Efrén Giraldo no es botánico, ni investigador en temas relacionados con las plantas; apenas si tiene como antecedente familiar a su abuelo, dueño de una finca mediana durante una de las épocas de esplendor cafetero de Colombia, y se considera un jardinero autodidacta. Pero, durante la pandemia, un poco por aburrimiento y un poco por la alteración de la temporalidad que produjeron los encierros obligatorios, se dedicó a escribir sobre los verdes habitantes de la Tierra. Producto de esas reflexiones, un poco ensayísticas, un poco recuerdos de familia, un poco especulativas, nació Sumario de plantas oficiosas. Un ensayo sobre la flora (Ediciones Godot) el libro con el que Giraldo -nacido en Medellín en 1975, doctor en Literatura y profesor de la universidad Eafit- obtuvo el premio latinoamericano de no ficción 2022.
De recorrida por el sur del continente estuvo en Buenos Aires, después de visitar Montevideo y antes de seguir hacia Bolivia, y dialogó con LA NACION acerca de cómo se ha ocultado históricamente la otredad radical que implica convivir con las misteriosas plantas. “Son algo muy distinto, que te desacomoda, entonces se decidió dejarlo afuera o colocarlo en sitios más cómodos. El ordenamiento de seres humanos, animales, plantas y luego minerales fue una respuesta de alguien con temor. Se las ha demonizado, junto con los hongos; y creer que son demonios es parte de una gran ansiedad ecológica”, señaló.
-¿Este libro es entonces un hijo de la pandemia?
-También tuve un hijo de verdad (ríe). Este es un resultado colateral de la pandemia. Aunque en verdad no padecí el encierro, porque estaba en zona campestre. Estuve en condiciones muy buenas para escribir y decidí volcarme sobre estos temas a partir del herbario de Emily Dickinson, el herbario que hizo a los 8 o 9 años. Pero es cierto que tuvo como germen secreto la alteración de la temporalidad, la idea del adentro y del afuera trastocadas durante esos años del Covid.
-¿Qué descubriste en ese proceso?
-Descubrí que cuando miramos a las plantas con detalle aprendemos una cantidad de cosas. Que cuando intentamos seguirlas en su comportamiento, nuestra vivencia del tiempo y el espacio cambian. Esa suerte de alteración de la conciencia me pareció interesante. Luego, se agregó la recuperación de mi historia familiar, porque son importantes las anécdotas de mi familia, que es una historia entretejida con lo vegetal. Esa fue una segunda revelación. La conclusión al terminar de escribirlo es que hay distintas maneras de entender la vegetación. Hay floras reales, las del paisaje, y también las imaginarias, y la misma memoria de la flora que queda en el cine, la literatura y el arte. Hay un momento en la escritura en que aparece la ficción, que me interesa mucho, porque termina siendo un gabinete de curiosidades.
-¿Hablás con las plantas, qué tipo de comunicación es posible?
-Sí, es posible. Pero creo que es una comunicación que no sigue patrones humanos. La idea que he trabajado es que están más cerca de la escritura que del habla. Me gusta más la idea de poder leerlas, antes que hablar con ellas, porque tienen un tipo de grafía, producen unos signos que expresan interpretaciones del clima, de la tierra, del aire. Se trata de una actividad de lectura. Y lo segundo que me ha interesado, es que la literatura puede ser traducción de la escritura vegetal.
Las plantas son algo muy distinto, que te desacomoda, entonces se decidió dejarlo afuera o colocarlo en sitios más cómodos.
-¿Cómo sería eso?
-El ensayo como género es arborescente, rizomático y la planta tiene un despliegue en muchas direcciones, la manera en que el pensamiento fluye, se reorganiza, se ramifica. Son metáforas, por supuesto. Y me ha interesado la relación entre la escritura de las plantas y las ficciones. La pregunta de la ficción es cómo ir en una dirección y llegar al final. El paradigma siempre ha sido antropocéntrico, o zoocéntrico, pero no vegetal. Pero las plantas tienen un camino, interpretan el espacio, van en una dirección, y una ficción, una historia y hasta un derecho, una estructura legal, que tome en cuenta este tipo de escritura sería interesante.
-¿Las plantas no hablan, sino que antes bien se dejan leer?
