La llegada de Internet a nuestra vida supone grandes ventajas. Estar comunicados, mantener relaciones a distancia con gente querida, intercambiar información, habilitar espacios culturales o de opinión es de un valor altísimo. Lo que perturba son los alcances desmedidos que el poder se atribuye en relación a esto. Estamos sumidos en un control que no vemos, en un imperio digital que tanto la industria como el Estado utilizan para vigilar y acumular información de nuestros datos personales, de nuestra forma de ser, de pensar y de sentir. Vigilar y castigar.
En clave de ciencia ficción, la serie Black Mirror muestra el lado oscuro de la era tecnológica, una vida organizada bajo la vigilancia y el control, tal como el panóptico que describió Michel Foucault para hablar de las sociedades controladas por el poder. El panóptico refiere a un tipo de arquitectura concebida por Jeremy Bentham en el siglo XVIII para diseñar cárceles circulares. A través de una torre central que ilumina todo el complejo, se puede observar a los presos de manera constante para facilitar el control de su comportamiento. Un ojo que lo ve todo, con una mirada omnipresente y dominadora. Y un sujeto que se siente observado continuamente. Una especie de Gran Hermano carcelario. […]
Aunque nos creamos libres, estamos presos. En el capítulo 1 de la tercera temporada de Black Mirror, No sedive (Caída en picada), se muestra una sociedad atada al celular, donde los buenos modos y la apariencia son premiados con puntajes en el perfil de cada sujeto. De esta forma, se pretende tener bajo control a los ciudadanos evitando que protesten contra el sistema. Las personas se califican entre sí, de manera que intentan agradar, sonreír, ser amables y mostrarse felices todo el tiempo, pero jamás dicen o hacen lo que de verdad sienten. Los que tienen más popularidad obtienen más puntuación y, por ende, están en la cima de la escala social, lo cual les permite acceder a mayores beneficios en la vida cotidiana: mejores trabajos, autos nuevos o departamentos modernos. Los otros, son relegados del sistema. El episodio muestra de manera descarnada cómo la gente vive cada minuto de sus días repasando el puntaje que han alcanzado sus gestos y cuánto han obtenido los demás. Todos son vigilados por todos, con un panóptico instalado en los ojos de cada uno. El final es estremecedor. La protagonista, que ya ha perdido todos sus puntos, es encarcelada. Lo notable es que las cárceles son transparentes. Es decir que incluso en prisión continúan siendo observados. La paradoja se da en ese momento. Recién ahí, cuando ya no hay más puntaje en juego, los prisioneros se permiten mirarse a los ojos sinceramente y expresar lo que sienten. Y a pesar de manifestar insultos o agresiones, lo dicen con una sonrisa. Como si el hecho de haber escapado del sistema les devolviera la humanidad. […]
Sin embargo, sería equivocado pensar que los alcances desmedidos del progreso científico son privativos de estos tiempos. ¿Acaso no salió de su órbita la teoría de Albert Einstein que descarriló hacia la creación de la bomba atómica y la destrucción masiva de seres humanos? ¿Existe hoy más crueldad que entonces? Tanto en este tiempo como en aquellos, cuando la evolución científica cae en manos de una energía pulsional sin freno, aparece algo que la pervierte. Y las herramientas tecnológicas quedan peligrosamente al servicio de la voracidad dominadora del poder. En sus trabajos sobre el nazismo y el Holocausto, Theodor W. Adorno aborda la relación entre el genocidio y la capacidad industrial, subrayando cómo el régimen nazi utilizó la racionalidad técnica y la eficiencia industrial para llevar a cabo el exterminio masivo de seres humanos: matar más gente en menos tiempo. Adorno sostiene que el nazismo representa la culminación de la racionalidad instrumental, una forma de pensamiento que prioriza la eficiencia y la utilidad sobre la moral y la ética. La maquinaria nazi de genocidio es vista como una manifestación extrema de esta racionalidad, donde la vida humana se reduce a un mero objeto susceptible de ser cuantificado, controlado y exterminado con eficacia. […]
En la actualidad, fabricamos otro tipo de muertos. Hoy, nos sentamos a cenar con niños, adolescente y adultos amarrados al teléfono. Y dejamos de mirarnos. Hoy, es complejo habilitar un espacio de diálogo con nuestros hijos, con la pareja o con amigos, sin ser interrumpidos por mensajes o notificaciones digitales. Y dejamos de escucharnos. […]
Por otro lado, las redes sociales han estirado los límites, tanto para entablar relaciones como para facilitar nuevas formas de crueldad. Las plataformas digitales permiten el anonimato y la despersonalización, por ende, los comportamientos agresivos, el bullying o el trolling a través de los llamados haters, no encuentran freno. Ni sanción. La rapidez con la que se puede difundir información negativa, destructiva o falsa, contribuye a la deshumanización de las interacciones sociales. Y muchas veces arruina la vida y la estabilidad psíquica de una persona. Somos víctimas y victimarios. No hay bordes. Y sin borde, está el abismo. El uso indiscriminado de tecnología, el consumo irrefrenable de redes sociales, son las nuevas formas de adicción posmoderna. Y estas nuevas adicciones conllevan el mismo riesgo que las adicciones clásicas: el peligro de convertirnos en objetos domesticados por una cultura que nos deja sin promesas para desear. […]
Nos quieren atrapados en las pantallas para robarnos el tiempo, la atención, los abrazos, la mirada, la autoestima. O la vida. Acá está lo más cruel. El tecnólogo Santiago Bilinkis cuenta en una charla TED: “Estaba en un bar. En otra mesa había una mujer con su hijo de unos cinco años. Ella estaba completamente capturada por su celular. Y mientras, el nene la miraba. Tal vez, otro chico hubiera hecho lío para tratar de llamar su atención. Pero este nene, no. Esperó un buen rato, finalmente se paró de su silla, fue detrás de su mamá y empezó a acariciarle el pelo. Intentó convocarla con caricias durante varios minutos. Y ella en ningún momento se dio cuenta de lo que estaba pasando”.
