Entre los momentos inolvidables de la película Días perfectos, está el que transcurre mientras Hirayama, el protagonista, se higieniza en una casa de baño pública. Allí asume, una vez más, lo que pareciera ser el eje de su vida: un solitario que, a la vez, vive en comunidad. De hecho, la Tokio que registra Wim Wenders en ese film asoma como una ciudad particularmente amable y pródiga en espacios donde todos, solitarios o no, acaudalados o modestos, pueden establecer un territorio común. La foto que aquí vemos se tomó en un hamman de Turquía. Por años centrales en la vida cotidiana de este país, las casas de baño turcas decayeron con la llegada de la modernidad y hoy resurgen como espacios de lujo. En ellas resuenan los ecos de otra existencia: rumores de tiempos lentos, cotilleo –¿poco que ver con la sobriedad japonesa?– y la huella de rituales donde lo colectivo podía convivir con la singularidad.
Entre los momentos inolvidables de la película Días perfectos, está el que transcurre mientras Hirayama, el protagonista, se higieniza en una casa de baño pública. Allí asume, una vez más, lo que pareciera ser el eje de su vida: un solitario que, a la vez, vive en comunidad. De hecho, la Tokio que registra Wim Wenders en ese film asoma como una ciudad particularmente amable y pródiga en espacios donde todos, solitarios o no, acaudalados o modestos, pueden establecer un territorio común. La foto que aquí vemos se tomó en un hamman de Turquía. Por años centrales en la vida cotidiana de este país, las casas de baño turcas decayeron con la llegada de la modernidad y hoy resurgen como espacios de lujo. En ellas resuenan los ecos de otra existencia: rumores de tiempos lentos, cotilleo –¿poco que ver con la sobriedad japonesa?– y la huella de rituales donde lo colectivo podía convivir con la singularidad.