-Sí. Y podemos hacerlo. Ellas van en una dirección opuesta al estrés salino, por ejemplo, salen de esas zonas; buscan la luz, tratan de ir a lugares para mejorarlos. Como debería hacerlo la filosofía.
La IA, si es inteligencia, se va a dar cuenta de la importancia del agua, de las plantas, de la vida. Deberá haber algún tipo de cooperación entre lo vegetal y las IA
-Entre otras, citás la idea que dice que si viniera una civilización inteligente al planeta buscaría entrar en contacto con las plantas antes que con los humanos.
–Con las plantas y tal vez con los hongos. Por una razón muy simple: tienen una relación con el espacio de mejoramiento obligatorio. Las plantas están condenadas a estar ahí, entonces mejoran su rededor; los animales se van, y por eso somos depredadores del ambiente. Como siempre hay otro sitio, lo estropeamos y nos vamos. Ahora buscamos lugares en otros planetas. Las plantas no, las plantas se quedan y mejoran. De hecho, generaron la posibilidad de respirar. Las plantas son maestras en el arte de vivir. Son tan singulares y hacen tantas cosas que si viniera una civilización alienígena encontraría que son más interesantes que los humanos. No conocen distinción entre sujeto y objeto, viven en estado de mixtura, se proveen su propio alimento…
-Durante la historia del pensamiento fueron negadas, sin embargo. ¿A qué creés que se debe? Se suele citar como inicio aquel error de Aristóteles (que dijo que las plantas son menos que los animales porque no logran moverse y por eso están en el límite entre lo vivo y lo inerte; que son poco más que piedras).
-Se pueden dar explicaciones de la historia de las ideas, del marco mental en que Occidente está metido (porque para ciertos pueblos originarios y para Oriente es distinto). Pero creo que además de ese marco, que llega de Aristóteles y al hombre como la medida de todas las cosas, hay un gran temor. Porque las plantas son seres muy extraños, enigmáticos, impenetrables, cuya acción es invisible. Son algo muy distinto que te desacomoda, entonces se decidió dejarlas afuera o colocarlas en sitios más cómodos. El ordenamiento de seres humanos, animales, plantas y luego minerales fue una respuesta de alguien con temor. También se las ha demonizado, junto con los hongos; son demonios, es parte de una gran ansiedad ecológica.
Se ha dicho que no podemos imaginar el futuro, que todo es catastrófico, pero las plantas tienen una potencia de futuro, son máquinas de futuro, de posteridad
-Quizá porque con un animal en todo caso se puede tener una teoría de la mente, ver si un perro sufre o está contento. Pero con las plantas es más difícil, no hay mente, ¿verdad?
-En parte porque a las plantas no se las concibe como individuos, porque tienen vidas que no se las distingue en el contexto de una selva. Es una ceguera vegetal. En la filosofía, en la investigación neurobiológica vegetal es algo que empieza a cambiar. A pensar que ya no es una actividad exclusiva del humano. Es claro que las plantas tienen actividad pensante, expresiva, y por eso son agentes. Es curioso, porque está clara la importancia de las plantas en la vida, más allá de nuestra depredación. Pero entenderlo desde la filosofía o el derecho ha sido más difícil. Ahora hay un fallo de la Corte Constitucional de Colombia (Corte Suprema) de 2016 donde le dio derechos a un río; creo que hay una intención que el arte y la ficción ya han visto; que llegue a la política y el derecho sería muy importante.
-Hasta ahora hablamos de las plantas en general, ¿está bien o hay que hilar más fino y en realidad son todas distintas?
-La posibilidad de individualizarlas, y que tengan historias, emociones, y que formen parte del vecindario interespecie es lo que hace la literatura. No cualquier árbol, sino un árbol, que va con su semilla. Si una planta es personaje, es narradora, que abandone el lugar de escenografía es una posibilidad para la literatura. Que la ficción incorpore voces no humanas es algo que va a florecer.
-Vos sos de Medellín, hay una cierta maldición…
-(interrumpe) Una maldición vegetal.
-Sí, ¿cómo se puede remediar eso o cambiar esa maldición?