Más tarde, refiriéndose al avance tecnológico, agrega: “Este fenómeno empezó con la expectativa de que todo en Internet tenía que ser gratuito. Un grupo de compañías tuvo que encontrar la manera de ganar dinero sin cobrarles a los usuarios. Lo primero que hicieron fue poner publicidad y empezar a cobrarles a los anunciantes […]. Finalmente, para aumentar sus ganancias, cada compañía necesitó que pasáramos más y más tiempo en su plataforma. Así, nació el hackeo de nuestra atención. Cuando el producto que las empresas venden es tu atención, todos compiten contra todos […]. Cada segundo que no estás ahí, hipnotizado, es tiempo que ellos no pueden vender a sus anunciantes […]. Recientemente, el fundador de Netflix declaró que su mayor enemigo es el sueño. Su meta es que durmamos menos para que pasemos más tiempo mirando series”.
Ante un auditorio preocupado por semejantes alertas, la charla concluyó con un desafío: “Podemos recuperar el control de nuestra vida para aprovechar la tecnología sin quedar atrapados en ella. Aprovechar la supercomputadora que llevamos con nosotros –Bilinkis señala su celular– para crear, no solo para consumir […], poner las plataformas y los dispositivos al servicio de la vida que queremos vivir, no de la vida que otros necesitan que vivamos”.
La llegada de Internet a nuestra vida supone grandes ventajas. Estar comunicados, mantener relaciones a distancia con gente querida, intercambiar información, habilitar espacios culturales o de opinión es de un valor altísimo. Lo que perturba son los alcances desmedidos que el poder se atribuye en relación a esto. Estamos sumidos en un control que no vemos, en un imperio digital que tanto la industria como el Estado utilizan para vigilar y acumular información de nuestros datos personales, de nuestra forma de ser, de pensar y de sentir. Vigilar y castigar.
En clave de ciencia ficción, la serie Black Mirror muestra el lado oscuro de la era tecnológica, una vida organizada bajo la vigilancia y el control, tal como el panóptico que describió Michel Foucault para hablar de las sociedades controladas por el poder. El panóptico refiere a un tipo de arquitectura concebida por Jeremy Bentham en el siglo XVIII para diseñar cárceles circulares. A través de una torre central que ilumina todo el complejo, se puede observar a los presos de manera constante para facilitar el control de su comportamiento. Un ojo que lo ve todo, con una mirada omnipresente y dominadora. Y un sujeto que se siente observado continuamente. Una especie de Gran Hermano carcelario. […]
Aunque nos creamos libres, estamos presos. En el capítulo 1 de la tercera temporada de Black Mirror, No sedive (Caída en picada), se muestra una sociedad atada al celular, donde los buenos modos y la apariencia son premiados con puntajes en el perfil de cada sujeto. De esta forma, se pretende tener bajo control a los ciudadanos evitando que protesten contra el sistema. Las personas se califican entre sí, de manera que intentan agradar, sonreír, ser amables y mostrarse felices todo el tiempo, pero jamás dicen o hacen lo que de verdad sienten. Los que tienen más popularidad obtienen más puntuación y, por ende, están en la cima de la escala social, lo cual les permite acceder a mayores beneficios en la vida cotidiana: mejores trabajos, autos nuevos o departamentos modernos. Los otros, son relegados del sistema. El episodio muestra de manera descarnada cómo la gente vive cada minuto de sus días repasando el puntaje que han alcanzado sus gestos y cuánto han obtenido los demás. Todos son vigilados por todos, con un panóptico instalado en los ojos de cada uno. El final es estremecedor. La protagonista, que ya ha perdido todos sus puntos, es encarcelada. Lo notable es que las cárceles son transparentes. Es decir que incluso en prisión continúan siendo observados. La paradoja se da en ese momento. Recién ahí, cuando ya no hay más puntaje en juego, los prisioneros se permiten mirarse a los ojos sinceramente y expresar lo que sienten. Y a pesar de manifestar insultos o agresiones, lo dicen con una sonrisa. Como si el hecho de haber escapado del sistema les devolviera la humanidad. […]
