OpenAI logró su máxima cotización, pero no se salva de la crisis

La semana pasada, OpenAI, además de llenar nuestras redes sociales de fotos al estilo Ghibli, cerró su última ronda de inversión de 40.000 millones de dólares y logró concretar su valuación en 300.000 millones de dólares. En los últimos seis meses, el crecimiento de la startup no demostró techo: duplicó su valor, convirtiéndose en una de las empresas privadas más codiciadas del mercado.

La ronda fue liderada por el fondo de inversión japonés SoftBank, que decidió invertir el 75% de la cifra recaudada. El restante 25% fue aportado por entidades como Microsoft, Thrive Capital, Coatue y Altimeter. OpenAI recibirá inmediatamente 10.000 millones de dólares, y los otros 30.000 millones de dólares llegarán para el final de año, según reporta The New York Times.

Para recibir la cifra completa por parte de SoftBank, OpenAI tiene una condición fundamental: tiene que completar su transformación hacia una empresa pública benéfica. Es decir, una empresa con fines de lucro diseñada para velar por el bien social y público. Si esto no sucede para el final del año, la firma japonesa tiene la opción de reducir su contribución total a 20.000 millones de dólares.

Actualmente, OpenAI opera como una empresa con fines de lucro limitado, pero su director ejecutivo, Sam Altman, ha estado planificando una transformación completa hacia un modelo exclusivamente con fines de lucro desde 2024. Sin embargo, este proceso se ha visto obstaculizado por denuncias de Elon Musk, quien acusó a Altman de traicionar la misión fundacional de desarrollar inteligencia artificial para el beneficio de la humanidad, en favor de obtener ganancias lucrativas.

Todas estas noticias llegan dentro de un contexto económico crítico. La nueva administración de Donald Trump está tomando ciertas medidas que ponen en rojo a la industria financiera y al comercio global. José Ignacio Bano, asesor financiero, explicó a LA NACION que la actual crisis tiene origen en los aranceles a las importaciones hacia los Estados Unidos que anunció el presidente estadounidense.

Originalmente, Estados Unidos no pagaba tarifas altas al importar productos de otros países, pero cuando los otros países importaban productos de Estados Unidos, tenían que cumplir con aranceles altos. Por ejemplo, si Estados Unidos exporta autos a China, la potencia asiática le ponía una tarifa del 25% sobre cada auto importado. Esto encarece mucho el precio de los autos y los deja en desventaja para competir con productos chinos.

Mientras tanto, lo contrario sucedía en Estados Unidos. Cuando China quería vender, por ejemplo, teléfonos y computadoras, no tenía que pagar tasas de interés altas, lo cual dejaba muy bien parados a los productos asiáticos en el mercado. “Desde un primer plano, eso es lo que se ve. Y es razonable lo que está haciendo Trump”, aseguró Bano. La tarifa general es de un 10% para todos los países, con la excepción de algunos como China, que pagará un 34%; la Unión Europea, un 20%; Japón, un 24%; Taiwán, un 32%; India, un 26%.

Pero, detrás de esa explicación se encuentra la verdad: Estados Unidos tiene un déficit fiscal inmenso y generalmente lo cubre emitiendo deuda. “Los aranceles lo primero que hacen es generar recaudación para que el gobierno pueda pagar la deuda y así bajar el déficit”, comentó. “El problema es que el ajuste en vez de hacerse en Estados Unidos, lo hace el resto del mundo a través de estas nuevas tarifas”, agregó.

Si bien estas medidas fueron impuestas en gran parte también para “potenciar la industria nacional de Estados Unidos”, las empresas, en especial las tecnológicas, ya están transitando las consecuencias. En particular, las “siete magníficas” —Apple, Nvidia, Microsoft, Amazon, Alphabet, Meta y Tesla— sostienen su derrumbe de los últimos días y ya acumulan pérdidas de entre 2700 y 5000 millones de dólares de capitalización.

