antigua, pero persistente, queja de la manipulación monetaria. “China fue acusada durante mucho tiempo de devaluar artificialmente el yuan para impulsar sus exportaciones”, explica Frederik Ducrozet.

“La idea de un dólar sobrevaluado que perjudica la competitividad estadounidense” obsesiona especialmente a Stephen Miran, uno de los principales asesores de Donald Trump. Tanto Miran como Peter Navarro llevan años abogando por una fuerte devaluación del dólar, imponer derechos de aduana masivos y, si es necesario, provocar una recesión temporal para bajar las tasas de interés antes de reactivar la economía.

El llamado “Acuerdo Mar-a-Lago”, en espejo al Acuerdo Plaza de 1985, incluso contempla la reconsideración del paraguas militar y del “privilegio exorbitante del dólar”. Después de todo, solo 30% de la deuda pública estadounidense está en manos de extranjeros y el gobierno piensa que puede obligar al ahorro doméstico. La tensión actual de los mercados de acciones podría ser solo un anticipo de lo que vendrá en los mercados de bonos.

La apuesta es arriesgada porque fractura a las élites republicanas entre los nacionalistas que imponen la autonomía forzada, las finanzas que pierden poder y los militares que quisieran conservar un bloque occidental unido. Este choque expone a los mercados a una fuerte inestabilidad y puede, paradójicamente, acelerar la dominación china. Pero para Trump y sus asesores, es mejor provocar un dolor pasajero que el riesgo de un declive total.

Errores de cálculo

Sin embargo, entre los numerosos errores cometidos por los estrategas de la política comercial norteamericana se encuentra la idea de que Estados Unidos tiene menos que perder que China porque el nivel de sus exportaciones hacia ese país es mucho más bajo que el de las exportaciones chinas. Es un cálculo que no tiene en cuenta varias trampas. La primera es la inflación.

El iPhone, por ejemplo, representó por sí solo 51.000 millones de importaciones provenientes de China en 2024, según datos del International Trade Center. Una tasa del 145% sobre los iPhones provenientes de China haría subir su precio en el mercado interno estadounidense al menos en 90%, según expertos del sector, incluso si Apple reduce sus márgenes en Estados Unidos y los aumenta en otros lugares.

A partir de junio, una vez agotado el stock actual, el precio pasaría de 1200 dólares a 2300 dólares, lo que constituiría una magnífica oportunidad para Samsung, el principal competidor de Apple. Como el 85% de los iPhones se ensamblan en China, reubicar la producción en otros países no es viable en plazos razonables. Localizarla en Estados Unidos sería aún menos factible, ya que el costo de un iPhone producido en el mercado estadounidense podría alcanzar los 3000 dólares.

Más allá de los iPhones, China suministra muchas computadoras (36.000 millones de dólares en 2024) y productos electrónicos de bajo precio. Nuevamente, el impacto inflacionario de los impuestos es inmediato y violento. Una encuesta realizada a un panel de consumidores estadounidenses publicada el 10 de abril por la universidad de Michigan muestra que la anticipación promedio de aumentos de precios es del 6,7% en los próximos doce meses. Por su parte, el presidente del Banco Federal de Nueva York prevé una tasa de inflación del 4% en 2025, mientras que el objetivo de inflación de la Reserva Federal es del 2%.

China, en cambio, corre mucho menos riesgos inflacionarios. Sus importaciones de Estados Unidos representan menos del 1% de su PBI. Además, la economía china está actualmente en deflación y un aumento de los precios importados no representa un riesgo mayor para el equilibrio macroeconómico del país.

La inflación no es la única trampa en la que cayó Donald Trump.

“Gravar los productos chinos con 245% significa dos cosas: que se pueden encontrar otros mercados para los productos estadounidenses (gravados con 125% en el mercado chino) y que se puede prescindir de los productos chinos”, dice Frederik Ducrozet.

China es de lejos el primer mercado de los exportadores estadounidenses de soja: 12.800 millones de dólares en 2024, es decir, más del 50% del total. El segundo mercado es la Unión Europea, con solo 2400 millones de dólares. Es difícil imaginar que la UE multiplique por cinco o seis sus importaciones de soja para permitir que los exportadores estadounidenses puedan compensar la pérdida del mercado chino.

La dependencia china de la soja de Estados Unidos, en cambio, es solo de 21%, muy por detrás de Brasil y un poco por delante de la Argentina. Pekín puede fortalecer sus asociaciones latinoamericanas y prescindir de la soja estadounidense. De hecho, esta semana, la poderosa empresa china COFCO International inauguró en la ciudad brasileña de Santos el puerto cerealero más grande del mundo, en el que invirtió 285 millones de dólares.