Sin embargo, sería equivocado pensar que los alcances desmedidos del progreso científico son privativos de estos tiempos. ¿Acaso no salió de su órbita la teoría de Albert Einstein que descarriló hacia la creación de la bomba atómica y la destrucción masiva de seres humanos? ¿Existe hoy más crueldad que entonces? Tanto en este tiempo como en aquellos, cuando la evolución científica cae en manos de una energía pulsional sin freno, aparece algo que la pervierte. Y las herramientas tecnológicas quedan peligrosamente al servicio de la voracidad dominadora del poder. En sus trabajos sobre el nazismo y el Holocausto, Theodor W. Adorno aborda la relación entre el genocidio y la capacidad industrial, subrayando cómo el régimen nazi utilizó la racionalidad técnica y la eficiencia industrial para llevar a cabo el exterminio masivo de seres humanos: matar más gente en menos tiempo. Adorno sostiene que el nazismo representa la culminación de la racionalidad instrumental, una forma de pensamiento que prioriza la eficiencia y la utilidad sobre la moral y la ética. La maquinaria nazi de genocidio es vista como una manifestación extrema de esta racionalidad, donde la vida humana se reduce a un mero objeto susceptible de ser cuantificado, controlado y exterminado con eficacia. […]
En la actualidad, fabricamos otro tipo de muertos. Hoy, nos sentamos a cenar con niños, adolescente y adultos amarrados al teléfono. Y dejamos de mirarnos. Hoy, es complejo habilitar un espacio de diálogo con nuestros hijos, con la pareja o con amigos, sin ser interrumpidos por mensajes o notificaciones digitales. Y dejamos de escucharnos. […]
Por otro lado, las redes sociales han estirado los límites, tanto para entablar relaciones como para facilitar nuevas formas de crueldad. Las plataformas digitales permiten el anonimato y la despersonalización, por ende, los comportamientos agresivos, el bullying o el trolling a través de los llamados haters, no encuentran freno. Ni sanción. La rapidez con la que se puede difundir información negativa, destructiva o falsa, contribuye a la deshumanización de las interacciones sociales. Y muchas veces arruina la vida y la estabilidad psíquica de una persona. Somos víctimas y victimarios. No hay bordes. Y sin borde, está el abismo. El uso indiscriminado de tecnología, el consumo irrefrenable de redes sociales, son las nuevas formas de adicción posmoderna. Y estas nuevas adicciones conllevan el mismo riesgo que las adicciones clásicas: el peligro de convertirnos en objetos domesticados por una cultura que nos deja sin promesas para desear. […]
Nos quieren atrapados en las pantallas para robarnos el tiempo, la atención, los abrazos, la mirada, la autoestima. O la vida. Acá está lo más cruel. El tecnólogo Santiago Bilinkis cuenta en una charla TED: “Estaba en un bar. En otra mesa había una mujer con su hijo de unos cinco años. Ella estaba completamente capturada por su celular. Y mientras, el nene la miraba. Tal vez, otro chico hubiera hecho lío para tratar de llamar su atención. Pero este nene, no. Esperó un buen rato, finalmente se paró de su silla, fue detrás de su mamá y empezó a acariciarle el pelo. Intentó convocarla con caricias durante varios minutos. Y ella en ningún momento se dio cuenta de lo que estaba pasando”.
Más tarde, refiriéndose al avance tecnológico, agrega: “Este fenómeno empezó con la expectativa de que todo en Internet tenía que ser gratuito. Un grupo de compañías tuvo que encontrar la manera de ganar dinero sin cobrarles a los usuarios. Lo primero que hicieron fue poner publicidad y empezar a cobrarles a los anunciantes […]. Finalmente, para aumentar sus ganancias, cada compañía necesitó que pasáramos más y más tiempo en su plataforma. Así, nació el hackeo de nuestra atención. Cuando el producto que las empresas venden es tu atención, todos compiten contra todos […]. Cada segundo que no estás ahí, hipnotizado, es tiempo que ellos no pueden vender a sus anunciantes […]. Recientemente, el fundador de Netflix declaró que su mayor enemigo es el sueño. Su meta es que durmamos menos para que pasemos más tiempo mirando series”.
Ante un auditorio preocupado por semejantes alertas, la charla concluyó con un desafío: “Podemos recuperar el control de nuestra vida para aprovechar la tecnología sin quedar atrapados en ella. Aprovechar la supercomputadora que llevamos con nosotros –Bilinkis señala su celular– para crear, no solo para consumir […], poner las plataformas y los dispositivos al servicio de la vida que queremos vivir, no de la vida que otros necesitan que vivamos”.