-Me gusta el concepto de la maldición vegetal. No es solo un drama colombiano, sino de muchos lugares. El problema de las drogas y la destrucción ambiental que acarrea hizo que la selva colombiana sea metonimia de lo que pasa en el mundo. Se ha aprendido bastante en Colombia de esa época difícil. El problema de las drogas pone en abismo la contradicción con la riqueza de la tierra. Que la tierra es una despensa de lo que necesitamos es una idea que necesita revisión. Porque hay un límite y ponemos lo peor de nosotros. Perversa es la lucha contra las drogas, matar las matas que matan.
-¿Así se decía?
-Sí, había un comercial que decía así: “No cultives la mata que mata”. El problema en las ciudades es que los estragos de la droga se hicieron visibles allí, pero el conflicto originario es en las zonas de frontera, en las zonas rurales, y no se vio hasta recientemente el problema ambiental, las políticas de fumigación. Hemos aprendido que es un problema multilateral, ecológico y de relación con las plantas, además de lo político y social.
Me gusta más la idea de poder leerlas, antes que hablar con ellas, porque tienen un tipo de grafía, producen unos signos que expresan interpretaciones del clima, de la tierra, del aire
-Por otro lado, en Colombia hay un orgullo muy fuerte por sus plantas, su biodiversidad.
-Sí. Es la contradicción humana. Tienes una tierra muy rica, pero esa riqueza es tu perdición. Porque la depredación humana lleva a eso. Pensemos en la expresión “república bananera”, con su elemento vegetal allí que expresa que el banano es una maravilla o es una mierda.
-Subyace la idea de que es mejor la industria que la naturaleza.
-Por eso la gran contradicción, somos el país con más pájaros, y no conocemos el 25% de su flora, pero a su vez que eso es una maldición; la selva es muy importante, pero como es inaccesible está repleta de minería ilegal.
-¿Qué podemos, en síntesis, aprender de la relación de las plantas con su entorno?
-Muchas cosas. Su autosuficiencia, su resiliencia. A mí lo que más me gusta es su capacidad de operar colectivamente, además de mejorar el lugar donde están. Su capacidad de integrarse con otros seres. Y lo histórico: que nos dejaron un aire que se puede respirar. Y me gusta la idea de que las plantas marcan un rumbo, de que se las puede seguir. Se ha dicho que no podemos imaginar el futuro, que todo es catastrófico, pero las plantas tienen una potencia de futuro, son máquinas de futuro, de posteridad. En se sentido las ficciones tienen que seguirlas para encontrar un lugar.
-Stefano Mancuso, el más popular defensor de la idea de la inteligencia vegetal, sugiere que hay mucho por aprender aún de ellas.
-Creo que eso va a pasar. Las intuiciones sociales, nuestra idea de justicia, el derecho, nuestra pregunta acerca de por qué es necesaria una sociedad justa están inspirados por la evolución de la ficción y por lo que la ciencia nos enseña. Cuando los derechos humanos parecen estar agotándose, quizá es el momento de pensar en derechos más relacionales, en conexión con el ambiente. Es muy probable que eso suceda. Los partidos ecologistas, que tienen unos cincuenta años, eran impensables cuando nacieron. Que un humedal esté protegido, que un bosque sea sujeto de derecho es algo que vamos a ver más.
-Para cambiar la tendencia de pensar la extinción antes que otra cosa.
-No todo puede ser figuración catastrófica o redención heroica, esas cosas que nos da el cine y la industria cultural. La ficción literaria y el ensayo tienen ese lugar, de invención, de presentir el mundo por venir. Y nos enfrentamos a un mundo radicalmente distinto. En particular por la aparición de la Inteligencia Artificial, una tecnología que nos saca de la visión de lo humano, que obliga a repensar qué es la creatividad, el pensamiento, la escritura.
-Senderos que se bifurcan: silicio o carbono.
-Hay una necesidad de pensar una convergencia, más bien.
-¿Cómo sería?
-La posibilidad de tener una buena sucesión ecológica. Somos herederos de un ambiente, pero no podemos pensar sin tecnología. No hay posibilidad de retorno a una naturaleza intocada, como la que pensaba el hipismo; no es posible. La manera de revertir el camino en que estamos es con la tecnología, y creo que tendrá que conversar con lo que saben hacer las plantas y los hongos. Vamos a ver interacciones. Hay una confluencia de trabajos artísticos, científicos y tecnológicos con pretensión de mejoramiento.
-Falta un desarrollo teórico todavía, ¿no? Si pensamos que la teoría antecede a la praxis.