Lo mismo vale para el algodón. Los exportadores estadounidenses de soja y algodón se encuentran mayoritariamente en estados republicanos, como Iowa, Indiana o Nebraska para la soja, mientras que Texas, Mississippi o Arkansas son fuertes productores de algodón. Los lobbies agrícolas de estos estados ejercerán la máxima presión sobre Washington para negociar con Pekín.

En cuanto a la cuestión “¿se puede prescindir de los productos chinos?”, un ejemplo emblemático es el de los juguetes, donde China representa el 60% de las importaciones estadounidenses. Otro ejemplo, más estratégico para las industrias de punta estadounidenses, es el de las tierras raras. China produce el 70% de esos minerales estratégicos, refina 90% de los metales extraídos y suministra el 70% de las importaciones estadounidenses de tierras raras.

En respuesta a los aumentos de aranceles estadounidenses, Pekín acaba de incluir en una lista de exportaciones de materiales de doble uso (civil y militar) siete categorías de tierras raras que se utilizan en la aeronáutica civil y militar, así como en componentes usados por los servidores de inteligencia artificial. Estas restricciones se traducen en una suspensión de facto de las exportaciones hacia todo el mundo hasta que se implemente un sistema completo de rastreo.

“Donald Trump se equivoca al pensar que puede imponer sus condiciones por la fuerza a China”, afirma Ducrozet.

Y todas las medidas de represalia anunciadas por Pekín esta última semana —además de las restricciones sobre tierras raras— así lo confirman: China dejó de importar 90% del petróleo estadounidense para remplazarlo totalmente por crudo canadiense, gracias a un pipeline que llega a Vancouver; ordenó a sus líneas aéreas suspender todas las compras de aviones y de material aeronáutico en Estados Unidos, lo que podría representar la pérdida de órdenes de fabricación de unos 8830 Boeing en los próximos 20 años, sin contar con la docena listos para ser entregados; dejó de importar carne de Estados Unidos en beneficio de Australia; las autoridades de Hong Kong ordenaron al correo chino congelar los envíos de encomiendas con destino al país norteamericano. Y mientras Donald Trump pretende obligar a sus (¿ex?) aliados a escoger “entre Estados Unidos y China”, el presidente Xi Jinping firmó esta semana 45 acuerdos de cooperación con Vietnam y una decena con Camboya

Anticipación

Pero China no esperó el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca para afilar sus dagas.

“Desde que llegó al poder, en 2012, el presidente chino Xi Jinping anticipó la intensificación de la rivalidad estratégica con Estados Unidos y sus aliados occidentales”, explica Tong Zhao, investigador en el Carnegie Endowment for International Peace.

“Pensó que el incremento del poderío chino alarmaría a los países occidentales y era imperativo organizar la respuesta a la futura hostilidad”, agrega.

Desde entonces, la obsesión de Xi fue imponer sus reglas y normas a escala mundial, reducir la dependencia de Estados Unidos y aumentar su poderío militar. En 2013 lanzó el gigantesco proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, destinado a construir infraestructuras a nivel global. Después, en 2015, su plan China 2025, para crear campeones mundiales de los sectores tecnológicos del futuro. También en esa época comenzó la modernización a marcha forzada de las fueras armadas. Resultado: hoy China es un auténtico gigante que, además, está dirigido por un régimen autoritario, que no ha prometido nada, contrariamente a Trump y sus promesas de “felicidad eterna”.

Y ese es otro elemento subestimado por la Casa Blanca en la batalla de la comunicación. Porque lo que está en juego es la capacidad de cada opinión pública de resistir el impacto de la guerra comercial. Trump se comprometió mucho con los votantes estadounidenses a reducir la inflación, crear empleos y enriquecer al país, prometiendo un nuevo “paraíso” como nunca antes se había visto.

Lo que ocurre es que la realidad —aumento de precios, pánico de consumidores y empresas, crisis bursátil— va exactamente en sentido contrario a sus promesas. La prensa estadounidense es (todavía) libre y hace bien su trabajo al destacar las incoherencias de la administración y los riesgos que esta hace pesar sobre la economía del país.

Xi Jinping no prometió nada. En cambio, ante el pueblo chino y la opinión pública mundial se presenta como garante del orden internacional y respeto de las reglas. Y lo hizo con sólidos argumentos. Su portavoz califica de “farsa” la acumulación recíproca de sanciones comerciales. El Partido Comunista Chino (PCC) controla completamente la prensa y las redes sociales del país y puede construir tranquilamente una narrativa que atribuye gran parte de las dificultades presentes y futuras de la economía china a la “agresión estadounidense”.

 

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