OpenAI, aunque no se encuentre dentro de la bolsa, también sufre. Según Bano, no estar en la cotización no la deja exenta de daño. “Lo que estamos viendo son las valuaciones de las compañías, que son comparables”, explicó. “Se mantiene una relación de una empresa con la otra y, si una cae, la otra cae proporcionalmente. Afecta directamente a la valuación de la compañía”, comentó.

La principal razón detrás de los números rojos tiene que ver con que los aranceles pueden encarecer muchos de los productos que las empresas estadounidenses usan para sus desarrollos. OpenAI es un claro ejemplo. Según expresa Bano, la inteligencia artificial requiere de microprocesadores, muchos de ellos importados de empresas como Nvidia o Microsoft que se fabrican en países asiáticos como Taiwán.

Dado el contexto, OpenAI deberá pagar un 32% más por cada semiconductor que importe para sus desarrollos o buscar una alternativa de industria nacional. Así, en cuanto el precio de producción sea más caro para la empresa, más alto va a ser el precio de adquisición del servicio de software, como ChatGPT, para el consumidor. “Para OpenAI hay un viento en contra”, aseguró Bano. “La falta de libre competencia perjudica a la empresa”, confirmó.

Pero una inteligencia artificial lleva mucho más que microprocesadores. Requiere, por ejemplo, acero para construir físicamente los centros de datos y los sistemas de rociadores. Este material se importa principalmente de países como Canadá y México —ambos excluidos de las tarifas—, pero también de naciones como Brasil, Japón, Corea del Sur, Unión Europea, Vietnam y Taiwán. También, según un artículo de The Wall Street Journal, se necesitan transformadores eléctricos para producir la inteligencia artificial, que se tienden a fabricarse fuera de los Estados Unidos.

De acuerdo con The Verge, los tecnológicos están esperando que haya una excepción de tarifas para los productos electrónicos que contengan chips. Pero no hay claridad sobre la cuestión: por ahora, están dentro de las tasas de interés. Sin embargo, los expertos de la industria especulan que hay altas oportunidades de que haya un dictamen a favor debido a la cercanía de Trump con los referentes de la tech como Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI; Elon Musk, quien actualmente ocupa un cargo dentro del gobierno, y otros más.

La semana pasada, OpenAI, además de llenar nuestras redes sociales de fotos al estilo Ghibli, cerró su última ronda de inversión de 40.000 millones de dólares y logró concretar su valuación en 300.000 millones de dólares. En los últimos seis meses, el crecimiento de la startup no demostró techo: duplicó su valor, convirtiéndose en una de las empresas privadas más codiciadas del mercado.

La ronda fue liderada por el fondo de inversión japonés SoftBank, que decidió invertir el 75% de la cifra recaudada. El restante 25% fue aportado por entidades como Microsoft, Thrive Capital, Coatue y Altimeter. OpenAI recibirá inmediatamente 10.000 millones de dólares, y los otros 30.000 millones de dólares llegarán para el final de año, según reporta The New York Times.

Para recibir la cifra completa por parte de SoftBank, OpenAI tiene una condición fundamental: tiene que completar su transformación hacia una empresa pública benéfica. Es decir, una empresa con fines de lucro diseñada para velar por el bien social y público. Si esto no sucede para el final del año, la firma japonesa tiene la opción de reducir su contribución total a 20.000 millones de dólares.

Actualmente, OpenAI opera como una empresa con fines de lucro limitado, pero su director ejecutivo, Sam Altman, ha estado planificando una transformación completa hacia un modelo exclusivamente con fines de lucro desde 2024. Sin embargo, este proceso se ha visto obstaculizado por denuncias de Elon Musk, quien acusó a Altman de traicionar la misión fundacional de desarrollar inteligencia artificial para el beneficio de la humanidad, en favor de obtener ganancias lucrativas.

Todas estas noticias llegan dentro de un contexto económico crítico. La nueva administración de Donald Trump está tomando ciertas medidas que ponen en rojo a la industria financiera y al comercio global. José Ignacio Bano, asesor financiero, explicó a LA NACION que la actual crisis tiene origen en los aranceles a las importaciones hacia los Estados Unidos que anunció el presidente estadounidense.