-Muchísimo. Sabemos mucho de plantas y máquinas, pero nuestras ideas filosóficas y sociales siguen ancladas en otro tiempo. Soy profesor de literatura y veo muchas reticencias de los humanistas. Cuando aparece el descentramiento de plantas y animales que obliga a pensar distinto la mente, el orden social, la justicia, es un problema. La IA, si es inteligencia, se va a dar cuenta de la importancia del agua, de las plantas, de la vida. Deberá haber algún tipo de cooperación entre lo vegetal y las IA. Creo que hay un abandono del antropomorfismo que es maravilloso. Incluso la NASA tiene botánicos que trabajan en proyectos de misiones para agregarles plantas a las misiones, no sólo para que se adapten, sino por mímesis, para que haya aparatos que imiten la forma en que están organizadas para responder al ambiente.
-Se habla en muchos foros de los indígenas como los primeros ecologistas, porque conviven con la tierra mejor que el europeo, porque no destruyen su ambiente. ¿Por qué te burlás un poco de esa idea o la ponés en cuestión en el libro?
-Porque puede ser una idea colonialista y exotista, que piensa que hay una armonía primordial, que hay pueblos maravillosos, un poco como aquel mito del buen salvaje. Tiene más que ver con posibilidad que con convicciones.
-¿No es que no quieren, sino que no pueden?
-Hay indígenas que tienen a los árboles como enemigos. En todas las civilizaciones es así. Sí entendimos que hay pueblos más inteligentes que sumaron artefactos y modos de estar en el mundo que no destruyeron su entorno.
-Es lo que pasó en el Amazonas antes de la llegada europea.
-Sí, pero nos falta ver completa la huella humana. Eso no está claro. Es muy reciente el uso de la palabra antropoceno para saber nuestro impacto real. Sí creo que hay que aspirar a la condición vegetal, algo que el neoliberalismo no entiende, al aspirar que todo sea mercancía. La lentitud, la espera, la improductividad, la paciencia, son cuestiones que son verdes, pero que el sistema odia.
-Un sistema que parece afianzado.
-El problema es que creemos que ciertas conquistas de avanzada, de quienes hacemos música, arte, literatura, son conquistas generales de la sociedad. Y eso es un error. La izquierda, se ve, ha perdido a la clase trabajadora. Y dentro de lo cíclica que es la historia y de cómo se parece esta década del veinte a las del veinte y treinta del siglo pasado, lo que hay que recordar es que lo que estuvo detrás del ascenso de Hitler en Alemania fue una gran crisis de empleo, de inflación y de algún tipo de disrupción tecnológica, como en la industria armamentística. Hoy un poco se repite por la pérdida de empleos que ya genera la inteligencia artificial. Las ideas radicales sobre la coexistencia con la naturaleza y la crítica al extractivismo y la idea de producción ilimitada dentro del capitalismo son ideas amenazantes. Y están vinculadas con formas anticapitalistas. La idea de que hay un límite. Las plantas sí tienen productividad, pero es otra, es diferente. Es la idea del libro, de que se puede aspirar a la condición vegetal. Vegetar no está mal, pero es algo que el neoliberalismo no va a entender. Porque necesita carencia de límite, porque todo lo que toca se convierte en mercancía. Y no defiende la lentitud, la paciencia, la espera, la improductividad, todas ideas vegetales.
-¿Qué deberíamos aprender, entonces, la lentitud de la planta?
-Los límites de los humanos son eso, límites. Cuando nos enfrentamos a formas de vida tan diferentes, todo explota. Está el problema de la escala, de lo temporal. El mayor porcentaje de la vida es vegetal. Eso nos saca de nuestro lugar. Que pueda haber un árbol que viva mil años, que exista desde antes de la Edad Media. Son cosas que desacomodan y dentro de eso la temporalidad es un gran tema, es el espacio de la ficción, la filosofía, el lenguaje, que es un instrumento para captar la temporalidad. Esa temporalidad extendida de las plantas se manifiesta de muchas maneras. Mi mamá tiene una planta desde antes que se casó y la quiere mucho: sólo ha florecido una vez en cincuenta años. Y tiene una relación muy especial con ella. Porque nos enfrenta a distintas duraciones y formas de estar en el mundo. Tenemos que aprender a cómo estar en el mundo a través de esa singularidad vegetal.
Efrén Giraldo no es botánico, ni investigador en temas relacionados con las plantas; apenas si tiene como antecedente familiar a su abuelo, dueño de una finca mediana durante una de las épocas de esplendor cafetero de Colombia, y se considera un jardinero autodidacta. Pero, durante la pandemia, un poco por aburrimiento y un poco por la alteración de la temporalidad que produjeron los encierros obligatorios, se dedicó a escribir sobre los verdes habitantes de la Tierra. Producto de esas reflexiones, un poco ensayísticas, un poco recuerdos de familia, un poco especulativas, nació Sumario de plantas oficiosas. Un ensayo sobre la flora (Ediciones Godot) el libro con el que Giraldo -nacido en Medellín en 1975, doctor en Literatura y profesor de la universidad Eafit- obtuvo el premio latinoamericano de no ficción 2022.
De recorrida por el sur del continente estuvo en Buenos Aires, después de visitar Montevideo y antes de seguir hacia Bolivia, y dialogó con LA NACION acerca de cómo se ha ocultado históricamente la otredad radical que implica convivir con las misteriosas plantas. “Son algo muy distinto, que te desacomoda, entonces se decidió dejarlo afuera o colocarlo en sitios más cómodos. El ordenamiento de seres humanos, animales, plantas y luego minerales fue una respuesta de alguien con temor. Se las ha demonizado, junto con los hongos; y creer que son demonios es parte de una gran ansiedad ecológica”, señaló.
-¿Este libro es entonces un hijo de la pandemia?
-También tuve un hijo de verdad (ríe). Este es un resultado colateral de la pandemia. Aunque en verdad no padecí el encierro, porque estaba en zona campestre. Estuve en condiciones muy buenas para escribir y decidí volcarme sobre estos temas a partir del herbario de Emily Dickinson, el herbario que hizo a los 8 o 9 años. Pero es cierto que tuvo como germen secreto la alteración de la temporalidad, la idea del adentro y del afuera trastocadas durante esos años del Covid.
-¿Qué descubriste en ese proceso?
-Descubrí que cuando miramos a las plantas con detalle aprendemos una cantidad de cosas. Que cuando intentamos seguirlas en su comportamiento, nuestra vivencia del tiempo y el espacio cambian. Esa suerte de alteración de la conciencia me pareció interesante. Luego, se agregó la recuperación de mi historia familiar, porque son importantes las anécdotas de mi familia, que es una historia entretejida con lo vegetal. Esa fue una segunda revelación. La conclusión al terminar de escribirlo es que hay distintas maneras de entender la vegetación. Hay floras reales, las del paisaje, y también las imaginarias, y la misma memoria de la flora que queda en el cine, la literatura y el arte. Hay un momento en la escritura en que aparece la ficción, que me interesa mucho, porque termina siendo un gabinete de curiosidades.
-¿Hablás con las plantas, qué tipo de comunicación es posible?
-Sí, es posible. Pero creo que es una comunicación que no sigue patrones humanos. La idea que he trabajado es que están más cerca de la escritura que del habla. Me gusta más la idea de poder leerlas, antes que hablar con ellas, porque tienen un tipo de grafía, producen unos signos que expresan interpretaciones del clima, de la tierra, del aire. Se trata de una actividad de lectura. Y lo segundo que me ha interesado, es que la literatura puede ser traducción de la escritura vegetal.
Las plantas son algo muy distinto, que te desacomoda, entonces se decidió dejarlo afuera o colocarlo en sitios más cómodos.
-¿Cómo sería eso?
-El ensayo como género es arborescente, rizomático y la planta tiene un despliegue en muchas direcciones, la manera en que el pensamiento fluye, se reorganiza, se ramifica. Son metáforas, por supuesto. Y me ha interesado la relación entre la escritura de las plantas y las ficciones. La pregunta de la ficción es cómo ir en una dirección y llegar al final. El paradigma siempre ha sido antropocéntrico, o zoocéntrico, pero no vegetal. Pero las plantas tienen un camino, interpretan el espacio, van en una dirección, y una ficción, una historia y hasta un derecho, una estructura legal, que tome en cuenta este tipo de escritura sería interesante.
-¿Las plantas no hablan, sino que antes bien se dejan leer?