Originalmente, Estados Unidos no pagaba tarifas altas al importar productos de otros países, pero cuando los otros países importaban productos de Estados Unidos, tenían que cumplir con aranceles altos. Por ejemplo, si Estados Unidos exporta autos a China, la potencia asiática le ponía una tarifa del 25% sobre cada auto importado. Esto encarece mucho el precio de los autos y los deja en desventaja para competir con productos chinos.

Mientras tanto, lo contrario sucedía en Estados Unidos. Cuando China quería vender, por ejemplo, teléfonos y computadoras, no tenía que pagar tasas de interés altas, lo cual dejaba muy bien parados a los productos asiáticos en el mercado. “Desde un primer plano, eso es lo que se ve. Y es razonable lo que está haciendo Trump”, aseguró Bano. La tarifa general es de un 10% para todos los países, con la excepción de algunos como China, que pagará un 34%; la Unión Europea, un 20%; Japón, un 24%; Taiwán, un 32%; India, un 26%.

Pero, detrás de esa explicación se encuentra la verdad: Estados Unidos tiene un déficit fiscal inmenso y generalmente lo cubre emitiendo deuda. “Los aranceles lo primero que hacen es generar recaudación para que el gobierno pueda pagar la deuda y así bajar el déficit”, comentó. “El problema es que el ajuste en vez de hacerse en Estados Unidos, lo hace el resto del mundo a través de estas nuevas tarifas”, agregó.

Si bien estas medidas fueron impuestas en gran parte también para “potenciar la industria nacional de Estados Unidos”, las empresas, en especial las tecnológicas, ya están transitando las consecuencias. En particular, las “siete magníficas” —Apple, Nvidia, Microsoft, Amazon, Alphabet, Meta y Tesla— sostienen su derrumbe de los últimos días y ya acumulan pérdidas de entre 2700 y 5000 millones de dólares de capitalización.

OpenAI, aunque no se encuentre dentro de la bolsa, también sufre. Según Bano, no estar en la cotización no la deja exenta de daño. “Lo que estamos viendo son las valuaciones de las compañías, que son comparables”, explicó. “Se mantiene una relación de una empresa con la otra y, si una cae, la otra cae proporcionalmente. Afecta directamente a la valuación de la compañía”, comentó.

La principal razón detrás de los números rojos tiene que ver con que los aranceles pueden encarecer muchos de los productos que las empresas estadounidenses usan para sus desarrollos. OpenAI es un claro ejemplo. Según expresa Bano, la inteligencia artificial requiere de microprocesadores, muchos de ellos importados de empresas como Nvidia o Microsoft que se fabrican en países asiáticos como Taiwán.

Dado el contexto, OpenAI deberá pagar un 32% más por cada semiconductor que importe para sus desarrollos o buscar una alternativa de industria nacional. Así, en cuanto el precio de producción sea más caro para la empresa, más alto va a ser el precio de adquisición del servicio de software, como ChatGPT, para el consumidor. “Para OpenAI hay un viento en contra”, aseguró Bano. “La falta de libre competencia perjudica a la empresa”, confirmó.

Pero una inteligencia artificial lleva mucho más que microprocesadores. Requiere, por ejemplo, acero para construir físicamente los centros de datos y los sistemas de rociadores. Este material se importa principalmente de países como Canadá y México —ambos excluidos de las tarifas—, pero también de naciones como Brasil, Japón, Corea del Sur, Unión Europea, Vietnam y Taiwán. También, según un artículo de The Wall Street Journal, se necesitan transformadores eléctricos para producir la inteligencia artificial, que se tienden a fabricarse fuera de los Estados Unidos.

De acuerdo con The Verge, los tecnológicos están esperando que haya una excepción de tarifas para los productos electrónicos que contengan chips. Pero no hay claridad sobre la cuestión: por ahora, están dentro de las tasas de interés. Sin embargo, los expertos de la industria especulan que hay altas oportunidades de que haya un dictamen a favor debido a la cercanía de Trump con los referentes de la tech como Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI; Elon Musk, quien actualmente ocupa un cargo dentro del gobierno, y otros más.

 

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