-Sí. Y podemos hacerlo. Ellas van en una dirección opuesta al estrés salino, por ejemplo, salen de esas zonas; buscan la luz, tratan de ir a lugares para mejorarlos. Como debería hacerlo la filosofía.
La IA, si es inteligencia, se va a dar cuenta de la importancia del agua, de las plantas, de la vida. Deberá haber algún tipo de cooperación entre lo vegetal y las IA
-Entre otras, citás la idea que dice que si viniera una civilización inteligente al planeta buscaría entrar en contacto con las plantas antes que con los humanos.
–Con las plantas y tal vez con los hongos. Por una razón muy simple: tienen una relación con el espacio de mejoramiento obligatorio. Las plantas están condenadas a estar ahí, entonces mejoran su rededor; los animales se van, y por eso somos depredadores del ambiente. Como siempre hay otro sitio, lo estropeamos y nos vamos. Ahora buscamos lugares en otros planetas. Las plantas no, las plantas se quedan y mejoran. De hecho, generaron la posibilidad de respirar. Las plantas son maestras en el arte de vivir. Son tan singulares y hacen tantas cosas que si viniera una civilización alienígena encontraría que son más interesantes que los humanos. No conocen distinción entre sujeto y objeto, viven en estado de mixtura, se proveen su propio alimento…
-Durante la historia del pensamiento fueron negadas, sin embargo. ¿A qué creés que se debe? Se suele citar como inicio aquel error de Aristóteles (que dijo que las plantas son menos que los animales porque no logran moverse y por eso están en el límite entre lo vivo y lo inerte; que son poco más que piedras).
-Se pueden dar explicaciones de la historia de las ideas, del marco mental en que Occidente está metido (porque para ciertos pueblos originarios y para Oriente es distinto). Pero creo que además de ese marco, que llega de Aristóteles y al hombre como la medida de todas las cosas, hay un gran temor. Porque las plantas son seres muy extraños, enigmáticos, impenetrables, cuya acción es invisible. Son algo muy distinto que te desacomoda, entonces se decidió dejarlas afuera o colocarlas en sitios más cómodos. El ordenamiento de seres humanos, animales, plantas y luego minerales fue una respuesta de alguien con temor. También se las ha demonizado, junto con los hongos; son demonios, es parte de una gran ansiedad ecológica.
Se ha dicho que no podemos imaginar el futuro, que todo es catastrófico, pero las plantas tienen una potencia de futuro, son máquinas de futuro, de posteridad
-Quizá porque con un animal en todo caso se puede tener una teoría de la mente, ver si un perro sufre o está contento. Pero con las plantas es más difícil, no hay mente, ¿verdad?
-En parte porque a las plantas no se las concibe como individuos, porque tienen vidas que no se las distingue en el contexto de una selva. Es una ceguera vegetal. En la filosofía, en la investigación neurobiológica vegetal es algo que empieza a cambiar. A pensar que ya no es una actividad exclusiva del humano. Es claro que las plantas tienen actividad pensante, expresiva, y por eso son agentes. Es curioso, porque está clara la importancia de las plantas en la vida, más allá de nuestra depredación. Pero entenderlo desde la filosofía o el derecho ha sido más difícil. Ahora hay un fallo de la Corte Constitucional de Colombia (Corte Suprema) de 2016 donde le dio derechos a un río; creo que hay una intención que el arte y la ficción ya han visto; que llegue a la política y el derecho sería muy importante.
-Hasta ahora hablamos de las plantas en general, ¿está bien o hay que hilar más fino y en realidad son todas distintas?
-La posibilidad de individualizarlas, y que tengan historias, emociones, y que formen parte del vecindario interespecie es lo que hace la literatura. No cualquier árbol, sino un árbol, que va con su semilla. Si una planta es personaje, es narradora, que abandone el lugar de escenografía es una posibilidad para la literatura. Que la ficción incorpore voces no humanas es algo que va a florecer.
-Vos sos de Medellín, hay una cierta maldición…
-(interrumpe) Una maldición vegetal.
-Sí, ¿cómo se puede remediar eso o cambiar esa maldición?
-Me gusta el concepto de la maldición vegetal. No es solo un drama colombiano, sino de muchos lugares. El problema de las drogas y la destrucción ambiental que acarrea hizo que la selva colombiana sea metonimia de lo que pasa en el mundo. Se ha aprendido bastante en Colombia de esa época difícil. El problema de las drogas pone en abismo la contradicción con la riqueza de la tierra. Que la tierra es una despensa de lo que necesitamos es una idea que necesita revisión. Porque hay un límite y ponemos lo peor de nosotros. Perversa es la lucha contra las drogas, matar las matas que matan.
-¿Así se decía?
-Sí, había un comercial que decía así: “No cultives la mata que mata”. El problema en las ciudades es que los estragos de la droga se hicieron visibles allí, pero el conflicto originario es en las zonas de frontera, en las zonas rurales, y no se vio hasta recientemente el problema ambiental, las políticas de fumigación. Hemos aprendido que es un problema multilateral, ecológico y de relación con las plantas, además de lo político y social.
Me gusta más la idea de poder leerlas, antes que hablar con ellas, porque tienen un tipo de grafía, producen unos signos que expresan interpretaciones del clima, de la tierra, del aire
-Por otro lado, en Colombia hay un orgullo muy fuerte por sus plantas, su biodiversidad.
-Sí. Es la contradicción humana. Tienes una tierra muy rica, pero esa riqueza es tu perdición. Porque la depredación humana lleva a eso. Pensemos en la expresión “república bananera”, con su elemento vegetal allí que expresa que el banano es una maravilla o es una mierda.
-Subyace la idea de que es mejor la industria que la naturaleza.
-Por eso la gran contradicción, somos el país con más pájaros, y no conocemos el 25% de su flora, pero a su vez que eso es una maldición; la selva es muy importante, pero como es inaccesible está repleta de minería ilegal.
-¿Qué podemos, en síntesis, aprender de la relación de las plantas con su entorno?
-Muchas cosas. Su autosuficiencia, su resiliencia. A mí lo que más me gusta es su capacidad de operar colectivamente, además de mejorar el lugar donde están. Su capacidad de integrarse con otros seres. Y lo histórico: que nos dejaron un aire que se puede respirar. Y me gusta la idea de que las plantas marcan un rumbo, de que se las puede seguir. Se ha dicho que no podemos imaginar el futuro, que todo es catastrófico, pero las plantas tienen una potencia de futuro, son máquinas de futuro, de posteridad. En se sentido las ficciones tienen que seguirlas para encontrar un lugar.
-Stefano Mancuso, el más popular defensor de la idea de la inteligencia vegetal, sugiere que hay mucho por aprender aún de ellas.
-Creo que eso va a pasar. Las intuiciones sociales, nuestra idea de justicia, el derecho, nuestra pregunta acerca de por qué es necesaria una sociedad justa están inspirados por la evolución de la ficción y por lo que la ciencia nos enseña. Cuando los derechos humanos parecen estar agotándose, quizá es el momento de pensar en derechos más relacionales, en conexión con el ambiente. Es muy probable que eso suceda. Los partidos ecologistas, que tienen unos cincuenta años, eran impensables cuando nacieron. Que un humedal esté protegido, que un bosque sea sujeto de derecho es algo que vamos a ver más.
-Para cambiar la tendencia de pensar la extinción antes que otra cosa.
-No todo puede ser figuración catastrófica o redención heroica, esas cosas que nos da el cine y la industria cultural. La ficción literaria y el ensayo tienen ese lugar, de invención, de presentir el mundo por venir. Y nos enfrentamos a un mundo radicalmente distinto. En particular por la aparición de la Inteligencia Artificial, una tecnología que nos saca de la visión de lo humano, que obliga a repensar qué es la creatividad, el pensamiento, la escritura.
-Senderos que se bifurcan: silicio o carbono.
-Hay una necesidad de pensar una convergencia, más bien.
-¿Cómo sería?
-La posibilidad de tener una buena sucesión ecológica. Somos herederos de un ambiente, pero no podemos pensar sin tecnología. No hay posibilidad de retorno a una naturaleza intocada, como la que pensaba el hipismo; no es posible. La manera de revertir el camino en que estamos es con la tecnología, y creo que tendrá que conversar con lo que saben hacer las plantas y los hongos. Vamos a ver interacciones. Hay una confluencia de trabajos artísticos, científicos y tecnológicos con pretensión de mejoramiento.
-Falta un desarrollo teórico todavía, ¿no? Si pensamos que la teoría antecede a la praxis.
-Muchísimo. Sabemos mucho de plantas y máquinas, pero nuestras ideas filosóficas y sociales siguen ancladas en otro tiempo. Soy profesor de literatura y veo muchas reticencias de los humanistas. Cuando aparece el descentramiento de plantas y animales que obliga a pensar distinto la mente, el orden social, la justicia, es un problema. La IA, si es inteligencia, se va a dar cuenta de la importancia del agua, de las plantas, de la vida. Deberá haber algún tipo de cooperación entre lo vegetal y las IA. Creo que hay un abandono del antropomorfismo que es maravilloso. Incluso la NASA tiene botánicos que trabajan en proyectos de misiones para agregarles plantas a las misiones, no sólo para que se adapten, sino por mímesis, para que haya aparatos que imiten la forma en que están organizadas para responder al ambiente.
-Se habla en muchos foros de los indígenas como los primeros ecologistas, porque conviven con la tierra mejor que el europeo, porque no destruyen su ambiente. ¿Por qué te burlás un poco de esa idea o la ponés en cuestión en el libro?
-Porque puede ser una idea colonialista y exotista, que piensa que hay una armonía primordial, que hay pueblos maravillosos, un poco como aquel mito del buen salvaje. Tiene más que ver con posibilidad que con convicciones.
-¿No es que no quieren, sino que no pueden?
-Hay indígenas que tienen a los árboles como enemigos. En todas las civilizaciones es así. Sí entendimos que hay pueblos más inteligentes que sumaron artefactos y modos de estar en el mundo que no destruyeron su entorno.
-Es lo que pasó en el Amazonas antes de la llegada europea.
-Sí, pero nos falta ver completa la huella humana. Eso no está claro. Es muy reciente el uso de la palabra antropoceno para saber nuestro impacto real. Sí creo que hay que aspirar a la condición vegetal, algo que el neoliberalismo no entiende, al aspirar que todo sea mercancía. La lentitud, la espera, la improductividad, la paciencia, son cuestiones que son verdes, pero que el sistema odia.
-Un sistema que parece afianzado.
-El problema es que creemos que ciertas conquistas de avanzada, de quienes hacemos música, arte, literatura, son conquistas generales de la sociedad. Y eso es un error. La izquierda, se ve, ha perdido a la clase trabajadora. Y dentro de lo cíclica que es la historia y de cómo se parece esta década del veinte a las del veinte y treinta del siglo pasado, lo que hay que recordar es que lo que estuvo detrás del ascenso de Hitler en Alemania fue una gran crisis de empleo, de inflación y de algún tipo de disrupción tecnológica, como en la industria armamentística. Hoy un poco se repite por la pérdida de empleos que ya genera la inteligencia artificial. Las ideas radicales sobre la coexistencia con la naturaleza y la crítica al extractivismo y la idea de producción ilimitada dentro del capitalismo son ideas amenazantes. Y están vinculadas con formas anticapitalistas. La idea de que hay un límite. Las plantas sí tienen productividad, pero es otra, es diferente. Es la idea del libro, de que se puede aspirar a la condición vegetal. Vegetar no está mal, pero es algo que el neoliberalismo no va a entender. Porque necesita carencia de límite, porque todo lo que toca se convierte en mercancía. Y no defiende la lentitud, la paciencia, la espera, la improductividad, todas ideas vegetales.
-¿Qué deberíamos aprender, entonces, la lentitud de la planta?
-Los límites de los humanos son eso, límites. Cuando nos enfrentamos a formas de vida tan diferentes, todo explota. Está el problema de la escala, de lo temporal. El mayor porcentaje de la vida es vegetal. Eso nos saca de nuestro lugar. Que pueda haber un árbol que viva mil años, que exista desde antes de la Edad Media. Son cosas que desacomodan y dentro de eso la temporalidad es un gran tema, es el espacio de la ficción, la filosofía, el lenguaje, que es un instrumento para captar la temporalidad. Esa temporalidad extendida de las plantas se manifiesta de muchas maneras. Mi mamá tiene una planta desde antes que se casó y la quiere mucho: sólo ha florecido una vez en cincuenta años. Y tiene una relación muy especial con ella. Porque nos enfrenta a distintas duraciones y formas de estar en el mundo. Tenemos que aprender a cómo estar en el mundo a través de esa singularidad vegetal.